El último día con Clara en la playa se sentía como una cuenta atrás implacable. El sol se estaba poniendo, y ahí estábamos, sentadas en la arena, mirando el horizonte como si estuviéramos en la última escena de una película de domingo por la tarde. Yo intentaba mantener la compostura, pero cada vez que veía su perfil iluminado por el sol, me venía una lágrima traicionera.
—No llores, por favor, que te veo venir—me dijo Clara, dándome un codazo suave—. Si tú empiezas, yo me voy a deshidratar.
—No estoy llorando —respondí con la voz rota, porque, claro, no había manera de ocultarlo—. Es solo que me ha entrado arena en los ojos… y en el corazón, ya sabes.
Clara sonrió, esa sonrisa de siempre, esa que me hacía sentir que todo estaba bien, incluso cuando todo estaba a punto de cambiar. Ella iba a Alemania, a ser au pair y a estudiar chino, y yo me quedaba aquí, en esta playa, en esta vida que de repente se sentía más vacía que nunca hasta septiembre.
—Tía, que tampoco me voy a Marte —dijo, como si leerme la mente fuera una de sus habilidades secretas—. Además, en cuanto te mudes a Mallorca, harás nuevas amigas y ni te acordarás de mí.
—Sí, claro —intenté sonar optimista—. Y entre tanto, yo aquí, intentando aprender a decir "te echo de menos" en alemán. ¿Cómo era? ¿Ich liebe... algo?
—Sofía, ich liebe significa te amo, pero tampoco me voy a ofender si me lo dices, ¿eh? —se rió.
Me salió una risa entre hipos, porque llorar y reír al mismo tiempo nunca ha sido fácil, y menos con la nariz congestionada. Saqué otra carta que le había escrito, arrugada y húmeda de tanto guardarla y sacarla, sin saber si al final iba a dársela.
—Te he escrito esto —dije, temblando, como si le estuviera entregando las llaves de mi corazón o algo así de cursi.
—¿Otra carta?
—Ya, es lo que hay. No soy buena hablando de sentimientos en persona. —Me encogí de hombros, sintiéndome ridícula.
Clara la cogió y me miró con una mezcla de cariño y lástima, porque sabe que soy un drama andante.
—Ay, tía... ¿Qué voy a hacer sin ti cuando me entren ataques de nostalgia o necesite alguien con quien despotricar sobre lo injusto que es todo? —dijo, fingiendo un suspiro trágico—. A los alemanes no les va tanto el drama.
—Te va a tocar aguantarlo sola. Yo tampoco tengo sustituta —respondí, intentando bromear, pero sintiendo el nudo en la garganta volverse más grande. —Y te juro que no voy a encontrar a nadie que sepa hacer la imitación de Drew Barrymore como tú. Ninguna au pair podrá igualarte.
Nos quedamos en silencio un momento, el viento jugueteando con nuestros cabellos, y fue entonces cuando la realidad me golpeó. Clara se iba, y yo me quedaba, y por mucho que prometiéramos visitas, postales y cartas, las cosas iban a cambiar. Nosotras íbamos a cambiar.
—Te voy a echar de menos, imbécil —le dije finalmente, porque decir otra cosa sería como admitir que sin ella me sentía medio perdida. No podía dejar que se lo creyera tanto.
—Yo también, capulla —respondió ella, y me abrazó tan fuerte que por un momento pensé que se iba a quedar, que este sería uno de esos finales felices en los que todo se soluciona y nadie tiene que irse.
Pero sus maletas a medio hacer la estaban esperando, y la vida seguía, como siempre lo hace, aunque no quisiéramos.
Nos quedamos abrazadas un rato, las dos mirando el mar, las dos sabiendo que esa sería nuestra última puesta de sol juntas por mucho tiempo. Y justo cuando iba a soltar otra perla sentimental, Clara rompió el silencio.
—Sofía... no te lo vas a creer —dijo Clara con tono dramático mientras miraba la puesta de sol—. Me acabo de dar cuenta de que he metido dos zapatos del mismo pie en la maleta. ¡Voy a ir cojeando por toda Alemania!
Me reí tan fuerte que casi me caigo al suelo.
—¡Te juro que si te veo en el aeropuerto caminando como un flamenco desorientado, voy a aplaudirte desde lejos!
Clara se llevó una mano a la frente, fingiendo desesperación.
—¡Qué elegante voy a estar, haciendo moda a lo patizambo! —soltó, y las dos estallamos en carcajadas, justo cuando el sol desaparecía en el horizonte.
Los días sin Clara pasaban, pero no con la misma energía de siempre. Aunque intentaba seguir el ritmo con Andrés, Ignacio, Isabel y las demás, nada parecía llenar ese hueco que había dejado mi mejor amiga. Reía, bailaba y me dejaba llevar por las noches en los bares de siempre, pero todo se sentía... diferente. Las bromas de Andrés seguían siendo buenas, pero sin Clara para acompañarme en las risas, todo parecía menos vibrante. Ignacio, con su humor ácido, tampoco lograba hacerme sentir mejor como antes.
Y Javi... apenas coincidíamos. Sus nuevos horarios de trabajo eran un caos, y los míos tampoco ayudaban. Lo extrañaba mucho, pero cada vez que conseguíamos vernos, los momentos parecían breves, como si solo tuviéramos unos minutos robados antes de que la realidad nos reclamara. Nos encontrábamos en la tienda de souvenirs, o en alguna esquina antes de que él saliera corriendo. Pero esas rápidas caricias y besos no llenaban el vacío.
A Javi lo notaba más apagado cada vez que lo veía. En lugar de disfrutar de nuestros encuentros, siempre tenía algo en mente, una sombra que oscurecía su expresión. Intentaba mostrarle que esos pequeños momentos podían ser suficientes, que era cuestión de disfrutar lo que teníamos, pero él siempre volvía a lo mismo.