El príncipe de la capitana

Extra 1

Este es solo un extra de como Oriel consiguió trabajo. :D

Salir a las calles nuevamente resultó peor que entrar al hotel.
Yo había leído libros donde la gente conseguía trabajo “pidiendo en un local cercano”.

Pensé que sería igual.

No lo fue.

En el primer puesto donde pregunté, un herrero gigantesco me miró como si acabara de pedirle que me adoptara.

—¿Tú? ¿Trabajar aquí? —Se rió tan fuerte que pensé que el techo iba a venirse abajo—. ¡Si ni siquiera puedes levantar uno de mis martillos!

No discutí.
Tenía razón.

En la tienda de pescado me echaron apenas puse un pie adentro porque me dio arcadas solo por inhalar el olor.

<<Claramente no nací para oler peces muertos.>>

En la sastrería dijeron que tenía “manos finas”, pero “cero idea del oficio”.

En la tienda de barcos me confundieron con un cliente rico y casi intentan estafarme con un “barco exclusivo para jóvenes empresarios”.

Ya empezaba a sentir la desesperación subirme por la espalda cuando escuché voces, platos y música detrás de una puerta de madera con un letrero torcido:

“La Sirena Roja — Taberna y Comidas”

Respiré hondo.

Me armé de valor.

Entré.

La taberna estaba llena, ruidosa y caótica… pero viva.
Gente comiendo, gente gritando, gente riéndose, gente que probablemente no recordaría nada al día siguiente. Todo eso significaba algo importante: necesitaban manos.

Me acerqué a la barra.
Un hombre calvo con un mandil manchado de salsa me lanzó una mirada rápida mientras limpiaba un vaso con un trapo cuestionable.

—¿Qué quieres comer? —gruñó sin levantar mucho la vista.

—Eh… empleo, si es posible.

<<La embarré. Preguntan por comida y yo digo empleo. Genial.>>

El hombre levantó la cabeza por completo.

—¿Sabes servir mesas?

—He servido… copas. En… reuniones formales.

—¿Reuniones formales? —repitió con una ceja levantada—. ¿Sabes cargar bandejas?

—Puedo intentar.

Él me miró más fijamente, entrecerrando los ojos como quien evalúa si un mueble nuevo encaja en el salón.

—Tienes cara bonita —dijo finalmente.

Parpadeé.

—¿Perdón?

—Cara bonita. Cara de “noble perdido”, cara de “ven a mi taberna que hay camareros lindos”. —Se encogió de hombros—. Atraerás clientela. Si no sabes servir, al menos puedes sonreír.

No sabía si sentirme halagado o insultado.

—¿Eso significa…?

—Empiezas hoy —gruñó—. Si rompes algo, lo pagas. Si haces enojar a un cliente, lo calmas tú. Y si te desmayas con el olor a ron, te saco a patadas.

Asentí, recuperando la poca dignidad que me quedaba.

—Haré lo mejor posible.

Él bufó, sacando un delantal arrugado de debajo de la barra.

—Perfecto. Ponte esto. Ponte guapo. Y no tropieces.

Me dio el delantal como quien arroja un salvavidas a alguien que ya se está hundiendo.

—Haré mi mejor esfuerzo —dije, tratando de sonar seguro.

—Eso espero. —Se giró hacia la cocina—. ¡Y mueve esas piernas, príncipe!

Me congelé.

<<¿Cómo demonios supo…?>>
<<No, no. Seguro que lo dice por mi postura… o mi ropa… o mi total incapacidad para parecer un ser humano normal.>>

Y así, con una bandeja incómoda en la mano y pies que no sabían esquivar mesas, empecé mi primer día como camarero.

Era torpe.
Demasiado torpe.

Casi tiré una jarra encima de un marinero, tropecé con un taburete, confundí pedidos, un borracho me guiñó el ojo y alguien intentó palmearme la espalda tan fuerte que casi me dejó sin aire.

Pero entre toda esa locura, había algo emocionante.

Por primera vez en mi vida, estaba trabajando.
Por primera vez, todo dependía de mí.
Y aunque estaba agotado, sudando y con la camisa pegada al cuerpo…

Me sentí libre.



#5193 en Novela romántica

En el texto hay: principe, amor, pirata mujer

Editado: 27.11.2025

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