Un alboroto de trompetas la sacó de sueño y aunque de verdad quería quedarse en la cama, al menos hasta el desayuno, algo le decía que esa no era una buena idea y un grito de Artem se lo confirmó. Se sentó de un salto y casi se enreda con la sábana al salir de la cama y correr a ver lo que sucedida. Desde su ventana, no alcanzaba a divisar el balcón de Artem, pero solo hizo falta escuchar su voz para saber que no se trataba del chiquillo. Pudo ver en el jardín una carroza rodeada de un número considerable de soldados y un par de ellos con trompetas doradas bastante grandes.
Una joven de largo cabello oscuro y vestido elegante bajó de la carroza, mirando a su alrededor con desdén, y se volvió hacia el balcón del rey, quien había guardado silencio, pero solo porque abandonó la habitación y Daiana pudo escucharlo pasar frente a su puerta. Corrió para intentar detenerlo, pero descubrió que las enredaderas no le permitían salir y supuso que Artem intentaba mantenerla a resguardo. Regresó a la ventana y pudo ver a la joven entrar al palacio, acompañada por cerca de diez soldados y, sin algo mejor en mente, se preparó para desayunar.
Terminaba de peinarse cuando Gialo tocó a la puerta y tras asomar la cabeza, la miró con una pícara sonrisa.
—¿Qué haces aquí? —interrogó curioso—. Pensé que estarías con el rey.
—No me dejó salir —respondió disgustada.
—Pues ya se distrajo —dijo divertido—. Si prometes quedarte callada, te llevo al balcón del salón principal para que veas la discusión.
Daiana lo acompañó hasta las escaleras y le sorprendió verlo levantar un tapete y descubrir una puerta pequeña que llevaba a un oscuro y estrecho pasillo. No caminaron mucho antes de que la voz de Artem se escuchara. Al salir, Daiana se sorprendió de encontrarse en el salón principal, en un balcón que quedaba por sobre el trono, oculto tras la misma cortina y rodeado de enredaderas. Saludó a Giarle en silencio y, al acercarse a la baranda, se llenó de indignación, al ver que la dama estaba sentada sobre la espalda de un soldado, que a cuatro patas hacía las veces de banquillo.
A su lado, estaba Onfer con la misma sonrisa de satisfacción del día anterior, y fue sencillo para Daiana descubrir que Artem solo la escuchaba por cortesía, pues cada tanto soltaba una risita burlona, mientras la dama hablaba acerca de la mala manera en la que su tío había sido tratado. Llegado el momento, sus palabras se transformaron en lo que el rey esperaba y, satisfecho, este la interrumpió.
—Me alegra que menciones nuestro acuerdo —dijo con calma—, pues recuerdo claramente, que permití a Onfer permanecer en este palacio, como asesor y consejero real, bajo la condición de que él obedecería y yo prestaría oído a sus consejos, pero haría lo que me pareciese mejor.
—¿Ignorarlos? —interrogó indignada—. Pones en riesgo nuestro mundo por ignorar a mi tío. Él simplemente trata de…
—¿Debo repetirte las condiciones del acuerdo? —preguntó con un deje de fastidio—. Estoy en posición de seguir o no los consejos que me dan.
—Un mestizo como tú jamás debió ser rey —soltó furiosa.
—Eso era a lo que querías llegar —suspiró sin asombro.
—Solo llegaste al trono porque tu madre forzó su matrimonio con ese monstruo de Airsemne —exclamó indignada—. De no ser así, mi madre habría tomado la corona del abuelo.
—¿Y tú estarías reinando ahora? Ven —invitó malicioso—. Siéntate en el trono, a ver si el abuelo cambió su sentir respecto a la traidora de tu madre.
—Quizás yo no puedo sentarme en el trono, pero a ti no te ha dado su corona, significa que tampoco te aprueba.
—Al menos yo puedo vivir en palacio y sentarme donde quiera, sin correr el riesgo de que las zarzas me rompan el cuello.
—Mi madre debió…
—Tienes un rey mestizo por su culpa —interrumpió con firmeza—. ¿De verdad crees que puedes ser mejor reina? ¿Debo recordarte lo que sucedió con las dos ciudades que dejé a tu cargo? Quisiste limpiar de ellas a los extranjeros y por pocos las destruyes.
—Eso fue por…
—¿Por seguir los consejos de Onfer? —interrogó con una sonrisa burlona—. No olvides que él está aquí, porque yo elegí escuchar tu consejo, pero puedo elegir hacerme el sordo.
—¿Le darás la espalda a tu familia por una mascota? —interrogó furiosa—. Nuestro mundo podría estar en peligro por su culpa.
—Ahora resulta que sí eres familia de un mestizo —comentó sagaz—. En primer lugar, no hables de lo que no entiendes. En segundo, permitir la entrada de las criaturas de otros mundos salvó este dos veces. Tú deberías saberlo bien.
—¿Acaso piensas volver aún más mestizos a tus descendientes? —interrogó con desagrado.
—No quiero volver a tener esta discusión, Rosette —solicitó paciente—. Porque cada vez que abrimos una nueva puerta, vienes con la misma cantaleta y siempre termina igual. Sin embargo, para que no te sientas tan ignorada, prestaré oídos a tu último consejo.
—¿Cuál consejo?
—Volver la sangre de mis descendientes tan mestiza —dijo amenazante—, que desaparecerá todo rastro de la especie que nos relaciona y que alguna vez rigió este mundo.
—Eso no fue lo que quise decir.
Editado: 23.09.2025