El presidente

Capítulo 7: Irreversible

Anselmo entró a la oficina de Julio César y suspiró al cerrar la puerta, le dedicó una mirada de reproche que su sobrino ignoró. El hombre se quedó de pie frente a él negándose a sentarse como le pedía con la mano.

—¿Qué pasó?

—Julio Cesar, no entiendo. Siempre has sido muy recto y justo, no entiendo porque esto es tan importante. Has respetado lo de no usar influencias familiares en el trabajo y yo lo he hecho también, pero vengo a pedirte que, por favor, reconsideres…

—No quiero que Manuel se salga con la suya, al menos a una van a tener que sacar.

—Manuel es el gerente general, pronto Cristian asumirá el puesto por completo, ¿por qué no dejas las cosas así? Deberías avanzar, seguir adelante, olvidarte de tus rencillas con Manuel y concentrarte en el futuro.

—No es nada, solo es una recepcionista.

—Hay lugar para ella. La usas para probar fuerzas con Manuel.

—No quiero discutir el asunto, además es la menos calificada, tú mismo me lo dijiste.

Su tío negó ligeramente.

—Quien te enoja te domina. ¿No lo habías oído?

—¿Tienes algo más que decirme, tío?

—Sí, me doy cuenta de que te diste cuenta de que le agradas a Gabriela, ahora comes con ella y salen. Gabriela es muy buena muchacha.

—Somos compañeros de trabajo, nos llevamos bien. Es todo. ¿Y yo no soy muy buen muchacho?

—La usas para ganar influencia en la junta directiva.

—Basta, tío. Puedes irte si no tienes algo más relevante para decirme.

—La chica se irá de vacaciones, debo estar haciéndose el examen pre vacacional ahora mismo; si no renuncia, al volver se le hará su notificación de despido. La arreglaremos bien, le daremos pago doble si renuncia o si la despedimos. Lo firmarás.

—Lo haré. Buenos días, y gracias. Cierra la puerta cuando salgas.

Cuando su tío salió de su oficina, Julio César deshizo su pose, se llevó la mano a la cabeza y suspiró. No estaba acostumbrado a usar su influencia en el trabajo para resolver asuntos personales, sin embargo sentía que de algún modo no era solo un asunto personal, su reputación estaba en juego.

En cuanto a Gabriela, era cierto, aquel día en la reunión de dirección al regresar de vacaciones se dio cuenta de que ella tenía influencia, quiso tenerla de su lado, la rubia le coqueteaba siempre con disimulo así que él sabía que solo debía ser un poco amable con ella y la tendría de su lado.

No le desagradaba del todo su compañía, era hermosa e inteligente, divertida y respetuosa de los límites personales. Se veía entablando una relación con ella sin problemas, pero a él no le gustaba mezclar trabajo con su vida personal, ese era su obstáculo para avanzar más con rubia.

—Señor —lo interrumpió Antonio.

—Dime.

—Alejandro Rivero, el gerente de ventas, quiere verlo.

Rodó los ojos y afirmó con la cabeza. Antonio se perdió. Lo escuchó hablar con el hombre fuera de su oficina, este pasó sonriéndole con tensión.

—Buenos días, Julio César —saludó el rubio alto que llevaba un corte militar y ropa informal.

—Buenos días, ¿Qué necesitas, Alejandro?

—Tenemos un acuerdo comercial detenido por tu firma, no sé si recordarás. El…

—Si está detenido por mi firma es que no está aprobado.

El hombre frente a él suspiró frustrado. Lo miró fijamente con los labios muy juntos y los puños apretados. Julio César llevo la mirada de los puños del hombre hasta sus ojos que parecían encenderse.

—Exacto, quería saber cuándo crees que podrás dar la aprobación —replicó cortante.

—¿Quién te dijo que lo voy a aprobar?, si no está firmado es porque no se aprobará.

El rubio suspiró y negó con la cabeza.

—Las metas de ventas se verán comprometidas si no se aprueba ese plan.

—El plan no es beneficioso, las metas de venta no se cumplirán porque no hiciste una mejor proyección, no buscaste mejores acuerdos comerciales, este plan que quieres que apruebe solo correría la arruga; al cierre de este trimestre parecerá que tienes buena gestión, pero al siguiente lo pagaremos todo cuando las ventas no se despeguen. No se aprobará —respondió sin mirarlo.

—Si consigo la firma de Manuel…

—Bien. Será la suya o la de Cristian, no la mía, mi nombre no avalará esa mediocridad. Puedes seguir, Alejandro, si no tienes nada más que decir.

Julio César lo miró a los ojos con fijeza, el hombre le sostuvo la mirada, se veía intimidante pues sus músculos se marcaban debajo de su camisa, era un hombre alto e imponente. El rubio alzó el mentón retándolo con el gesto.

Julio César movió su mano con indiferencia insistiéndole que saliera de su oficina. Alejandro se dio media vuelta y salió, dio un portazo al hacerlo, él solo sonrió negando con la cabeza.

«Idiota».

Pasó el resto del día concentrado en varias llamadas, hasta que sonó su teléfono personal, por la hora, presumió que era Gabriela.



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En el texto hay: hijos, oficina, custodia

Editado: 09.12.2022

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