Abrió los ojos y sintió un dolor punzante en la cabeza, era una jaqueca típica de la resaca, se odió por haber cedido a la rabia que lo dominó la noche anterior, se juzgó duramente por no haber controlado su temperamento, en apariencias sí: sonrió y se mantuvo impasible, pero por dentro ardía de rabia, se sintió irrespetado. Cristian Morales seria el nuevo gerente general de la compañía, no él, Cristian.
Cerró los ojos experimentado la misma desilusión que sintió al oír de forma casual de boca del gerente general saliente que sería reemplazado por Cristian. Julio César sacudió la cabeza y aspiró aire mientras se restregaba los ojos con flojera. «No debí de beber así», pensó. Escuchó entonces un quejido parecido a un suspiro por lo que giró su cabeza hacia la derecha y hacia la izquierda para encontrarse con un bulto envuelto en sabanas, pudo distinguir un mechón de cabello oscuro. Trago grueso y quedó inmóvil ante la realización de que llevó a una chica a su casa y no recordaba nada.
Se demandó valentía y se incorporó en la cama, rodó la sabana y vio a la chica que lucía muy joven, tenía la cara con una marca roja de su brazo sobre la mejilla izquierda, dormía de forma profunda, estaba desnuda, no la conocía, pensó que debió haberla recogido en la calle o en algún bar, aunque no recordaba haberse detenido en un bar. La chica tenía el cabello largo y oscuro como Vantablack, su piel era oliva, llevaba maquillaje azul brillante sobre sus parpados y grandes manchas negras rodeaban sus ojos y mejillas.
«¿Pero quién es esta?».
Se levantó rápido de la cama y comenzó a dar vueltas sobre el mismo punto tratando de recordar algo, una ligera brisa entró por la ventana haciéndolo notar por fin que, iba desnudo, jadeó de asombro y tomó una toalla para cubrirse, recogió algunas cosas de su armario y se vistió sin apartar la vista de la mujer que comenzó a roncar.
La observó y pensó que no era bonita, no era la clase de chicas que él habría abordado, su maquillaje parecía barato así como el perfume desagradablemente dulce que desprendía. Bufo asqueado de su comportamiento básico y animal, a sus treinta años reaccionaba y se comportaba como nunca se comportó de adolescente.
«Piensa, Julio César, tienes a una mujer en tu cama, tienes que sacarla».
Hacer ruido fue lo mejor que se le ocurrió, por lo que abrió y cerró la puerta del baño con violencia, pero la mujer seguía tendida durmiendo tranquila sobre su cama, sabía que al menos no estaba muerta, pues roncaba de vez en cuando. Corrió hacia el cuarto de lavado y encendió una aspiradora de polvo que hacia algo de ruido, la coloco cerca de la oscura cabellera de la mujer que ni se movió. Tampoco reaccionó al sonido de un tenedor golpeando una olla.
Se sintió frustrado y tomó a la mujer por los hombros y la sacudió con movimientos suaves, pero firmes, la desconocida por fin abrió los ojos y soltó un grito ensordecedor al verlo, se zafó de su agarre con violencia. Julio César no lo pensó dos veces para alejarse de ella, la miró expectante.
—¿Dónde estoy?
—Es mi apartamento, me llamo Julio César.
La mujer bajó la mirada y se pasó la mano por el cabello rebelde que le caía sobre la cara mientras que con la otra mano sostenía la sabana contra su cuerpo.
—Lo sé, sé quién es.
Julio César suspiró y se llevó ambas manos sobre la cadera y la retó con la mirada.
—Estás en ventaja, no sé quién eres tú.
Ella vaciló, pero lo miró a los ojos, aunque después rehuyó su mirad de nuevo, sus ojos era de un color extraño entre verde, amarillo o marrón.
—Eres el vicepresidente de Industrias Crawford.
Julio César abrió mucho los ojos y se echó hacia atrás, lo impactó que la mujer lo conociera, lo impactó que supiera dónde trabajaba y quien era.
—¿Cómo lo sabes?
—Marco el ciento uno cuando debo pasarte una llamada, soy Verónica, la recepcionista. Espero que esté bien que te tuteé ahora —pronunció lentamente y en voz baja, con dudas en su tono, Julio César lo advirtió y tragó saliva al darse cuenta de la imprudencia que había cometido.
—Yo…bueno ahora que, es decir…yo…
—No importa, entiendo. Me voy, no pasó nada.
La mujer miró a los lados avergonzada y perdida, rehuí la mirada mientras se notaba incomoda medio desnuda, Julio césar afirmó para sí mismo.
—Te dejaré para que te vistas, puedes usar el baño.
Salió de la habitación hacia su sala de estar, cerró los ojos y se maldijo por imprudente, ni siquiera recordaba a la recepcionista, había muchas, a esa desnuda en su cama, en particular no la recordaba, pensó también que la mujer podía estar mintiendo, pero claro, ¿por qué conocería su extensión en la compañía?
Se sintió derrotado por su propio ego y el estado en el que se puso, bebió de más, era la fiesta de navidad de la compañía, eventos en los que solía beber poco para evitar escándalos, siempre decía que el hombre ebrio no era el mismo que el sobrio, y aunque él no era muy dado a la bebida, desconocía como podía llegar a ponerse en un estado extremo de ebriedad.
Decidió preparar café mientras esperaba que saliera la mujer; estaba acostumbrado a su soledad radical, no llevaba chicas a su casa, no desde que Carlota Santamaría lo engañara y lo dejara a días de casarse, desde entonces decidió que no tendría novias, no llevaría a ninguna a su casa o se la presentaría a amigos o familiares, era soltero, eternamente soltero.