El principe de las rosas

Sirenitas

La mesa estaba desolada, pero ni bien el rey tomó asiento, los comensales empezaron a llegar y Daiana sospechó que lo esperaban ocultos en algún lugar. Nuevamente, Artem fue el primero en irse y caminó risueño hasta el despacho, con ella pisándole los talones. Acomodó las sillas para que se sentara a su lado y, con una sonrisa, le extendió un documento. Divertida, comenzó a leer en voz alta, mientras él ordenaba el resto de los papeles. Artem estaba satisfecho, pues a su parecer, escuchar el papeleo era más agradable que leerlo.

Aún sonreía a la hora de almorzar, mirando cómo la montaña de papeles, que dejó apilarse durante días, disminuía sin resistencia. Con el sonido del gong abandonaron el despacho y el rey llegó primero a la mesa, comió hasta hartarse, disfrutó del postre y fue el último en regresar a sus quehaceres. Mientras leía para él, Daiana se percató de que Artem se adormecía. Con cuidado, lo sentó en su regazo, despertándolo por un momento, pero al continuar leyendo el aburrido papeleo, recostado en su pecho, el rey acabó profundamente dormido.

Dejando los papeles de lado, Daiana comenzó a juguetear con la corona y, nuevamente, la larga trenza llamó su atención. Se percató de que, muy a pesar de no recordarla antes, tampoco la aplastó al colocar a Artem en su regazo, pero supuso que no era más que una coincidencia. La sujetó con cuidado de no despertarlo y mirándola atentamente, descubrió que los cabellos del rey no eran ni negros ni castaños. Desconcertada, acercó la trenza a la ventana tras el escritorio y se maravilló al ver reflejos de un oscuro tono verdoso. Jugueteaba divertida cuando escuchó la puerta, y sonrió al cruzar miradas con Gialo.

—Cuidado con eso —advirtió el caballero a toda prisa.

—No lo dejaré caer —aseguró aferrando a Artem.

—Hablo de la trenza —señaló nervioso—. Es muy delicada.

—No es solo cabello, ¿verdad?

—Es mucho más complejo y difícil de explicar.

—El rey mencionó que cortarla era doloroso —recordó pensativa—. Pero no comprendí. A mí no me duele cortar mi cabello.

—Eso es porque el tuyo, solo es cabello —indicó paciente—. Pero como ya mencioné, es difícil de explicar. ¿No está pesado?

—No —sonrió mirando al chiquillo—. Es ligero como una pluma, lo que resulta bastante desconcertante si te pones a pensar. ¿Estará comiendo bien?

—Te aseguro que sí —dijo despreocupado—. En ocasiones, cuando duerme profundo, puede suceder que su peso se desvanezca, pero si comienza a volverse pesado, debes despertarlo o te aplastará. ¿Hace cuanto se durmió?

—No demasiado.

—Entonces no hay peligro. Estoy maravillado de lo rápido que ha resuelto este papeleo —aplaudió sonriente—. En poco tiempo no deberá estar aquí más que un par de horas al día. Te agradezco mucho que decidieras ayudarlo.

—¿Ese era el favor que necesitabas?

—En realidad, necesitaba que te convirtieras en su amistad —dijo con agrado—. Varios lo intentaron, pero fracasaron estrepitosamente.

—¿Por qué? —interrogó confundida.

—Eso también es difícil de explicar —suspiró apesadumbrado.

—El jardinero mencionó algo sobre las mentiras y la hipocresía.

—Giarle es mi hermano —rio divertido ante la sorpresa de Daiana—. Usar mis dones en la búsqueda de una compañía para Artem, fue su idea. Ambos hemos visto fracasar amistades que en un comienzo eran buenas.

—¿Por no querer lastimarlo? —preguntó preocupada.

—La mentira es veneno mortal —dijo con firmeza—. Recurrir a ella es muy peligroso. Siempre es mejor una hora de tristeza, que una vida de decepción.

—Viéndolo así, tiene sentido —suspiró resignada—. Pero no quiero herirlo.

—Es un alivio —dijo satisfecho—. De lo contrario me preocuparía. Debes ser firme con él cuando haga falta, solo eso. Te aseguro que, viniendo de ti, no será más que un rasguño. Lo estás haciendo bien, confía en tus capacidades y no tengas miedo de hacer lo que te dicta la intuición.

—Está bien.

—Si llega la hora de merendar, despiértalo —indicó paciente—. No es bueno que se pierda las comidas. Le afecta el humor. Hablaré con él más tarde.

—Hasta luego.

—Hasta luego, madame.

Ni bien estuvo la puerta cerrada, Daiana tomó la trenza y continuó examinándola. Soltó la cinta y fue destejiéndola poco a poco, maravillada con la manera en la que cada cabello resplandecía como si de un hilo de cristal se tratase. Volvió a tejerla y, mientras descendía, tomó una de las hebras, la enlazó alrededor de su dedo índice y tiró suavemente de ella intentando romperla, sin embargo, se detuvo de inmediato, al escuchar que Artem se quejaba. Notó con sorpresa que, aquella travesura, le había lacerado la piel y que, de tirar un poco más fuerte, se habría herido el dedo.

Continuó tejiendo hasta la punta y al terminar de atar la cinta, Artem comenzó a despertar. Al abrir los ojos, se levantó de un salto que casi lo dejó al otro lado del despacho y la miró confundido.

—Me quedé dormido —exclamó alarmado.

—Sí. Afortunadamente, despertaste a tiempo para merendar.



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En el texto hay: rosas, secretos, recuerdos

Editado: 23.09.2025

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