El primer vuelo de mis mariposas

Capítulo 11

Las dos semanas decisivas. Así las llamábamos Clara y yo. Eran esas dos malditas semanas de exámenes que definirían si podríamos ir o no a la universidad. A veces me pregunto si la vida de verdad tiene que jugarse en unos cuantos días de estrés, con la cabeza a punto de explotar entre apuntes de historia y fórmulas matemáticas. Pero claro, nosotras encontrábamos nuestras formas de "desestresarnos", o al menos intentarlo.

–¿Nos saltamos la última clase?– sugirió Clara, cerrando el libro de filosofía con un golpe seco mientras lo guardaba en su mochila. La última hora era filosofía, y sinceramente, Sócrates podía esperar. Nos miramos un segundo, y la respuesta estaba clara.

–La playa nos espera– respondí, casi sin pensarlo. La idea de sentarnos bajo el sol, con la brisa del mar enredándonos el pelo, era mucho más tentadora que cualquier idea platónica. Filosofía podía esperar; nuestra paz mental, no.

Apenas 300 metros nos separaban de la playa, y en cuanto pisamos la arena, el peso de los exámenes pareció esfumarse. Andrés ya estaba allí, sentado con los apuntes tirados a un lado, sus gafas de sol reflejando el mar. Claro, siempre se nos adelantaba en nuestras "escapadas estratégicas". Y Javi, bueno, él también se apuntaba a casi todas, así que no fue una sorpresa verlo llegar con esa sonrisa enigmática que siempre me hacía preguntarme en qué pensaba.

–¿Y ahora qué? ¿Historia o mates?– preguntó Javi, aunque su tono sugería que ni él se lo tomaba en serio.

–Yo voto por ninguna– contestó Andrés, tumbándose en la arena, dejando claro que no pensaba abrir ni un solo libro en lo que quedaba del día. –La brisa del mar es lo único que necesitamos para pasar estos exámenes.

Nos sentamos en círculo, la brisa salada jugando con nuestros cabellos. Clara comenzó a dibujar figuras en la arena, distraída, hasta que, de repente, soltó la pregunta.

–Oye, Javi, ¿cómo es que nunca hablas de tus padres?

La pregunta cayó como una bomba en medio de la tranquilidad que habíamos creado. El silencio que siguió fue más largo de lo esperado. Le di un codazo a Clara, una advertencia tardía, pero ya era imposible deshacerlo.

Javi se quedó quieto, mirando al horizonte. Su sonrisa habitual desapareció, y la tensión en su mandíbula se hizo evidente. Cuando finalmente habló, su voz era baja, contenida, como si las palabras le costaran más de lo que quería admitir.

–No tengo mucho que contar, básicamente porque no tengo madre y con mi padre nos comunicamos lo justo– dijo, y sus palabras resonaron en el aire como un eco lejano.

Clara y yo intercambiamos miradas. Sabíamos que habíamos tocado algo profundo.

–Se ahorcó– añadió, y el aire a nuestro alrededor pareció espesarse, cada palabra cayendo con el peso de una losa.

El silencio que siguió fue insoportable. Andrés dejó de juguetear con sus apuntes, mirándonos a todos con una seriedad que pocas veces le veía. No sabíamos si queríamos que Javi continuara o si deberíamos cambiar de tema, pero él no parecía detenerse.

–Yo siempre creí que fue por mi hermana– continuó, su voz tan tranquila que me incomodaba más. –Mi madre... estaba agotada. Tenía que cuidar de nosotros tres, y un día... se quedó dormida mientras le daba el pecho a mi hermana. Y se asfixió… Mi hermana se asfixió en sus brazos.

Mi respiración se cortó. El mundo a nuestro alrededor parecía detenerse. Ni siquiera el sonido de las olas podía romper ese momento.

Javi apretó los puños, sus nudillos blancos, y su mirada fija en el mar, como si al no mirarnos pudiera evitar nuestra compasión.

–Después de eso, no pudo soportarlo. Se colgó en el sótano de nuestra casa. Supongo que pensó que el dolor desaparecería con ella.

Se detuvo un momento, y cuando continuó, su voz llevaba una carga de amargura que me heló la sangre.

–Pero la verdad es que fue una egoísta. Solo pensó en su propio dolor, en lo que había perdido con mi hermana, y no en lo que dejaba atrás. No pensó en que aún tenía dos hijos más. Nos abandonó. Me abandonó– Javi apretó los dientes, y por un segundo, sus ojos se llenaron de rabia contenida.

Clara y yo apenas respirábamos. Este lado de Javi era nuevo, crudo, y dolía verlo así. ¿Cómo habíamos podido estar tan ciegas a lo que llevaba dentro?

–Ella se fue, y dejó a mi padre, a mi hermano y a mí tirados... como si no importáramos. Como si fuéramos invisibles. Luego vino la mudanza… Empezar de cero…– explicaba mientras miraba al horizonte…

El silencio que siguió fue insoportable. Quería decir algo, hacer algo, pero todo lo que me venía a la cabeza parecía ridículo frente a lo que acababa de escuchar.

Clara me miraba con los ojos muy abiertos, buscando una forma de arreglar lo que ella misma había desatado. Andrés, por su parte, seguía en silencio, su habitual despreocupación reemplazada por una seriedad que nunca había visto en él.

–Lo siento mucho, Javi– logré decir, mi voz apenas un susurro. Pero él negó con la cabeza.

–No tienes que sentirlo– dijo, finalmente volviendo su mirada hacia nosotras. –Es solo mi historia. Es lo que hay.

Otro silencio incómodo nos envolvió. Javi estaba de vuelta en ese lugar oscuro en el que a veces se refugiaba, y ninguna de nosotras sabía cómo sacarlo de allí. Entonces, Clara, en un intento desesperado por aliviar la tensión, soltó una de sus típicas frases:




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