El presidente

Capítulo 2: Navidad

Navidad de 2018

Sus primos aplaudían y cantaban al ritmo de la última canción de moda, ella reía risueña mientras los veía, permanecía echada sobre el sofá exterior debajo del farol frente al jardín. Harold, el más pequeño, de unos dieciséis años insistía en bailar como si cantara música flamenca aun cuando tarareaban un reguetón, eso le causó gracia y se partió de la risa.

—Ya has bebido mucho, primita —dijo Miku rodeándola con sus brazos.

Ella se libró de su abrazo y lo reprendió con la mirada.

—Ni he bebido mucho, ni soy tu prima.

Él le guiñó un ojo y le sonrió con picardía. Era un moreno alto y bien parecido que se había llevado a la cama a media ciudad, ninguna se le resistía, aunque él se le insinuaba, a Verónica le parecía que solo era por molestar, ella no era bonita como las demás, era normal.

—Vamos, soy el hermano del novio de tu prima. Somos primos.

Ella se carcajeó, sus primas se echaron a su lado espantando al moreno, la abrazaron y besaron en las mejillas declarándole su amor. Anastasia y Carmen era las únicas primas de más o menos su misma edad.

—Prima, ese te quiere conquistar, te quiere en su colección, pero le dijimos que contigo, no, que no sea desubicado —expresó con firmeza Carmen, aun cuando su lengua estaba enredada por el alcohol que había bebido.

Verónica y Anastasia se carcajearon.

—Sabemos que te gusta, Carmen, Vero no le hará caso a mi ex cuñadito, tú tampoco deberías —le explicó su prima Anastasia.

—Ya es hora de irnos a la cama, solo quedan los borrachos aquí afuera, compartiremos la cama de la tía Clara, se fue con algún joven encantador, hace como veinte años, así que  podemos quedarnos en su cama —explicó Carmen.

Anastasia y Verónica se miraron y afirmaron, se levantaron y ayudaron a Carmen a mantenerse en pie, subieron las escaleras de la casa familiar y abrieron la puerta de la habitación de la tía Clara que, aunque ya no vivía ahí, mantenía su habitación de cuando era soltera, las chicas se acomodaron sobre la cama amplia sin quitarse más que los zapatos. Verónica estaba agotada y con sueño.

—Somos las tres únicas solteras —comentó Anastasia susurrando.

—Sí, las solteronas. —Rio Verónica.

—No me hace gracia, yo volveré con Luis Manuel.

—Lo harás solo para no estar sola, para que no digan que eres soltera. Que mala decisión, prima.

—Solo lo tengo castigado ¿Y qué vas a saber tú? Desde que estabas en el colegio no has traído más novios ¿Al menos dejaste de ser virgen? —inquirió con molestia.

Verónica se carcajeó.

—Sí, ya no lo soy.

—Deberías conseguir algún guapote de tu trabajo, que tenga dinero, así como el esposo de la tía Clara. Ay, Vero, te mereces eso y más —soltó y seguidamente bostezó.

Verónica sonrió. Sus primas solían expresarle siempre lástima: la única hija, la huérfana de madre, luego la huérfana de padre, la que no pudo estudiar porque nadie podía pagar sus estudios o mantenerla, ella debía mantenerse sola.

Todo pintaba bien al principio, se graduó de bachiller y siguió trabajando en el cine, servía las palomitas de maíz y los refrescos, averiguó toda la información necesaria para inscribirse en la universidad y decidió conseguir un trabajo adicional para ahorrar, pasó un par de años y no había alcanzado la meta, su abuela había enfermado por lo que necesitó el dinero y sin apoyo de nadie más, terminó pagando alquiler y sus cosas, no se olvidó de estudiar, sentía que ya no podía permitírselo.

Ahora tenía veinticuatro años, una edad en la que debería estar graduándose de la universidad, pero en cambio era recepcionista en una compañía, una muy buena compañía, se recordaba, pero recepcionista al fin. No había forma en que no se sintiera fracasada, amaba su trabajo en la recepción, pero ella soñaba en grande.

Anastasia tenía diecinueve años y ya iba a la universidad, estudiaba administración, Carmen con veintiuno, estaba por graduarse de ingeniero. Para cuando su abuela que fue quien la crio, murió, ya Verónica tenía veintitrés años y había dedicado su vida y pocos ahorros a cuidarla, no se arrepentía, pero no dejaba de pensar que se le había ido la vida, el tiempo pasó muy rápido y ella se quedó sin estudiar.

Se limpió la lágrima que le rodó por la mejilla y aspiró suavemente para no llorar, sonrió, su vida era buena, no tenía que hacer dramas llorando en navidad, tenía una familia amplia que la amaba, no la apoyaban económicamente porque el dinero no sobraba, pero la amaban.

—¿Estás llorando? —preguntó Anastasia.

Verónica acarició sus cabellos oscuros y la besó en la frente.

—No, es solo que hace mucho frio.

—No puedo dormir, tengo sueño, pero no puedo dormir. Cuéntame algún chisme de tu trabajo, anda, eres la recepcionista, debes conocer muchos chismes.

Verónica rio olvidando el momento de autocompasión que se tuvo hacia unos segundos.

—Pues, te cuento que durante la fiesta de navidad, algunos se pusieron borrachos y perdieron los papeles —rio ligero—, por ejemplo, el vicepresidente de la compañía, todo estirado siempre, serio, casi no habla con nadie, se soltó y rio con todos.



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En el texto hay: hijos, oficina, custodia

Editado: 09.12.2022

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