El aire comenzaba a enfriarse, y las luces navideñas que llenaban las calles traían consigo una especie de nostalgia mezclada con emoción. Las guirnaldas iluminadas colgaban entre los edificios, y las vidrieras comenzaban a exhibir sus decoraciones festivas, lo que hacía que las tardes se sintieran más acogedoras, más íntimas. En el instituto, la cuenta atrás hacia las vacaciones de Navidad se sentía en cada rincón: risas apagadas, rumores de fiestas y viajes en familia, y el leve murmullo de los exámenes finales que ya se avecinaban. Pero para Javi y para mí, había algo más en el aire, algo que nos tenía caminando sobre un terreno que ninguno de los dos se atrevía a reconocer por completo.
Mientras los días avanzaban y el final del trimestre se acercaba, los cruces de miradas entre Javi y yo se hacían más largos, más intensos. Era como si esas miradas cargaran una electricidad latente que cada vez resultaba más difícil de ignorar. Había momentos en los que, aunque estuviera rodeada de compañeros de clase o caminando con Clara por los pasillos, sentía que sus ojos azules se clavaban en mí, y, por un instante, el mundo desaparecía. No importaba el bullicio a nuestro alrededor, no importaban las bromas de Andrés ni las risas de Clara, solo estábamos él y yo. Era una sensación extraña, como si el frío del invierno no pudiera alcanzarnos cuando nuestras miradas se encontraban, como si nos envolviéramos en una burbuja invisible que nadie más podía ver.
Uno de esos días, mientras salíamos de clase, Clara y yo caminábamos por el pasillo riendo de algo que Andrés había dicho. De repente, sentí una mano rozar mi hombro, y al girarme, allí estaba Javi, pasándome por el lado, con su habitual expresión de misterio.
—Hey, Sofía, ¿todo bien? —me preguntó, su voz tranquila y baja, pero con esa intensidad que siempre lo acompañaba.
Me tomó un segundo responderle. El simple hecho de que se detuviera a hablarme de manera casual hacía que mi corazón latiera un poco más rápido de lo normal.
—Sí, todo bien, ¿y tú? —le respondí con una sonrisa algo nerviosa.
—Todo en orden —su mirada permaneció en la mía un poco más de lo que solía ser normal. Parecía querer decir algo más, pero finalmente se limitó a hacer una pequeña inclinación con la cabeza antes de seguir caminando.
Clara me miró de reojo y, con una sonrisa burlona, me dio un codazo.
—Va, que el chico está loco por ti —susurró con picardía.
—¿Te imaginas? —le respondí, mi sonrisa me delataba.
Había algo en el aire entre Javi y yo que no podía ignorar. Y lo sentía más fuerte conforme se acercaba una fecha especial para mí: mi cumpleaños. Siempre me había hecho ilusión celebrarlo, pero este año, esa emoción se mezclaba con una sensación de expectativa que no podía explicar del todo. Coincidía con los exámenes, lo que significaba que no podría hacer grandes planes, pero lo que más rondaba mi cabeza no era eso. Lo que más me importaba, lo que me robaba el sueño por las noches, era la idea de que Javi me felicitara ese día.
¿Me daría dos besos? Tal vez sería el momento perfecto para sentirlo más cerca, aunque solo fuera por un segundo. Mi imaginación no paraba de crear escenarios en los que él se acercaba, me susurraba algo al oído y, justo antes de darme esos dos besos, nuestros rostros quedaban tan cerca que casi podía sentir su respiración en mi piel. Mis pensamientos se llenaban de esas imágenes y, aunque intentaba concentrarme en los estudios, mis fantasías terminaban ganando la batalla.
El día del examen llegó finalmente. Las caras de mis compañeros reflejaban una mezcla de nervios y concentración. Nadie parecía tener en mente nada más que el examen, las hojas en blanco y las horas que quedaban por delante. Clara no podía evitar meter su cuchara en todo. Durante la hora de estudio, se inclinó hacia Javi con una sonrisa pícara, lista para provocar.
—Oye, Javi, ¿sabes quién cumple años hoy? —le preguntó, lo suficientemente alto como para que yo también escuchara.
Javi la miró, confuso, arqueando una ceja.
—¿Tú? —respondió, intentando seguirle el juego, aunque no tenía mucha seguridad.
Clara puso los ojos en blanco, divertida, pero fingiendo indignación.
—¡No, hombre! Yo cumplí hace dos meses, ¿no te acuerdas que me diste una caja de bombones? —exclamó con ironía—. Venga, piensa un poco… ¡Sofía! —dijo, señalándome descaradamente—. Hoy cumple 17. Ya es toda una mujer, ¿no lo notas?
Mis mejillas se encendieron en el acto. Intenté cubrir mi rostro con una mano, pero no pude evitar reírme ante la escena. Clara siempre sabía cómo robarse el momento y hacer que todo el mundo la mirara.
Javi me miró, sorprendido, como si apenas estuviera procesando la información. Su expresión cambió por completo, y por un momento, me quedé congelada en el asiento. ¿Sería este el momento en que se levantaría, se acercaría y me daría esos dos besos que tanto había imaginado? Mi corazón latía con fuerza, y podía sentir las mariposas en mi estómago alborotándose.
Pero no lo hizo.
En lugar de levantarse, Javi me lanzó un "feliz cumpleaños" desde su asiento acompañado de una cálida sonrisa. Su voz sonaba tranquila, pero sus ojos decían mucho más. Me miraba con esa intensidad que hacía que todo a mi alrededor se desvaneciera, como si quisiera acercarse, pero algo lo retenía. La distancia entre nosotros parecía insalvable, una línea que ninguno de los dos se atrevía a cruzar.