Después de la ruptura con Javi, no podía dejar de pensar en si había hecho lo correcto. Al principio sentí un alivio inmediato, como si de repente me hubieran quitado un peso de encima, pero no duró mucho. Me despertaba cada mañana con una punzada en el estómago y una pregunta constante en mi cabeza: ¿Me habré precipitado?
Javi era tan bueno... y, sin embargo, su amor, tan intenso, tan arrollador, me desbordaba. Me ahogaba en su forma de mirarme, como si fuera su única razón de existir. Y yo, ¿qué hacía? Me apartaba, no porque no lo quisiera, sino porque su amor me hacía sentir pequeña, incapaz de corresponder con la misma magnitud. ¿Es eso justo? Quizá debería haberme esforzado más. Quizá, si le hubiera dado tiempo, las cosas habrían sido diferentes. Pero ese sentimiento de estar atrapada, de no poder respirar, se hacía más grande cada día.
No tuvimos tiempo ni de discutir, ni de tener un enfado, una riña… Ni siquiera de poder saber realmente qué esconde su corazón herido, no por mí, sino el corazón con una cicatriz enorme hecha por su madre.
Las semanas posteriores no fueron más fáciles. Al contrario, cada día era una lucha. Me rodeaba de ruido, de trabajo, de planes, de cualquier cosa que pudiera mantenerme ocupada, pero nada podía acallar la tormenta que llevaba dentro. Mi mente no paraba de girar sobre lo mismo: ¿Y si no lo hubiera dejado? ¿Por qué no pude manejarlo mejor? La culpa era como una sombra que no me soltaba.
Decidí escribirle a Clara, porque con ella siempre he sido capaz de vaciar todo lo que siento sin miedo a ser juzgada.
Clara,
No sé por dónde empezar. Llevo semanas sintiéndome perdida, como si no hubiera suelo bajo mis pies. Rompí con Javi porque me sentía atrapada, ahogada por su amor, pero ahora no puedo dejar de pensar si he sido injusta, si lo rompí todo sin razón. Me siento culpable. Me siento culpable por haber dejado a alguien que me quería tanto (y que yo quiero tanto), pero también porque no podía seguir en una relación que me consumía. Estoy en una constante pelea conmigo misma. A veces pienso que hice lo correcto, que era necesario para los dos, pero otras veces... no sé, Clara, tengo miedo de haber cometido un error.
Cada vez que intento concentrarme en el trabajo o en la mudanza a Mallorca, la ansiedad me aplasta. La idea de empezar una nueva vida, lejos de todo, debería emocionarme, pero solo siento miedo. Miedo de ir sola, de enfrentarme a todo lo que viene sin ti y, por supuesto, sin Javi.
He encontrado una residencia a veinte minutos en bus de la universidad, y en teoría todo está bien. Todo debería estar bien. Pero no puedo evitar pensar en él, en lo que estará haciendo, en cómo le estará afectando esto. Espero que esté bien, que esté encontrando su camino, sin mí... Al final, sé que hice lo correcto. Él podrá empezar de cero en Valencia, sin tener que preocuparse por mis decisiones. Yo también podré empezar de nuevo en Mallorca. Quizá la distancia nos cure, y quién sabe, cuando estemos mejor, cuando seamos capaces de estar bien por nuestra cuenta, tal vez podamos volver a ser parte de la vida del otro, de alguna forma.
No sé, Clara. Solo quería desahogarme un poco. A veces me siento tan perdida sin ti aquí. Te extraño mucho. No sé cómo voy a hacer para enfrentarme a todo esto sola.
Te quiero,
Sofía
Septiembre se acercaba, y con ello, el momento de volar sola. No podía evitar sentirme aterrorizada ante la idea de dejar todo lo que conocía, pero también había una sensación de libertad. Había hecho lo que creía mejor, por ambos. Javi podría dedicarse a su carrera en Valencia sin tener que pensar en mí, y yo empezaría mi camino en Mallorca. Sabía que lo iba a extrañar, pero al mismo tiempo, me repetía que la distancia nos iba a curar. Tal vez, cuando todo este dolor se desvaneciera, podríamos reencontrarnos de una manera diferente, más sana.
Porque si algo tenía claro era que, a Javi, lo iba a querer toda mi vida.
Quedaban dos semanas para irme a Mallorca y ya tenía todo listo. Incluso las maletas estaban hechas. Mis nervios no me dejaban otra opción. El último fin de semana lo quería pasar con mis padres, así que decidí que la despedida con mis amigos sería el sábado. Cada una de nosotras tomaba su camino: algunas se quedaban, otras se iban a Barcelona, otras a Madrid. Era el fin de una era y el comienzo de otra.
Me puse mi mejor cara de felicidad, aunque la ansiedad me comía por dentro, y me prometí a mí misma que esa noche iba a dejar todo lo malo en casa. Andrés vino a recogerme para ir a cenar antes de la discoteca, y como siempre, su humor fue lo único que me calmó un poco los nervios.
—¡Ey, Sofía! —dijo al subirme al coche—. ¿Estás lista para la gran despedida o todavía no te has puesto a llorar como en esas películas de despedidas de aeropuerto? Ya te imagino con pañuelos y todo.
Me reí, agradeciendo su ligereza.
—Anda, cállate. Aún no me he puesto tan dramática… pero no prometo nada para el final de la noche.
—Bueno, bueno, yo me traje unos kleenex de repuesto por si acaso. Sabes que soy el tipo de amigo que está preparado para cualquier cosa… excepto pagar la cuenta de la cena. Eso ya se lo dejo a Andrés del futuro.
—Claro, siempre tan considerado. Lo que no sé es por qué siempre me toca a mí ser la responsable —le contesté bromeando—. Aunque hoy, te prometo, no voy a pensar en nada más que en disfrutar.