El príncipe de la capitana

Un té?

Entré por la puerta trasera de La Sirena Roja.

Edrik estaba limpiando vasos con la misma toalla mugrosa de siempre.

—Buenos días, jefe.

—Si dices “buenos” otra vez, te pongo a limpiar las vigas del techo —gruñó sin mirarme—. Ponte a trabajar.

<<Ah, el cariño.>>

Me puse el delantal y empecé a atender mesas, esquivar manos borrachas (otra vez), y limpiar lo que parecían restos de una comida de hace tres semanas.

Entonces los escuché.

En una mesa del fondo, un grupo de hombres hablaba con voz baja, pero con tono urgente.

—Necesitamos a alguien que limpie —dijo uno.

—Sí, pero que no sea cobarde —respondió otro.

—Y que no pregunte demasiado.

Yo fruncí el ceño.

<<Ah, perfecto. Ya están buscando otro desafortunado para explot—>>

—¡Oriel! —gritó Edrik—. Atiende esa mesa.

—Voy…

Me acerqué con mi mejor sonrisa de camarero y que las damas dicen que es hermosa.

—Buenas, ¿qué desean para come—?

No terminé.
Porque mi pie decidió rebelarse.
Tropecé con una pata de silla inexistente, mis brazos se agitaron como si nadara en aire y…

¡PLAF!

Caí sentado.
Justo en una silla.

Justo en su mesa.

Justo frente a ella.

Una mujer.

Me miraba con una ceja levantada, los ojos afilados como si pudiera leer cada uno de mis secretos.

Yo tragué saliva.

<<Fantástico, Oriel. Primera impresión: ridículo absoluto>>

Ella apoyó el codo en la mesa, observándome con calma peligrosa.

—Interesante entrada —dijo.

Yo asentí, muy serio.

—Es… parte del servicio.

¿Por qué dije eso?
No lo sé.
Ni yo me entiendo.

Ella soltó una sonrisa leve.
Una sonrisa que decía: este será divertido.

Me aclaré la garganta, intentando disimular que acababa de caerme como un idiota en la mesa de unos completos desconocidos.

—Bueno… —me acomodé en la silla como si siempre hubiera querido sentarme ahí— ¿qué desean pedir?

La capitana me miraba como si analizara cada músculo de mi cara.
Era incómodo.
Demasiado incómodo.
Como si pudiera ver mis pensamientos de forma directa.
<<Por favor pidan luego>>

A su lado, un hombre enorme —más grande que la puerta de la taberna, lo juro— levantó la mano.

—Un estofado para mí —dijo con su voz de trueno.

—Y para mí algo fuerte —añadió un pelirrojo, con una sonrisa que daba miedo y gusto al mismo tiempo—. Lo que tengas que no mate… pero deje temblando.

—Perfecto, anotado.

Faltaba ella.
<<me da miedo>>

Tenía los ojos clavados en mí.

—¿Y usted…? —pregunté, tragando saliva.

Ella entrecerró apenas los ojos y dijo:

—Té.



… ¿Té?

—¿Té? —repetí sin querer, porque mi cerebro decidió no funcionar un segundo.

—Té. Caliente. Sin azúcar. —dijo con una precisión que me hizo enderezarme como si fuera un cadete.

<<Un té en una taberna de piratas. Claro. ¿Quién pide té?>>

—Enseguida —murmuré, intentando no parecer confundido.

Di un paso atrás para irme, pero antes de que pudiera alejarme, él pelirrojo me tomó del antebrazo.

—Oye, muchacho —dijo, con los ojos brillantes de curiosidad— tú eres nuevo aquí, ¿no?

—Sí —admití— segundo día como camarero.

El gigantón soltó una carcajada que hizo vibrar la mesa.

La capitana mantenía el silencio, pero ahora su mirada tenía algo diferente..
Algo que no sabía si me daba miedo o… intriga.

El pelirrojo se cruzó de brazos.

—Estamos buscando a alguien que limpie. Que ayude en cubierta. Que no pregunte mucho.

—Y que no se maree a la primera ola —añadió el gigantón.

Yo me quedé quieto.
Parpadeando.

—¿Yo? —pregunté— ¿trabajar en un barco?

La capitana habló por fin, suave pero firme:

—En nuestro barco.

Mi corazón dio un brinco.

<<No. No. No. No te emociones.>>
<<No estás hecho para eso.>>
<<…pero y si sí?>>

El pelirrojo, como si leyera mis pensamientos en la frente, sonrió.

—Sí, chico. En ese. En el Merodeador Nocturno.

Sentí ese tirón otra vez.
Esa sensación rara del pecho.
Como si el barco me hubiera oído desde aquí.

¿Eso tenía sentido?
No.
¿Igual lo sentía?
Sí.
<<Genial. Estoy loco. Confirmado>>

Antes de poder responder, Edrik gritó desde la barra:

—¡ORIEL! ¿TE VAS A QUEDAR DE ADORNO O VAS A TRABAJAR?

Yo cerré los ojos un segundo.

<<Mi vida: 10% decisiones, 90% humillaciones públicas>>

Volví a mirar a la mesa.
Me observaban.
Esperando.

La capitana tamborileó los dedos sobre la madera.

—Trae el té —dijo—. Luego hablaremos.

Y ahí supe que cuando regresara con esa bebida…
mi día iba a dar un giro brusco.

Tal vez bueno.
Tal vez terrible.
Pero un giro seguro.



#5193 en Novela romántica

En el texto hay: principe, amor, pirata mujer

Editado: 27.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.