El principe de las rosas

Paseo

El rey caminaba dichoso, conversando con Daiana acerca de los caballos que tenían en palacio, y aunque ella lo seguía curiosa, se detuvo de golpe al escuchar el alboroto de los animales. Artem se dio vuelta para mirarla y con gentileza la tomó de la mano, invitándola a continuar, mientras prometía que él la cuidaría. Con un profundo respiro, Daiana se aferró a su mano con fuerza y le dedicó una sonrisa. Ya más tranquila, notó que la caballeriza era como una réplica diminuta del palacio y el caballero que cuidaba a los animales, sonrió sorprendido al ver al rey.

—Buenas tardes, majestad —dijo cortés—. ¿Saldrá a dar un paseo?

—Sí —contestó Artem entusiasmado—. ¿Está Bliud de buen humor?

—Pues —suspiró resignado—, es difícil saberlo. Usted sabe cómo es de caprichoso ese animal. Desde hace días parece malhumorado, y melancólico.

Mientras ellos conversaban, la atención de Daiana fue atraída por un alboroto en el último recinto. Podía ver unas alas que sobresalían de la cerca y, pensando que se trataba de la criatura que vio sobrevolar el bosque, se soltó de la mano del rey y se acercó a toda prisa, pero se detuvo en la puerta, al encontrarse con un animal que nunca antes había visto. Al menos, no con alas. La criatura, que jugaba a despedazar un peluche, le puso los ojos encima e imitándola inclinó la cabeza. A simple vista, se podía decir que era un león de un curioso color gris, pero las negras alas lo ponían en duda.

—Daiana, ¿qué haces? —interrogó Artem mientras se acercaba.

Antes de que pudiese contestar se fijó que las pupilas del inmenso felino se dilataban al tiempo que sus patas delanteras se flexionaban y las traseras se estiraban. Daiana se volvió a mirar al rey, pero ni bien estuvo Artem a la vista del animal, este saltó por sobre la puerta y aterrizó frente a él. Sin tiempo para reaccionar, el chiquillo no pudo más que retroceder un par de pasos, antes de que la criatura se le echara encima, lanzándolo al suelo y, aterrada, Daiana lo tomó del cuello para intentar quitárselo.

Al mismo tiempo, el encargado del establo gritó, inútilmente, para que ella no tocara al animal y permaneció estático ante la sorpresa de verla aferrada a su cuello sin que la criatura se distrajera del rey.

—Mariano, quítamela de encima —gritó Artem molesto.

—Majestad, usted sabe que si trato de tocarla me arrancará un brazo —dijo sin salir de la sorpresa, pues Daiana continuaba tirando del animal.

—¿Dónde está su correa? —interrogó disgustado.

—La despedazó.

—Shyarn mala, bájate —gritó furioso.

Daiana resopló entonces, soltó al animal, se puso frente a él y, sacudiendo su falda, con expresión sería le ordenó bajarse. El inmenso felino la observó e inclinó nuevamente la cabeza. Se levantó y caminó hasta ella, acercó el hocico a su rostro y la olió antes de resoplarle con suficiente fuerza para levantarle los cabellos. Artem, que apenas recuperaba el aliento, levantó la mano para detener al animal, pero se sorprendió cuando Shyarn, con un audible ronroneo, se echó a los pies de Daiana y dándose vuelta le mostró la panza.

—Eres un buen chico —dijo ella hincándose—. ¿Quién es un buen chico?

—Es una chica, madame —señaló Mariano con cautela.

—Oh —exclamó Daiana sorprendida sin dejar de rascarle la barriga—. En ese caso, ¿quién es una buena chica? ¿Quién es muy linda y obediente?

Artem suspiró cerrando los ojos y, volviendo a tumbarse, se sujetó el pecho.

—Qué alivio —dijo con un respiro—. Pensé que te atacaría.

—¿Por qué? —interrogó Daiana confundida—. Se ve que es muy amigable.

—Con el rey —indicó Mariano rápidamente—. Por lo general, cuando su majestad está aquí, nadie más puede tocarlo a él y tampoco a Shyarn. Esto es muy desconcertante.

—Quizás se lleva bien con otras chicas —indicó Daiana divertida.

—De hecho, —continuó el cuidador—. Usted es la primera a la que no intenta quitarle la cabeza. A otras damas, cuidadoras y criadas que se han acercado a su majestad, las ha lastimado, de gravedad.

—Esas son mentiras —dijo Daiana en tono pueril, tomando al animal del hocico y juntando sus narices—. Tú no eres mala ¿verdad? Claro que no.

—Estoy muy confundido en este momento —indicó Mariano nervioso.

—Pues yo estoy complacido de que no la lastimara —dijo Artem mientras se levantaba—, pero debe volver a su recinto. Debemos irnos.

—¿No podemos llevarla de paseo? —interrogó Daiana llorosa.

—No —dijo tajante—. Y tengo tres buenas razones; no tiene correa, no está entrenada y es incontenible cuando se pone a perseguir alguna cosa. Yo apenas tengo fuerza para retrasarla, no puedo detenerla.

—¿Y si tuviese correa? —preguntó malcriada—. Ella puede portarse bien. Justo ahora fue obediente.

—Contigo —dijo Artem disgustado—. Eso podría ser una coincidencia.

—O quizás no —indicó Mariano cauteloso—. Si su majestad me permite, puedo solicitar que se haga una nueva correa para Shyarn, suponiendo que la dama, ante nosotros, pueda meterla en su recinto sin ayuda.

—¿Qué estás tramando? —interrogó Artem nervioso.



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En el texto hay: rosas, secretos, recuerdos

Editado: 23.09.2025

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