El futuro dejó de ser una idea lejana cuando entré en el servicio de orientación estudiantil. Mi nota media en la mano sudaba, y las palabras 'Barcelona', 'Valencia' y 'Mallorca' resonaban en mi cabeza, cada una cargada de promesas y miedos. Sabía que una decisión lo cambiaría todo, y esa realidad me golpeó con fuerza mientras esperaba mi turno. Psicología, historia del arte o geografía. Eran carreras que me interesaban de diferentes formas aunque nunca me las hubiera planteado y, al final, me aventuré a echar las solicitudes a las tres.
Cuando salí de la oficina, con una mezcla de alivio y adrenalina, me dirigí a casa de Javi. Tenía que contarle la novedad, además de que sabía que él también estaba a punto de echar la suya a Publicidad. Cuando Javi me abrió la puerta, con ese gesto medio serio que siempre tiene, el nudo en mi estómago se desvaneció de golpe. Su sonrisa, pequeña pero sincera, me devolvió el aire que no sabía que estaba reteniendo mientras me recibía con un beso apasionado.
—Ya está, he echado las solicitudes —dije, dejándome caer en su sofá mientras él se sentaba a mi lado.
—¿Y qué tal? —preguntó, pasando un brazo por mis hombros.
—Pues, he elegido entre tres opciones: psicología, historia del arte o geografía. Ahora solo queda esperar. Ojalá me acepten en Barcelona o Valencia. En Mallorca también eché, pero ya sabes que allí no tienen lo que tú quieres estudiar.
—Publicidad, claro —Javi asentía, pensativo—. Yo también tengo que echar ya. Esperaré a ver dónde te cogen y luego ya echaré mi solicitud. No quiero estar lejos de ti.
Su sinceridad me tocó el corazón. Me apoyé más en su pecho y dejé que mis pensamientos divagaran por un momento.
—¿Te imaginas compartiendo piso? —dijo de repente, su voz suave pero con un toque de entusiasmo.
Le miré y, por un segundo, la idea me pareció tan irreal. No era que no quisiera, pero no podía imaginarme cómo sería. Sin embargo, no quería arruinar el momento.
—Claro que sí —le respondí, sonriendo—. Ya me veo peleando por el espacio en el armario o por quién hace la cena.
Javi soltó una risa suave, esa que siempre me hace sonreír aunque no quiera.
—Sería divertido. Tú y yo, una pequeña aventura en la ciudad, compartiendo todo —su tono era más serio ahora, sus ojos clavados en los míos—. Quiero que todo salga bien, Sofi.
Le besé en la mejilla, intentando contener el nudo que empezaba a formarse en mi estómago. Porque, en el fondo, aunque quería que todo saliera bien, también sabía que no todo era tan sencillo.
—Lo que sea que pase, lo haremos juntos —le aseguré, más a mí misma que a él, y en ese momento decidí que, aunque no me lo imaginara del todo, estaba dispuesta a intentarlo.
Javi me miraba, pero había algo en su expresión que no reconocía. Suspiró y bajó la mirada por un segundo antes de hablar.
—Sofi, hay algo que te tengo que contar… —dijo, con ese tono que ya me decía que no era nada bueno.
—¿Qué pasa? —pregunté, sintiendo cómo un pequeño nudo se formaba en mi estómago.
—Empiezo a trabajar de camarero en unos días. Es en el restaurante de mi tío, que está en una playa bastante lejos de aquí, y no hay transporte público para llegar. Voy a tener que estar allí casi todo el día y ya apenas tendremos tiempo de vernos.
Las palabras de Javi me golpearon como un jarro de agua fría. 'Trabajar de camarero, lejos, todo el día'. Era como si cada ilusión que habíamos construido se derrumbara de golpe. El miedo a la distancia, a lo que podía significar para nosotros, me oprimía el pecho, pero me mordí el labio, intentando no parecer tan vulnerable.
—Pero… —intenté decir algo, cualquier cosa para suavizar el golpe—. Puedo ir a verte, tomarme algo allí siempre que pueda.
Javi negó con la cabeza, mirándome con una tristeza que no podía esconder.
—No creo que sea tan fácil, Sofi. Está muy lejos, y tú no tienes cómo llegar. Sólo se puede ir en coche y... ya sabes, con 17 años ni siquiera puedes tener el carnet aún.
Sentí que la frustración se asentaba en mi pecho, como un peso. Era tan típico de Javi pensar en todo y prever las dificultades. Me mordí el labio, intentando no mostrar lo que sentía. No quería parecer inmadura, ni dependiente, pero el dolor era real.
—Vaya… —murmuré—. Entonces tendremos que aprovechar cada minuto que nos quede antes de que empieces.
Mientras Javi me abrazaba, fuerte, como si quisiera borrar cualquier distancia entre nosotros, una parte de mí quería creer que podríamos con esto. Pero la otra, esa que temía a la distancia, al cambio, me gritaba que nada era tan sencillo. ¿Qué pasaría si el trabajo lo alejaba más de lo que podíamos manejar?
—Javi… me estás descontracturando —le dije, medio en broma, aunque en parte lo decía en serio.
Él soltó una pequeña risa, aflojando el abrazo, pero manteniéndome cerca. Sus ojos se encontraron con los míos y de repente todo cambió en su mirada. Algo en su expresión, en la forma en que me observaba, me hizo quedarme quieta.
—Te quiero, Sofi —me dijo, su voz baja pero clara, y sus ojos fijos en los míos, tan profundos que casi me sentí desnuda.
Me quedé en shock. Nunca nadie me había dicho eso. Ni siquiera en casa. Mi familia no era de demostrar cariño de esa manera, y mucho menos de decirlo en palabras. No sabía cómo reaccionar, y sentí que mi corazón daba un vuelco. Mis pensamientos iban a mil por hora, pero lo único que me salió fue una respuesta automática, sincera y simple.