El primer vuelo de mis mariposas

Capítulo 9

El día amaneció con un cielo que parecía reírse de mí. Después de la magia bajo las estrellas del sábado, el lunes me traía de vuelta a la realidad... Y la verdad sea dicha, no estaba preparada. Como siempre, Clara se encargó de empeorar la situación el domingo, cuando me llamó por teléfono.

–Tía, ¡cuéntame ya! –gritó nada más descolgar.

–¿Que te cuente qué? –intenté hacerme la tonta, pero Clara no se andaba con rodeos.

–No me jodas, Sofi. Sé que hubo tema que te quema con Javi. Lo veo en tus ojos... Aunque no pueda verte, lo siento en tu voz. Cuéntame la noche, ¡cuéntame lo que pasó bajo las estrellas!

Suspiré, porque era verdad. Clara era una bruja para estas cosas.

–Bueno... Fue una noche increíble, pero tranquila, Clara. Bebimos, comimos, charlamos, y, nos miramos mucho… Ya está. Todo con mucho decoro. Demasiado diría yo.

–¡¿Y el beso para cuándo?! –gritó emocionada al otro lado de la línea–. ¿Y ahora qué?

–No sé... No hemos hablado desde entonces. Y para colmo, mañana lo veré sin una gota de alcohol en el cuerpo. ¡Qué horror! No sé qué va a pasar.

–Lo que va a pasar es que vas a mirarle a los ojos y te vas a derretir como siempre, y él también. Vais a acabar juntos, ya verás.

–Ojalá fuera tan sencillo, pero...

–Pero nada, tía. Mañana lo clavas. Y si no, ya sabes que estoy aquí para hacerte de coach.

¿Coach? En ese momento, me sentí más como si necesitara un milagro que coaching. Especialmente cuando me desperté el lunes con un grano enorme en la barbilla, como si fuera un faro anunciando: "¡Tu regla está en camino!". Me miré al espejo y pensé: "¿En serio? ¿Hoy?". Después de diez minutos intentando camuflar el cráter con maquillaje, me dirigí a clase sintiéndome como una chica pre-adolescente otra vez. Cada paso hacia el instituto lo daba con una inseguridad que no recordaba haber sentido desde los catorce.

Cuando entré en clase, mi primer deseo fue no cruzarme con Javi. Porque, ¿a quién iba a ver él primero? ¿A mí o a mi grano? Por suerte, si se le podía llamar así, él aún no había llegado. Clara tampoco. Y eso ya era raro. Miré a mi alrededor. Todos los del bus escolar estaban ya en sus sitios, pero Clara no. "¿Dónde coño está?", me pregunté. No tenía tiempo de pensarlo más, porque justo cuando el profesor de filosofía iba a cerrar la puerta, Javi apareció corriendo, casi golpeándose contra el marco, y se sentó junto a Andrés, sonriendo de oreja a oreja.

Cuando se giró para colgar su chaqueta en la silla, me lanzó una sonrisa casual acompañada de un:

–Buenos días, Sofi.

¡Ay! ¡Me había llamado Sofi por primera vez! Floté por un momento, pero volví a la realidad: ese día yo no era una persona, era un grano andante. Así que le devolví una sonrisa insegura, con la barbilla estratégicamente apoyada en mi mano, tapando el volcán que había decidido aparecer en el peor día posible.

Durante el primer cambio de clase, Javi se levantó y se acercó a mi mesa con su sonrisa despreocupada mientras los demás estudiantes intercambiaban miradas somnolientas y bostezaban. Yo, por supuesto, seguía parapetada detrás de mi libro y con la mano en la barbilla, preguntándome: ¿en serio? ¿Todo un curso para haber hecho esto y tiene que ser justo hoy?

–¿Puedo? –dijo señalando la silla vacía a mi lado.

Andrés observó la jugada con una sonrisa maliciosa.

—¡Vaya, vaya! —dijo, haciendo un gesto exagerado con las manos—. El príncipe por fin deja el castillo para rescatar a la princesa. ¿Qué pasa, Javi? ¿Te cansaste de mis encantos o es que Sofía tiene mejores apuntes que yo?

Javi lo miró de reojo, intentando no reírse.

—Eso sí, si te roba el bocadillo como yo, ya sabes que es amor verdadero —remató Andrés, lanzándole un guiño cómplice.

–Eh... sí, claro –respondí, un tanto nerviosa, intentando que mi voz sonara tranquila.

Él se sentó con un movimiento ágil, apoyando los codos sobre la mesa como si no hubiera nada raro en esta situación, mientras yo intentaba, con todas mis fuerzas, no parecer una estatua.

–Así no te sientes solita… ¿Sabes algo de Clara? –preguntó, frunciendo ligeramente el ceño.

–No, ni idea... –respondí mientras luchaba por mantener mi tono neutral, aunque en mi cabeza no dejaba de sonar un "por favor, no me mires mucho".

Javi me miraba directamente, esos ojos claros en los que era tan fácil perderse, y que parecían perforar cualquier fachada que yo intentara levantar. Por un segundo, pensé que él podía ver más allá de mi mano, como si supiera exactamente lo que estaba escondiendo.

–¿Estás bien? –preguntó, ladeando la cabeza, como si notara mi incomodidad.

–Sí, sí... solo... cansada, ya sabes… Es lunes –dije rápidamente, intentando desviar la conversación mientras mantenía el libro entre nosotros como si fuera un escudo protector. Pero claro, Javi, con su naturaleza despreocupada, seguía hablando y sacándome sonrisas con sus bromas.

Cada vez que me miraba o me clavaba su dedo índice en las costillas para hacerme reír, sentía cómo mi inseguridad aumentaba por mil. ¿Cómo puede un simple grano arruinar tanto mi día? Intentaba responderle con monosílabos, con la esperanza de que no me mirara a la cara demasiado.




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