El principe de las rosas

Amistad

Mientras caminaban por un largo túnel, Daiana miraba como, en las paredes de la gruta, aparecían imágenes que daban forma a una historia. En ella, un hombre, de cabellera oscura y salpicada de canas, caminaba entristecido por un palacio lleno de rosas. En los pasillos, las habitaciones y los salones, rosales brotaban a su antojo del suelo y las paredes, sin embargo, el caballero estaba triste, pues las bellas flores del jardín, enfermaban y de a poco se marchitaban sin remedio. Angustiado, buscó entre sus libros una solución al problema.

Durante mucho tiempo hojeó y examinó cada tomo que llegó a sus manos, hasta que, finalmente, la respuesta apareció ante él, con la forma de una oscura puerta. No obstante, antes de aventurarse, el caballero recurrió a sus dones de adivinación para saber qué era lo que buscaba, pues, tras esa puerta, se encontraba un mundo peculiar y peligroso, tanto, que el mismísimo monarca prohibió, explícitamente, que fuese visitado. Su visión le mostró un libro de cuentos, un castillo de madera y una niña con la cabeza baja, que ojeaba el libro y reía, con un príncipe de tela en su regazo.

Al final de su visión, la puerta se cerraba y un vistazo le bastó para reconocerla. Se encontraba en el muro que recorría los linderos del reino; de hecho, había varias, de las cuales, algunas jamás fueron cerradas y otras nunca se abrieron. Aliados y enemigos eran separados o unidos por aquellas puertas. Las más famosas se convirtieron en inmensos portones y sus opuestas acabaron tapiadas, pero esa puerta, en particular, permanecía cerrada con un pequeño candado, del cual, aquel caballero poseía la llave, pues el rey confiaba completamente en él para resguardarla.

Se decía que llevaba a un mundo autonombrado realidad, donde vivía un grupo de seres con habilidades mágicas, ridículamente limitadas, y muy peligrosos si eran consumidos por la ambición y el poder. Por desgracia, allí estaba la solución al problema. Sin dar tregua al tiempo, tomó sus cosas y cruzó la puerta, cuidando de no cerrar, pues podía quedar atrapado. Con los conocimientos que había adquirido, supo que los efectos sobre quienes usaban esa puerta podían ser muy variados. Desde convertirse en animales, hasta acabar como espíritus invisibles, por lo que se preparó, para que las cosas salieran como él necesitaba

Acabó transformado en un niño de once años, con sus saberes intactos y, en ese momento, Daiana reconoció el sauce de su patio. Aquel personaje apareció primeramente en su jardín, de donde recogió el libro, que sobresalía en medio de los escombros, de la que alguna vez fue su casa. Todo en los alrededores estaba destruido, por lo que el caballero supuso que había llegado demasiado tarde. Sin embargo, con una última esperanza, utilizó sus dones para que el libro abriese otra puerta para él. La nueva entrada lo llevó al ébano negro, pero al encontrarse con los niños, se vio en un predicamento.

Necesitaba descubrir quién era la persona que buscaba, y dedicó varios días a deambular entre los pequeños, permitiendo que unos pocos pudiesen verlo, mientras se ocultaba de la mirada de las señoritas, aun estando frente a sus narices. Sabía que no debía tardarse y, una vez más, cuando comenzaba a perder la esperanza, la reconoció. Daiana, la dueña del libro, quien, incluso después de todo lo vivido, consideraba que las fantasías eran algo real, en algún lugar lejano. La única que, secretamente, guardaba la esperanza de vivir una historia, cómo las que su padre leía para ella.

Era la candidata perfecta, justo cómo le mostró su visión. La solución a la terrible enfermedad que azotaba las rosas del castillo. Ni bien terminó la historia, una luz deslumbró a Daiana y, al salir del túnel, se encontró de la mano de un Gialo adulto, idéntico al caballero que, al inicio de la historia, deambulaba preocupado. Tras un parpadeo, le sorprendió descubrirse cómo una jovencita. Había crecido ocho años de la nada y, llena de dicha, comenzó a saltar y reír, mirándose de la cabeza a los pies. Gialo, que estaba más acostumbrado a esas cosas, la dejó disfrutar el momento.

—Es increíble —chilló mirándolo sin poder dejar de saltar—. Aunque tú pareces un abuelo. ¿Por qué?

—Eso es porque yo tenía esta apariencia antes de cruzar la puerta —explicó paciente—. Muy bien, necesito que me pongas atención, Daiana.

—¿Entonces puedo cuidarme sola? —interrumpió desbordada de emoción—. ¿No necesito volver a ese lugar?

—Paciencia, Gialo, paciencia. Esa es una regla sumamente importante —respondió con firmeza—. Jamás debes intentar volver a ese lugar. Lo que me recuerda.

Gialo se dio vuelta a toda prisa, colocó el candado en la puerta y guardó la llave en su bolsillo.

—Bien —dijo con un suspiro—. Vamos, tengo cosas que explicarte. Lo principal es que si alguna vez hablas de ese sitio, debes hacerlo como si se tratara de un sueño, nunca lo menciones como un recuerdo. ¿Comprendes?

—Creo que sí —respondió pensativa, caminando a su lado—. ¿Debo pensar en él como un cuento?

—Es una magnífica manera de verlo —reconoció entusiasmado—. Sobre todo porque no podrás regresar y…

—De cualquier forma, no quiero volver —interrumpió tajante.

—Me llena de alivio escuchar eso. Ahora, acerca del favor que te pedí.

—Ayudar al príncipe.

—En realidad es el rey —corrigió indiferente—, pero lo llaman el príncipe de las rosas.

—¿Por eso hay tantas en ese castillo?



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En el texto hay: rosas, secretos, recuerdos

Editado: 23.09.2025

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