Su teléfono volvió a vibrar y una vez confirmó quien era, lo ignoró. No estaba enojada con él—como había asegurado Dante en sus mensajes—, sabía que no tenía motivos para estarlo, él no había hecho nada malo, tampoco podía pedirle que no estuviera con nadie mientras esperaba que ella creciera. Pero de igual manera, dolía, y mucho.
—¿Puedes contestarle de una vez? —inquirió Jenny ya harta de la cara larga de Lara y el constante vibrar del estúpido teléfono— ¿Qué sucedió de todas formas?
La imagen de Dante abrazando a esa chica —que debía tener la misma edad que él— llegó a su mente, la misma sensación de hace cuatro días la embargó así que bajó la cabeza y clavó la mirada en su almuerzo para que Jen no la viese.
—Na… nada —balbuceó.
Jenny suspiró con fastidio, podía verse a kilómetros de distancia que Lara estaba triste y sabía que solo había dos opciones para esa tristeza, su padre y el guapo de Dante.
—Vamos, dímelo —Lara dudó por unos instantes pero terminó cediendo, miró a su mejor amiga que alzó las cejas apurándola para que hablase.
—Al parecer, Dante… tiene novia —le costó más de lo que creía pronunciar esas palabras.
—¿Y eso qué? —Jenny no entendía qué tenía de raro que ese chico, con lo guapo que era tuviese novia, ella misma aceptaría serlo sin dudar si siquiera hubiese alguna posibilidad de que se lo pidiera.
Pero que Dante tuviese novia no era una razón para la cara de amargura que Lara se cargaba desde hace varios días… a no ser que ese cariño de hermanos que decía tenerle al guapo de los lentes fuese en realidad otro tipo de cariño. Jenny observó fijamente a su amiga y no hicieron falta más que unos segundos para darse cuenta de sus verdaderos sentimientos.
—Oh… te gusta Dante —Lara no dijo nada pero la manera en la que esquivó su mirada se lo confirmaba—. Que gracioso, vives criticándome por buscar chicos mayores y a ti te gusta uno que tiene más de veinte años.
Ya se había dado cuenta de eso pero que Jenny se lo dijera así, de frente, lo hizo real.
Lara se sintió la peor amiga del mundo. Su mejor amiga tenía razón, cada vez que tenía la oportunidad le estaba diciendo que no había la posibilidad de que los chicos de último año se fijarán en ella, sin pensar en lo que eso podía dolerle a su mejor amiga.
—Lo lamento, Jenny, es solo que… no quiero que esos chicos grandes te hagan daño.
—Yo tampoco quiero que el chico guapo te haga daño por eso voy a decirte algo, solo espero que no te enojes conmigo —se dijo a si misma que lo que estaba a punto de decir no era movido por los celos que sentía por Lara, sino por el cariño que le tenía pero de eso, no estaba tan segura—. Dante te quiere, y mucho, de eso no hay duda… pero, no de la forma que tú a él.
Esa misma tarde cuando el timbre para salir sonó, Dante ya esperaba a su chispitas fuera del colegio. Estaba preocupado, Lara no le había hablado en días y no había contestado sus mensajes.
Eso no era normal.
La última vez que la había visto —el día que salió con Alexandra—, aunque estaba lejos, había notado la tristeza en su rostro y no le había gustado nada, odiaba ver triste a esa chica.
Lara era como un pequeño rayo de sol que iluminaba su mundo. Y no era que su mundo fuera oscuro, lleno de tinieblas o esas mierdas que salían en los libros, todo lo contrario; era un chico feliz, la más grande de sus penas siempre sería la muerte de padre pero eso tampoco lo había marcado convirtiéndolo en un bad boy, su vida junto a él fue feliz y luego cuando él y su madre quedaron solos —a pesar de que a ambos les hacía falta Arthur Hanks—, lo siguió siendo. Lara era un complemento; la hermana que nunca tuvo. Quería a esa niña y por lo mismo estaba preocupado.
La vio en cuanto salió, miraba con el ceño fruncido a su morena amiga que parloteaba sin cesar, hasta que de pronto rompió a reír pero aunque sonreía no había alegría en sus ojos, en esos ojitos celestes que a Dante tanto le gustaban.
Lara no pudo aguantar las ganas de reír, Jenny le contaba el fracaso que había sido su cita con un chico de segundo que le había pedido salir una y otra vez desde que comenzaron la escuela.
—¡No te rías, que de verdad fue un tremendo asco! —se quejó la morena. La cita con Wilson de verdad fue horrible y había pensado jamás decir nada al respecto pero ver a su amiga con esa cara de lástima ya le estaba aburriendo y sabía que contarle que el muy idiota la había invitado al cine y a comer con boletos de descuento —de esos que salen en el periódico—, haría reír a cualquiera.