El nudo en mi estómago estaba tan apretado que casi no podía respirar. Hoy tenía que ser diferente. No podía seguir con esta incertidumbre cada vez que veía a Javi. Tenía que hacer algo, pero la simple idea de hablar con él me hacía sudar las manos. Aun así, sabía que no podía dejar que el miedo ganara otra vez.
Lo vi en el pasillo y mi corazón se aceleró, como si alguien hubiera encendido un interruptor dentro de mí. Me devolvió la mirada y sonrió. Esa sonrisa... Dios, era mi punto débil. Mis pies avanzaron antes de que pudiera detenerlos. Cuando me di cuenta, ya estaba frente a él. Antes de poder pensar, lo hice. Me planté delante invadiendo su espacio vital, me puse de puntillas, le miré a los ojos y le di un beso. No fue largo ni apasionado, pero fue el beso que había estado guardando para él desde hacía semanas. Fue corto, rápido, pero con todo lo que llevaba queriendo decirle desde hacía tiempo.
Javi se quedó paralizado, sus ojos fijos en mí. Por un segundo, el mundo parecía detenerse. Luego, algo cambió en su mirada, como si hubiera despertado de un sueño y me cogió de la mano. Su sonrisa apareció, lenta pero segura, y sentí como si una pieza que faltaba en mi vida finalmente hubiera encajado. No hacía falta decir nada. Ese beso, aunque breve, lo había dicho todo.
Después de aquel beso, nos quedamos cogidos de la mano, disfrutando del momento. No había prisa, no había nervios. Pero algo me rondaba la cabeza desde el día anterior, y sentía que debía sacarlo. Lo miré a los ojos y, antes de que pudiera arrepentirme, lo solté.
—Oye, una cosa… —empecé, con un tono algo más serio—. Ayer, después del examen… esperaba encontrarte fuera.
Javi levantó las cejas, claramente sorprendido.
—¿En serio? —preguntó, entre curioso y culpable—. No lo pensé.
—Ah… —dije, con una sonrisa de medio lado, intentando que no sonara demasiado dramático—. Salí, miré a los lados y, nada, habías desaparecido. Y yo como… "¿dónde se ha metido este?"
Él se pasó la mano por la nuca, ese gesto suyo tan característico cuando se sentía un poco incómodo.
—Perdona… —dijo, con una media sonrisa—. De hecho sí lo pensé. Me puse nervioso, Sofía. El examen, lo que pasó el fin de semana... y tú. Todo se me juntó. Quería verte, pero a la vez... me asustaba la idea de no saber cómo actuar contigo.
No pude evitar sonreír, sintiéndome un poco mejor sabiendo que, al menos, no era solo cosa mía.
—¿Por mí? —pregunté, levantando una ceja, haciéndome la interesante.
—Sí, por ti —admitió, con esa sinceridad que me hacía derretir—. Ayer no sabía muy bien cómo actuar contigo… después de lo que pasó el fin de semana. No quería hacerme el desaparecido, pero…
—Pero lo hiciste —lo interrumpí, divertida, aunque en el fondo aún un poco dolida.
—Lo sé, lo sé… soy un desastre —dijo, encogiéndose de hombros—. Perdona, ¿vale? —me apretó suavemente la mano, como para asegurarse de que lo que acababa de decir no me había molestado demasiado—. No pienso volver a desaparecer así.
—Más te vale —le dije, mirándolo con fingida seriedad, pero con una sonrisa que no podía ocultar.
Nos quedamos en silencio un momento, pero esta vez no era incómodo. Era como si esa pequeña conversación nos hubiera dejado más tranquilos, sabiendo que, aunque a veces nos costara, estábamos aprendiendo a estar juntos.
A mí ya me empezaban a rondar muchas preguntas: ya se me había disipado que no tenía dudas acerca de lo nuestro, pero a ver si es que él no había besado nunca a nadie y por eso estaba tan inseguro… Pero con 19 años y siendo tan mono… ¡Ay, no sé! Mil ideas se atropellaban en mi cabeza y en mi estómago una explosión de mariposas que no dejaban de revolotear.
Más tarde, durante el descanso, me lo crucé otra vez. Pero esta vez fue diferente. Javi no dudó ni un segundo en venir hacia mí. Y sin decir una palabra, cogió mi mano. Así, como si siempre hubiera estado destinado a hacerlo. Sentí su mano cálida, y en ese momento, supe que todo había cambiado. Nos miramos, yo con los ojos un poco más abiertos de lo normal, sorprendida, pero a la vez aliviada. Entrelacé mis dedos con los suyos, y ese simple gesto fue como un pacto silencioso entre nosotros. Ya no había más dudas, ni miedos. Estábamos juntos.
El rumor corrió como la pólvora por todo el instituto, y a decir verdad, no me importaba. Caminamos juntos, de la mano, como si lleváramos haciéndolo toda la vida. Y aunque las miradas curiosas y los murmullos nos rodeaban, yo solo podía pensar en lo bien que se sentía tenerlo a mi lado. Ese día marcó un antes y un después. Todo el nerviosismo de los meses anteriores se esfumó, y en su lugar, una confianza nueva empezó a crecer.
Sin embargo, a pesar de esa nueva seguridad, lo único que quería evitar era que mi padre se enterara. No, al menos, hasta que hubiera acabado todo… Todo. Ojalá pudiera aprobar no solo el curso, sino también las pruebas de acceso a la universidad. Si lograba eso, sería más fácil defender mi caso, más fácil demostrarle a mi padre que, a pesar de tener novio, podía mantener todo bajo control. Podría decirle que no me había desviado del camino, que había conseguido equilibrarlo todo perfectamente.
Pero sabía que si él llegaba a saber que Javi y yo estábamos juntos antes de tiempo, su decepción sería inevitable. En sus ojos, tener novio significaba una distracción, un desvío peligroso que podría alejarme de las expectativas que había puesto sobre mí. Cada vez que pensaba en su mirada severa, en su tono autoritario recordándome que “los estudios son lo primero”, sentía cómo la alegría que me daba estar con Javi se veía empañada por la ansiedad.