La hora de la cita no dejaba de aparecer en mi mente y me levanté temprano a pesar de saber que faltaba medio día para nuestro encuentro. Siempre me ha gustado arreglarme para ir a lugares que no son importantes y ocultar mi imagen para no causar controvercias
No quise que el chofer de mi padre me llevara al centro comercial donde estaba el cine, me fui temprano y caminé sabiendo que el lugar quedaba lejos. De camino pasé frente a una florería y compré un ramillete, sé que no era una cita, pero si ella me había dado pase ¿por qué no comenzar a ser más romántico?
Y cuando llegué al cine no estaba todavía Dong Hye, aún faltaba más o menos una hora para que comenzara la función y conociendo como era de tardado ordenar las palomitas de maíz, actué rápido y me formé. Todo iba bien, hasta el momento de querer ordenar... en la fila de al lado escuché una voz familiar; se trataba de Jung.
Al igual que yo, Jung también llevaba un ramillete; él de rosas y él mío de orquídeas y margaritas.
—¿Acompañaste a tu mami al cine? — preguntó con una notoria burla y cruzamos miradas.
—No vivimos el mismo caso.
—lo sé, yo vengo con mi novia Dong Hye.
Solté una carcajada.
—¿Tu novia? ¡Ella se casará conmigo! Puedes ser uno de los testigos en el registro civil.
Del ramillete de flores saqué un fino anillo pequeño de plata, de la medida que creía que era el delgado dedo anular de Hye. No iba a pedirle que se casara conmigo, claro, ya que ni siquiera éramos novios. Ese anillo le pertenecía a mi madre, era un amuleto que ella utilizaba en momentos importantes y, aprovechando que no estaba, lo llevé conmigo para utilizarlo. Este detalle hizo que Jung se enfadara y mucho; frenéticamente comenzó a golpearme con las rosas que tenían espinas en sus tallos.
—¡Cállate! ¡No te vas a casar con ella! ¡Dame ese anillo, idiota!
¡Por más que intentara quitarme el ramillete de la cara, el dolor de las espinas clavándose era más fuerte! Cerrar mis ojos y pedirle a Dios que este maniático no me dejara ciego, apenas me cruzaba por la cabeza si es que pensaba en resignarme. Pero espera... Jung también es un hombre y tiene testículos.
Pronto llegó la policía cuando vieron como apretaba con todas mis fuerzas uno de los testículos de Jung y trataron de separarnos. Como consecuencia nos sacaron del cine y la pelea no acabó ahí; estábamos tirados en el suelo agarrándonos a golpes.
—¡Aléjate de ella, estúpido norteamericano!
Su insulto fue como si me hubiera dado las fuerzas para soltar sus testículos y parar el ramo con el que me seguía golpeando.
—Do you want to stop?!— grité sosteniendo sus muñecas sobre él.
—¡Suéltame! ¡Me lastimas! — forcejeó.
Toda la fuerza que usaba ese niño para soltarse también se notó cuando su rostro comenzó a enrojecerse y a jadear. Llegamos a un momento en el que él que nos detuvimos. Esta pelea llamó la atención de los ojos de muchas de las personas que venían a comprar y también de los comerciantes, por desgracia la escena que habíamos armado la había visto Dong Hye.
—¿Están peleando o están grabando un porno gay? — Mencionó nuestra cita entre dientes.
Juro, juro que esa absurda pregunta hizo que toda esta pelea por ella se hiciera la cosa más embarazosa que pude haber hecho en mis 17 años de vida. Estaba sumamente apenado, me levanté y traté de ocultar mi rostro con el barbijo
—Jung comenzó.
—No quiero que me digan quién comenzó la pelea. Se ven ridículos cuando se enganchan en el suelo ¿No saben comportarse? Vayan a arreglarse, voy a comprar las palomitas.
—¿Y los policías? — pregunté.
—Ve a lavarte la cara— respondió Hye de mal humor y sin esperar respuesta de los dos caminó hacia la fila.
Hicimos caso su orden y sin vernos a la cara o caminar cerca, fuimos al baño del cine, cada quien ocupó un extremo de los lavaderos.
Nuestros ramilletes estaban destrozados. No había nada que darle a Dong Hye.
—Es tu culpa —murmuró Jung.
—¿Mi culpa? — lo miré a través del espejo— No sabes controlar tu carácter.
—Quedé como un idiota por tu culpa. Quedé como lo haría un Lee Ryan.
—Ni siquiera me conoces para decir eso.
Nunca parece escuchar a las personas o se ahorró su respuesta. Un silencio largo era llenado por el agua que caía desde el lavadero donde ese chico irritable terminaba de lavarse las manos. Sequé mis manos junto a mi cara y tiré lo que quedaba del ramillete en el cesto de basura, después lo esperé. No tengo idea del porqué lo hice, sólo me quedé recargado a un lado de la puerta.
—¿Qué estás haciendo aquí todavía? Ya terminaste.
Ese chico era más bajo que yo, lo supe desde que estoy en esa preparatoria, no obstante, ¿Por qué ahora le había dado importancia? El bajar sutilmente mi cabeza y ver su ceño fruncido fue algo ¿adorable? No. Los golpes con las rosas me habían dejado idiota, Jung no era nada de eso. Mi mano estaba sobre su coronilla cuando cobré conciencia de mi alrededor.