El Príncipe de Caos

El Príncipe descarriado

Se despertó abruptamente con el corazón latiendo salvajemente, enloquecido.

Tardó un par de segundos adaptarse a la oscuridad que lo rodeaba y acostumbrarse a que era una oscuridad familiar y no la que le acaba de poner los pelos de punta en el sueño. La luz de luna entraba por las cortinas blancas de su habitación y dejaba un rastro para que Raleigh pudiera ver con aún más claridad.

Estaba siendo prejuicioso, probablemente paranoico.

Y odiaba esa parte suya que no podía estarse quieta y que inevitablemente tenía que llevarlo a tratar con su incertidumbre. Especialmente lo odiaba porque estaba agotado, y, cuando se arrastró sobre la cama hasta llegar a la orilla sintió que el cansancio le consumía los huesos. Sus entrenamientos con Sylver siempre tenían este resultado, especialmente porque Sylver era justo, quería que alguien con la complexión de Raleigh sea su contrincante. Pero, los magos no eran como un humano. Luorie era su contrincante a menudo por esa razón, y era la molestia más grande con la que Raleigh tenía que lidiar.

Agradecía que su uniforme cubriera todas las marcas moradas que había en sus brazos y estómago.

Pero incluso con todo el dolor ardiendo en su piel, ni siquiera era tan martirizarte como no poder dormir. Incluso para él, quien podía aguantar sin dormir días enteros, el sueño era peligroso si se acumulaba. Podía caer dormido en cualquier momento, en cualquier lugar. Había tenido ese sueño desde hace tres noches. Siempre terminaba en este estado desorientado y preguntándose si estaba exagerando.

Se puso de pie y buscó sus botas en el piso, las que había aventado antes de lanzarse a dormir. Iba a comprobar si estaba exagerando o no. La ventana fue su salida más factible. Los guardias nunca lo dejarían salir por la puerta principal. Así que después de bajar, utilizando las grietas en la piedra del Palacio y los alfeizar de las otras ventanas, finalmente llegó hasta el suelo. Ya era un experto en escapar a mitad de la noche.

La frialdad de la noche fue la primera en recibirlo. Los climas de Primavera siempre eran tan engañosos con sus noches frías y días cálidos. Aún así, caminó en medio de la noche, con los brazos cruzados para otorgarle algo de consuelo en la fría noche.

No podía usar hilo de plata para convocar un espectro, todos los sensores del área lo sabrían de inmediato. Tampoco pensó que fuera muy cuerdo el irse caminando más allá del límite. Debía de tomar prestado un caballo, pero no estaba seguro de si alguien custodiaba los establos por la noche.

Iba a correr el riesgo.

Los establos estaban en una pequeña colina, bajo de ella estaba uno de los campos de entrenamiento, en su camino, Raleigh no pudo evitar notar que algunas de las linternas alrededor del campo estaban encendidas. Nole prestó la suficiente atención, estaba por dejarlo ir, cuando gracias a su vista, pudo divisar que en el centro del campo había alguien.

Parpadeó.

Una, dos, tres veces.

Quien sea que sea, estaba tirado sobre el campo.

Una parte de él le dijo; date la vuelta y regresa a la cama. Van a culparte. La otra, la silenciosa, estaba bajando por la colina, corriendo a mitad de la noche hasta llegar al centro del campo. No corría con la misma ligereza de siempre, pero todavía se las arregló para correr rápido incluso con sus huesos cansados.

Maldita sea, pensó, esta era la definición de estar en el momento incorrecto en la hora incorrecta y estoy corriendo hacia ese momento.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca de él, su velocidad fue disminuyendo aún más. No por cobardía, sino porque conocía a aquel cuerpo.

Un aprendiz.

Un Nevander.

El hombro de Arden estaba lleno de sangre y el pasto debajo de él ya estaba manchado también.

Está bien, nunca más iba a salir a mitad de la noche.

Se detuvo frente al cuerpo de Arden y observó su rostro. Los ojos cerrados, el ceño fruncido y una mueca casi molesta en él. Raleigh, al reconocerlo, le restó importancia. Esta debía de ser una de sus bromas.

Se iba a dar la vuelta para irse y continuar con su camino, pero entonces se dio cuenta que no podía escuchar su corazón. Ninguno de ellos.

Se detuvo, y manteniendo una voz neutral dijo: —¿Es esta una broma tuya? —Se le ocurrió preguntar. Estaba claro que de no ser así Arden no respondería. Si en verdad lo era, respondería con una risa o algo con que burlarse. No hubo tal cosa—. Si no respondes, voy a decirle a todos que has muerto.

Silencio.

Las alarmas en su cabeza comenzaron a sonar. Se inclinó, sus rodillas sobre el suelo, con la intención de estar a su altura y acercarse a él. Sabía que sus sentidos no mentían; no podía escuchar su respiración ni los latidos de sus corazones y sus labios ya se estaban volviendo pálidos. Pero de todas formas posó uno de sus dedos entre sus labios y su nariz para comprobar.

Nada.

Maldita sea.

Sí estaba muerto.

Sin pensarlo dos veces, pegó su cabeza a su pecho en un intento desesperado por escuchar algo vivo en él. Raleigh creía que al hacer esto, ya no habría vuelta atrás. Él sería quien lo encontró y ni siquiera sabía por qué había muerto. Sería culpable.

Tal vez, tendría que escapar.

En medio de su paranoia, cuando el primer latido llegó hasta sus oídos y luego el segundo, en un ritmo constante y perfecto, una risa los acompañó. Todo el vello de su cuerpo se erizó, separándose de Arden como si fuera un resorte que regresaba a su lugar.

Su cabeza se volvió de forma casi automática ante el fantasma que reía. Arden se incorporó al mismo tiempo, usando sus codos como apoyo.

Se estaba carcajeando, sin poder resistir su diversión ni un poco.

—Solo tú crees que puedo morir tan fácil. —Arden se sentó en medio del campo y siguió riendo—. Los humanos son demasiado ingenuos. Un Príncipe como yo no puede morir ni siquiera ante mil soles.

Un canalla como tú querrás decir, pensó Raleigh.




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