El primer vuelo de mis mariposas

Capítulo 12

Pasé el domingo flotando, como si cada paso que daba no tocara el suelo. “Tengo novio… ¡mi primer novio!” repetía una y otra vez en mi cabeza, una sonrisa boba pegada en mis labios. No podía evitar reírme sola, como una tonta completamente enamorada. Clara, mientras tanto, suspiraba a mi lado.

—Madre mía, lo que me espera… —dijo, fingiendo resignación, mientras trataba de estudiar, frustrada por mi estado de éxtasis.

Yo no podía concentrarme en nada que no fuera Javi. Al día siguiente teníamos ya exámenes, y el deber me llamaba, pero… ¡Javi! Pensar en cómo me acariciaba la mano durante la película me desbordaba. Y entonces, la pregunta del millón: ¿cómo demonios lo iba a saludar al día siguiente? El simple pensamiento me hacía palpitar el corazón.

—Clara, ¡ay, madre! ¿Cómo le saludo? —le pregunté, como si ella fuera la gurú del amor adolescente.

—Pues, chica, ¿qué tal un beso? —respondió, alzando las cejas, divertida.

—¿Un beso? ¡Joder, qué nervios! ¡¿Qué hago?!

Sentía que mi mente era una montaña rusa, en una subida interminable hacia lo desconocido. Eufórica un momento, histérica al siguiente. Clara, cansada de mis idas y venidas, decidió dejarme sola para estudiar en paz. Y ahí me quedé, con mis pensamientos revoloteando alrededor de Javi, de lo que significaba tener un novio. De repente caí en la cuenta.

¿Y si mi padre se entera?

Su advertencia constante resonaba en mi cabeza: "Los estudios son lo primero, Sofía. No quiero enterarme de que andas tonteando con chicos". Mi pecho se apretó solo de imaginar su reacción. Era mi primer novio, y lo único que quería era disfrutar de ese momento, pero la sombra de su desaprobación siempre estaba ahí, acechando. Sabía que no podía contarle, no todavía, y esa doble vida, la de la hija perfecta y la chica enamorada, me agobiaba.

¿En qué me había metido? Esa noche no pegué ojo.

A la mañana siguiente, no podía ni desayunar. Mi estómago estaba hecho un nudo de nervios, incapaz de procesar nada que no fuera la anticipación de verlo. Al llegar a clase, ahí estaba él, sentado en su sitio. El corazón me dio un vuelco. No sé qué me pasó, pero lo único que se me ocurrió fue lanzarle una sonrisa boba y caminar hacia mi mesa como un robot. Clara, por supuesto, no perdió la oportunidad de reírse.

—¡Vaya dos! —dijo entre risas, mientras yo intentaba no derretirme en el suelo.

El día no nos dio muchas oportunidades de hablar. Era una maratón de exámenes, tres en un solo día, y mi mente estaba más ocupada en las nubes que en las clases. Cada vez que Javi se giraba para mirarme, mi corazón se detenía. Nuestras miradas se cruzaban, y el mundo desaparecía por un segundo. Él tampoco parecía poder concentrarse demasiado; me lanzaba sonrisas de vez en cuando, como si compartiéramos un secreto.

En uno de esos descansos breves entre clases, lo vi acercarse. El tiempo se ralentizó, mis manos comenzaron a sudar y mi corazón latía tan rápido que temía que él lo escuchara.

—¿Qué tal? —me preguntó, su sonrisa tímida derritiéndome por completo.

—Bien, bien... —respondí, sintiendo que mi voz se apagaba, incapaz de formar frases coherentes. El silencio que siguió fue tan espeso que podía cortarse con un cuchillo. ¿Por qué era tan difícil hablar con él? ¡Era Javi! Mi Javi.

Ambos nos quedamos ahí, sin saber muy bien qué decir. Se rascó la nuca, un gesto que me hizo sentir menos sola en mi torpeza. Él también estaba nervioso. Eso me dio algo de consuelo.

—¿Cómo llevas los exámenes? —preguntó, sus ojos claros mirándome con una intensidad que hacía que todo lo demás desapareciera.

—Ah... bien... supongo —logré articular. Por dentro, me quería morir de la vergüenza. ¡Vamos, Sofía, di algo interesante!

Él sonrió, y esa sonrisa fue todo. No necesitábamos más palabras. Nos quedamos un segundo más, mirándonos, hasta que el timbre sonó, y el momento se esfumó. Nos quedamos ahí, con la promesa de algo que aún no sabíamos cómo materializar.

Antes de que nos separáramos, me armé de valor y solté lo que pensé que sería la pregunta del millón:

—¿Qué vas a hacer después de clase, por la tarde?

Por un instante, imaginé que todo encajaría: una tarde juntos, un beso, quizás más de una sonrisa cómplice. Pero su respuesta me devolvió a la realidad.

—Tengo que estudiar... —dijo con un tono de disculpa que me rompió un poquito el corazón.

—Ah, claro... yo también. —Mentira. No tenía ni una pizca de cabeza para los libros en ese momento.

Nos quedamos en silencio un segundo más, con nuestras miradas conectadas pero sin saber cómo dar el siguiente paso. Y entonces, él volvió a sonreír, esa sonrisa que me hacía sentir que todo estaba bien en el mundo.

—Nos vemos luego —dijo, haciendo un pequeño gesto de despedida.

—Sí... luego.

Lo vi alejarse por el pasillo, dejándome plantada con una mezcla de emociones confusas en el pecho. ¿Qué había pasado? Nada... y todo al mismo tiempo.

El último examen se sentía interminable. El reloj colgado en la pared parecía moverse a cámara lenta, cada segundo resonando en mi mente, como si el tiempo se burlara de mí. A mi alrededor, los demás también estaban concentrados, pero mi atención estaba dividida entre el papel frente a mí y la figura de Javi, en la mesa de la fila de al lado. Lo veía de reojo, su espalda ligeramente encorvada sobre el escritorio, la cabeza baja y concentrada en su examen.




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