El primer vuelo de mis mariposas

Capítulo 14

Los días de exámenes fueron un verdadero caos. El miércoles, jueves y viernes se desvanecieron en una vorágine de apuntes, nervios y tilas. No hubo tiempo para besos, ni para las caricias que tanto extrañaba. Apenas nos veíamos entre las aulas y los pasillos, pero con cada mirada fugaz que cruzaba con Javi, un latido insistente me recordaba que pronto todo acabaría. El verano estaba a la vuelta de la esquina.

Aun así, en medio de esa locura, Javi encontraba maneras de hacerme suspirar. A veces, cuando menos lo esperaba, me colocaba un mechón de pelo detrás de la oreja, me besaba la frente o me hacía sentarme sobre sus piernas, y era entonces cuando un torbellino de emociones me recorría. Pero lo peor, o lo mejor, era la forma en que me miraba... esa intensidad que me hacía perder el control por dentro. Cada vez que me daba uno de esos besos rápidos, casi inocentes, me derretía completamente.

El viernes, tras el último examen, Clara lanzó una idea que nadie se atrevió a rechazar: salir de fiesta. Andrés se ofreció a recogernos, y yo, ansiosa por liberar toda la tensión acumulada, en cuanto llegué a casa me arreglé con cuidado, queriendo sentirme segura.

Cuando subí al coche, Clara ya ocupaba el asiento del copiloto y Javi estaba detrás, esperándome con esa sonrisa que me hacía temblar. Apenas crucé la puerta, me atrapó con un beso de esos que te desarman por completo.

¡Dios!”, pensé mientras nuestras bocas se encontraban y el mundo desaparecía por un segundo.

Pero claro, Andrés y Clara seguían hablando y, aunque intentaban disimular, notaba cómo nos miraban de reojo por el retrovisor. Me moría de la vergüenza. Sin pensarlo mucho, me tumbé sobre las piernas de Javi, intentando escapar de su vista, pero él, aprovechando la oportunidad, empezó a besarme de forma más intensa. Ya no eran esos besos rápidos y fugaces. Sus labios acariciaban los míos, atrapándolos con una suavidad que me hacía perder el sentido. Muy, muy lentos.

"Joder, este tío sabe lo que hace", pensé mientras mi corazón latía a mil por hora. "Este sabe latín".

En ese momento, Clara, como siempre, decidió meter baza con una de sus preguntas incómodas:

—Javi, ¿cuándo fue la primera vez que besaste a una chica?

Javi se quedó congelado, mirándola con incredulidad.

—¿En serio, Clara? ¿Tienes que preguntar esto justo ahora?

Pero Clara, siendo Clara, no se echó atrás. Se venía el tercer grado.

—Vamos, Sofía es la que más quiere saber.

—¡Clara! —protesté, pero ya era tarde. La pregunta estaba en el aire y Javi suspiró, resignado.

—Si no recuerdo mal, fue a los 15.

Clara sonrió con picardía.

—No mientas, Javi. Seguro que fue ella quien te besó, ¿verdad?

Javi negó con la cabeza, mientras una leve sonrisa curvaba sus labios.

—No, fui yo.

Lo miré sorprendida, sintiendo una chispa de curiosidad.

—¿Cuánto tardaste en lanzarte? —pregunté, sin pensar demasiado.

La risa estalló en el coche, incluso yo me reí al darme cuenta de mi espontaneidad. Pero Javi, con esa mirada que me hacía derretir, me respondió:

—No me gustaba ni la décima parte de lo que me gustas tú.

Y ahí estaba, en plena caída libre. Sentía que me derretía por completo, mientras el calor me subía por las mejillas.

Clara, sin rendirse, continuó:

—¿Y cuántas relaciones serias has tenido?

—Ninguna. Solo rollos de unos días.

Clara arqueó una ceja.

—Ah, entonces eres virgen.

La respuesta de Javi fue directa.

—No.

El silencio llenó el coche, tanto Clara como yo nos quedamos en shock. Javi rompió el hielo, como quien cuenta una anécdota casual.

—Fue con una chica extranjera, tenía 16... una de esas noches de verano. Un calentón.

Cuando Javi respondió, algo dentro de mí se tensó. Al principio no supe si sentirme aliviada o decepcionada. Saber que su primera vez fue con alguien que no le importaba me dejó en una especie de caos emocional. Parte de mí quería alegrarse, como si eso de alguna manera invalidara la experiencia, como si no contara porque no hubo sentimientos involucrados. Pero otra parte de mí no podía dejar de sentir una punzada de decepción. No pensé que Javi fuera de esos chicos que, por un simple calentón, se acostara con alguien. Lo tenía en una especie de pedestal, y esa revelación lo bajaba de ahí, haciéndolo más humano, pero también más ajeno a la idea que me había formado de él.

"¿Y si ha habido más calentones?", me pregunté sin querer imaginarlo. No podía evitarlo, la duda se deslizó en mi mente como un veneno lento. No quise darle espacio a esa idea, muchos chicos y chicas se acuestan con otros también por presión social… No quise seguir pensando en eso. Intenté callar la maraña de pensamientos que me asaltaban.

Pero una cosa estaba clara: Javi tenía más experiencia de lo que imaginaba. Y, madre mía, lo bien que lo hacía.

Llegamos a la hamburguesería y, aunque todos teníamos hambre, la conversación fluyó entre risas y bromas. Pedimos las hamburguesas más grandes del menú y brindamos con nuestras bebidas, celebrando el fin de los exámenes. Después de llenar el estómago, Clara, siempre competitiva, nos retó a una partida de dardos en el bar contiguo.




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