Mi fama por el instituto se mantuvo estable hasta la fecha. Eran principios de noviembre y el semestre escolar aún no estaba por concluir. El otoño estaba en su plena juventud; era refrescante, pero no te morías del frío con facilidad. Las hojas de los árboles del instituto estaban pintadas de color carmesí. Sin duda, a pesar de ser una institución, el paisaje era hermoso con esos colores. ¿Cómo se vería Dong Hye vestida para la ocasión?
Y hablando de Dong Hye, se tomó la molestia hace un par de meses de volverme a inscribir en el tedioso club de Jung. Las cosas ahí no cambiaron mucho. Me pedían hacer cosas —que no tenían nada que ver con el club— pero no frecuentemente. También gastaba mi tiempo leyendo historietas con algunos miembros del club o jugando videojuegos. A Jung no le importaba demasiado que gastáramos así nuestro tiempo, puesto que estaba muy ocupado con su campaña para postularse como miembro del consejo estudiantil. Tenía atoradas las ganas de arruinarle la campaña.
Una tarde en la cual Jung hacía un listado de las propuestas de lo que haría para quedar dentro del consejo estudiantil, me encontraba durmiendo, cubriendo mi cara con uno de los aburridos libros del club, para evitar que me hicieran memes mientras descansaba en el sofá o que incluso me pintaran la cara.
La puerta del club se abrió de golpe, cosa que me despertó.
—¡Song Moon Jung Hobae! —exclamó Dong Hye.
—¡¿vicepresidenta?!
Me senté de golpe en el sofá y el libro cayó al suelo.
—¿Sucedió algo, Dong Sunbae? —Jung dirigió su mirada hacia Hye.
—Tengo una idea de lo que podrías hacer para ganar más votos.
—¿Qué puedo hacer?
—Muchos compañeros se han quejado del mantenimiento de las duchas en el gimnasio y quisieran que hubiera más accesibilidad a las toallas, también que el agua sea suficiente.
—Tomaré medidas de esto.
—Y también se han quejado de los jardines.
—¿De los jardines? ¿Qué pasa con los jardines?
—Las chicas quieren tomarse selfis extravagantes y el paisaje no ayuda mucho en eso.
—Están en perfectas condiciones
Jung echó un vistazo rápido por la ventana que daba para los jardines.
—Pero Jung... las fotos para una mujer son especiales...
—¡Estará reluciente este fin de semana! Dong Sunbae ¿puedes acompañarme el viernes después del instituto a escoger las flores y las plantas que más te gusten?
—¡Claro!
—¿Y yo qué, Jung? — pregunté.
No tenía ganas de ir, pero no quería que Jung pasara tiempo con la presidenta.
—También puedes venir— insistió Hye.
—Sólo para cargar lo que compremos...— aclaró Jung
—¡Sin problemas!
Pasaron los días que faltaron para el viernes y Jung se encontraba cada vez más nerviosopor los resultados de las elecciones. No sé por qué se preocupaba si su lugar en el consejo estudiantil estaba asegurado con el simple hecho de ser amigo de Dong Hye.
***
No pasamos a casa cuando salimos del instituto ese tal viernes. Nos fuimos directamente a la zona de la ciudad en donde se concentra todo lo relacionado con la floristería. Creo que Jung había investigado del lugar o lo había visitado antes, porque parecía tener agilidad al moverse por ahí y no sé por cuánto tiempo más caminamos o cuantas tiendas pasamos, en cambio lo sentí eterno. De no haber sido porque tengo una buena condición física mi lengua estaría afuera como la de un perro.
La tienda donde Jung nos llevó era sorprendentemente grande y maravillosamente arreglada. El ruido de ahí adentro era generalmente provocado por las abejas que se alimentaban de los productos; su techo esférico estaba tapizado de campanillas; las paredes eran cubiertas por un sinfín de macetas con diversas flores; en medio de la tienda se encontraba una gran fuente redonda.
—Este es el lugar a donde los quería traer.
Dijo Jung dibujando una sutil sonrisa en su rostro a penas visible. Había sido la primera vez que lo vi sonreír sin preocupación alguna y aunque apenas se pudiera notar me hacía sentir una profunda satisfacción. Su profunda sonrisa hizo que me perdiera en un vacío, como si no pensara en nada más, un trance o algo así. Cuando menos me lo esperé, volteó a verme y fijó su mirada en mí por segundo que transcurrieron lo más lento posible. Sus ojos tenían una profundidad que devoraba todos tus pensamientos y transmitían una abismal soledad que era contagiosa; tenía la necesidad de acabar con esa triste soledad.
—Lee Ryan, Song Sunbae.
Ambos volvimos a nuestros sentidos y miramos a la presidenta.
—¿Qué pasa? — pregunté.
—La señorita nos ha preguntado hace unos minutos que era lo que buscábamos.
—Oh, cierto, veníamos por unas flores.
—Eso lo sé, Song Jung— dijo entre risas la señorita encargada de la tienda—. ¿Esta vez no vino tu madre contigo? ¿O trajiste contigo a tu novia y a tu amigo?