El fin de año había llegado, y con él, ese cosquilleo nervioso de estar a punto de cerrar una etapa. Era nuestra última celebración como estudiantes del instituto, y, aunque todos hablaban de la fiesta de después de las campanadas, yo no podía evitar pensar en que quizás esta noche cambiaría algo entre Javi y yo tras más de diez días sin vernos ni saber nada el uno del otro. O quizás no. Eso era lo que más me aterraba.
—Sofía, relájate un poco, por Dios —dijo Clara, mirándome desde el espejo mientras terminaba de hacerse las ondas en el pelo—. Te vas a comer la cabeza antes de que empiece la noche.
—Es que no lo puedo evitar —respondí, dejando escapar un suspiro—. Hoy tiene que pasar algo. Lo sé.
Clara rodó los ojos mientras aplicaba una última capa de brillo en sus labios.
—Llevas diciendo eso todo el mes. Sofía, no puedes estar esperando a que Javi haga algo cada vez que os veis. Si esta noche no pasa nada... pues lo haces tú. ¿Qué más da?
Me mordí el labio, incapaz de responderle. Sabía que tenía razón, pero no era tan sencillo. Llevaba tanto tiempo esperando que Javi tomara la iniciativa, que decirle algo yo misma me parecía imposible. Me miré al espejo, viendo cómo el vestido negro ajustado realzaba mi figura delgada. Mi piel clara y los ojos azules contrastaban con el oscuro tono del vestido que Clara y yo habíamos elegido hacía semanas. Recogí mi cabello ondulado en un moño, dejando al descubierto mi cuello. El conjunto me hacía sentir elegante, más segura. Pero, ¿sería suficiente para cambiar algo?
Clara se unió al espejo, apoyando su cabeza en mi brazo, ya que su 1,55 m de estatura no le permitía apoyarla sobre mi hombro. El espejo nos devolvió una imagen curiosa: yo, alta y delgada, con el vestido negro que moldeaba mi figura, y Clara, pequeña y llena de energía, con su falda corta y blusa estampada, contrastando por completo conmigo. Mientras yo intentaba controlar mis nervios, ella irradiaba su típica despreocupación.
—Mira qué par de bellezas —dijo, mientras ponía morritos exagerados frente al espejo—. Tú, toda elegante, y yo... la versión mini de una Spice Girl en apuros.
No pude evitar reírme.
—¿Cuál serías? —le pregunté, tratando de seguir su broma.
Clara puso su mano en la barbilla, fingiendo estar pensativa.
—Obviamente, ¡Mini Sporty Spice! Porque ya ves, el sport me sale hasta por los poros... —dijo, moviendo las cejas de forma exagerada—. Aunque a mí nunca me pillarán con ese moño tan serio.
—En serio, Sofía. Si te lo propones, puedes. Y créeme, Javi no va a saber qué hacer cuando te vea —Clara se acercó a mí y me apretó el hombro con una sonrisa cómplice—. Vas a dejarle sin palabras.
—Eso espero —murmuré mientras me delineaba la raya del ojo con el lápiz negro, queriendo destacar mis ojos azules.
El aire helado de diciembre nos envolvía mientras Clara y yo cruzábamos la plaza hacia el autobús que nos llevaría a la fiesta de fin de año. Aún quedaban algunos compañeros afuera, charlando y riendo, pero la mayoría ya se había acomodado dentro del vehículo. Entre los que esperaban, mi mirada se posó inevitablemente en él.
Javi.
Vestido con un traje que le quedaba impecable, con la chaqueta entallada y la camisa blanca desabotonada en el cuello, sin corbata. La luz de la farola cercana lo iluminaba suavemente, dándole un aire elegante y un poco misterioso. Sentí que mi corazón se aceleraba cuando, por un breve momento, nuestras miradas se cruzaron. Él apartó los ojos casi de inmediato, como si le costara sostenerla. Pero no antes de que notara cómo su mirada se desviaba hacia mí más de una vez, incapaz de evitarlo.
—¿Lo viste? —susurró Clara emocionada, dándome un codazo disimulado—. No ha dejado de mirarte desde que nos acercamos.
—No lo sé... —murmuré, insegura—. Puede que solo haya sido un vistazo.
Pero en el fondo, sabía que no era así. Javi seguía con sus amigos, de pie junto al autobús, y aunque hablaba con ellos, cada vez que podía, sus ojos volvían a mí, como si no pudiera resistirse. Aun así, no se atrevía a venir a saludarnos.
Diego, uno de nuestros compañeros, nos saludó con su habitual entusiasmo mientras pasaba junto a nosotros.
—¡Sofía, Clara! Estáis increíbles, ¿listas para la mejor fiesta del año? —dijo, agitando las manos al aire con exageración.
—¡Por supuesto! —respondió Clara con una gran sonrisa—. Vamos a romperla esta noche.
—Eso seguro —dijo Diego, haciendo una mueca divertida antes de dirigirse hacia el autobús.
Mientras tanto, Javi seguía en su lugar, hablando con Andrés, quien parecía ser el único que no se daba cuenta de la tensión que flotaba en el aire. Sentí que mis pies se volvían cada vez más pesados a medida que nos acercábamos, pero justo cuando pensé que Javi podría dar el paso hacia nosotras, una voz estruendosa interrumpió el momento.
—¡Venga, chicos, subid ya! —gritó el chófer, asomando la cabeza por la puerta del autobús—. ¡Nos vamos en dos minutos, el que no esté dentro, se queda!
El grupo se alborotó, y en cuestión de segundos, todos los que estaban fuera comenzaron a apresurarse para subir. Javi, tras una última mirada en nuestra dirección, siguió a Andrés y los demás hacia el interior del autobús. Mi estómago se encogió un poco, decepcionada por no haber tenido la oportunidad de hablar con él.