Capítulo 1:
La paloma que arruino mi buen día
“Tarde, otra vez tarde tarado”
Se repetía Ángel, a las 8:45 am.
Ángel se había quedado dormido otra vez, y si no salía en 5 minutos exactos, no llegaba a tomar el autobús que lo dejaba en el trabajo. Lo bueno es que tenia la parada a una cuadra y sabia el horario en el que iba a pasar. Lo malo es que siempre se queda dormido.
Pero a pesar de todo, llegó. Se levanto de golpe, se colocó el pantalón del uniforme, las zapatillas y la chomba a combinar. No iba a perder tiempo cambiándose. Tomo su mochila con el resto de su ropa y ya se la colgó al hombro. Entro rápido al baño, se miro al espejo y con la toalla se froto los ojos quitándose las lagañas de ellos. Se enjuago los dientes y se peino con las manos llenas de gel los cabellos pelirrojos. Lo único bueno es que ya se habían acostumbrado a que sus rulos eran descontrolados y ni el gel hacia el milagro de retenerlos dentro de su gorra, por eso no le decían nada si parecía despeinado, ya era casi su toque personal.
Como ya estaba empezando a refrescar, tomo una chaqueta de cuerina y se fue así, mascando goma sabor menta para no tener tanta hambre ni tan mal aliento.
Saco su pase y se colocó los auriculares, había llega justo a tiempo a la parada. Al minuto de haberse parado allí, el autobús llego. Subió y se sentó, escuchando un poco de rock-pop, el viaje se le hizo corto mirando por la ventanilla a las demás personas trabajadoras madrugar de igual manera que él. Recordó que tenia que terminar un par de trabajos de la universidad, que tenia que hablar para pedir un día libre, y que tenia que evitar comer las papas fritas de hoy, porque le iban a caer muy mal con el estómago vacío que tenía.
Como siempre, le tocaban los turnos de la mañana. No sabia porque, pero desde que había comenzado a trabajar ahí, maso menos unos 6 meses, siempre le tocaban los turnos de la mañana-tarde. Eran muy pocas las ocasiones que el estaba en la noche en el local.
No era un trabajo difícil como para decir que agradecía estar siempre a la mañana. Solo era una de las tantas sucursales de comida rápida que recorre el país. Así que no era un trabajo en donde se estresara o la pasara mal. Por eso no decía nada sobre los turnos mañaneros, es más, ya estaba muy acostumbrado a siempre tenerlos.
Además, le agradaba el gerente que siempre tenía en ese turno.
Bueno, más bien, le gustaba mucho ese gerente.
Un joven adulto, entrando a sus treinta, alto, forzudo, usaba lentes para leer que lo hacían ver irresistible y siempre tenia que estar de camisa y corbata, lo cual lo hacia ver como un ser intelectual y superior, exitoso, como un líder nato. Y eso le gustaba mucho a Ángel.
Lo trataba muy bien, eran casi amigos, charlaban, tenían chistes internos y se molestaban mutuamente. En su imaginación, Ángel ya se había casado con él y habían adoptado a 5 hijos.
“Se vale soñar” pensaba.
Era triste saber que era heterosexual y por sobre todas las cosas, tenía novia. Incluso estaba comprometido, el mes pasado le había mostrado con orgullo su argolla, diciéndole que se lo había propuesto a su novia durante sus vacaciones y que tal vez el próximo año se casara.
Como buen amigo, lo felicito. Pero toda esperanza murió dentro de él.
Así, entre suspiros, charlas amenas sobre temas de interés común, algún que otro grito o llamado de atención, pasó su jornada laboral.
A penas salió, reviso su celular. Las 16:30 pm.
Un montón de mensajes comenzaron a llegarle. Eran sus amigos, querían salir a tomar un par de cervezas por la ciudad. Analizo si podía ir, tenia dinero, tenia tiempo y al otro día no tenía que trabajar.
Contesto que sí, y se dispuso a ir a su casa a cambiarse. Emocionado ya por la idea de ver a sus amigos y relajarse, tal vez hasta llorar por su corazón destrozado.
Salió del local, despidiéndose de Jess, su amor platónico, y camino hasta la parada. Pensó que era su día de suerte, porque a los dos minutos de haberse parado allí, el autobús llego. Se acomodo en un asiento de atrás y volvió a escuchar música, pensando en lo que se iba a poner, lo que iba a tomar, a donde exactamente quería ir esa noche…hasta que el autobús se paró.
Al parecer se había pinchado una rueda. Y ahí pensó que todo estaba saliendo demasiado bien, que sí, un poquito de mala suerte tenía que tener. Como ya se estaba haciendo tarde, decidió que caminaría el resto del trayecto, no estaba lejos y bien si caminaba rápido estaría en su casa en unos 10 minutos más.