Daiana despertó con el libro a su lado y suspiró con pesar al recordar la historia. Meditaba en ella cuando una idea cruzó su pensamiento y se preparó a toda prisa, ocultó el libro en el closet y bajó al jardín. Tal como Giarle mencionó, la rosa negra ya no estaba, sin embargo, en el arbusto encontró una con el corazón oscuro, pero el exterior de un hermoso violeta, muy cercana a otras, cuyos pétalos estaban bordeados de colores más vivos, como el naranja y el amarillo. Tomando un respiro profundo, Daiana sostuvo la rosa, procurando colocar su dedo índice justo en el centro.
Las lágrimas recorrieron su rostro y sollozó en silencio al ser atravesada por el vacío que marchitaba el corazón de la flor. Artem realmente no sabía cómo explicarle lo que sentía, pues ella misma no conseguía ponerlo en palabras que al menos sonaran coherentes. Muy a pesar de llevar un título tan importante y estar rodeados de súbditos que lo apreciaban, el rey, se sentía distinto y solo. El oscuro sentir se disipó con el abrazo repentino, la calidez de sus palabras y su compañía lo alejaron por completo; sin embargo, Daiana sabía que un sentimiento como eso no desaparecía únicamente con un abrazo.
Temía que el pesar que abrumaba al rey empeorara y no estaba segura de cómo hablar con él al respecto. Necesitaba que Artem lo pusiese en palabras, pero eso tomaría tiempo. Se secaba las lágrimas cuando sintió una mano en su hombro y, al levantar la cabeza, se encontró con la cálida sonrisa de Giarle.
—¿De nuevo tomando rosas negras? —interrogó paciente.
—Esta no es solo negra —se excusó llorosa—. Aunque por poco lo fue. No sabía que Artem se sentía tan solo.
—Supongo, que es natural —dijo tomándola de la mano para ayudarla a levantarse—. El rey heredó la sabiduría de su madre. Ata cabos muy rápido. Sabe que no hay nadie igual a él y que, probablemente, nunca lo haya.
—Porque no hay nadie igual a su padre —suspiró llorosa.
—No estamos seguros de eso —dijo Giarle esperanzado—. Aunque nadie ha pasado por el jardín flotante de Bedona, no perdemos la esperanza de que algún otro Airsemita haya sobrevivido al cataclismo que rompió su mundo. Al fin y al cabo, ese lugar sigue allí.
—¿Artem alguna vez ha estado en ese jardín?
—Gialo descubrió que de niño iba con sus padres —suspiró encogiéndose de hombros—, pero no creo que haya regresado.
—Tal vez un día le pida que me lleve —sonrió con pesar—. Pero no aún.
—Buena elección de momento —dijo divertido mirando hacia el balcón—. Porque ya es casi hora de desayunar. Parece de buen humor.
Daiana sonrió al ver la silueta estirarse antes de continuar y, mucho más tranquila, se despidió de Giarle y se encaminó a la habitación. Pensaba en una manera de refutarle a Artem su singularidad, poniéndose ella como ejemplo, sin embargo, recordó que a él le bastaba con abrir una puerta para derrumbar su argumento. Lamentaba que él no pudiese ver lo especial que era y solo entonces fue consciente de que no conocía los talentos del rey, salvo por esa capacidad de ocultarse tras la apariencia de un niño. Quiso preguntarle al respecto, pero ni bien llegó a la puerta, miró a Artem sacudir su cepillo.
Subió a toda prisa a la cama y con mucho cariño, Daiana le cepilló el cabello y volvió a tejer la larga trenza, dejándolo listo para que se colocara la corona y el broche. Mirándolo caminar al comedor con una radiante sonrisa, Daiana se debatía entre hacerle preguntas respecto a sus capacidades o simplemente dejarlo para otro momento. No necesitaba ser una erudita para imaginar que, si Artem se escudaba tras la apariencia de un niño, era probable que no quisiese hablar al respecto de lo que escondía. Se le ocurrió que podía abordar el tema desde otro lugar, pero no tenía idea de cuál.
Terminó de desayunar sin poder dar con una idea y, mientras caminaba al despacho detrás de él, Gialo se acercó a toda prisa a detenerlo.
—Majestad —exclamó preocupado—, los embajadores de Freirante, llegaron con la solicitud que mandó.
—¿Tan pronto? —interrogó encantado—. Pues que maravilla.
—Es evidente que olvidaste que día es hoy, ¿no es así, Artem?
—Es evidente que sí, Gialo —exclamó molesto—, ¿por qué simplemente no lo dices y ya?
—El embajador de Adrapnar también vendrá —suspiró con pesadez—. Para traer la invitación al aniversario de…
—Nerianna —masculló con desagrado.
—Sí —volvió a suspirar—. Y es muy probable que ella venga para entregarla en persona, como la última vez.
—Me voy —dijo dando la espalda.
—Vuelve aquí, no puedes irte —exclamó preocupado.
—¿Quieres ver que sí puedo?
—Eres el único que habla Freirante. Si te vas tendré que recurrir a Rosette.
Un quejido acompañó al frenar repentino de los pasos de Artem.
—No quiero a Rosette en palacio —masculló mientras regresaba—. Y necesito una manera de que los embajadores de Freirante, no se encuentren con los de Adrapnar o no se irán nunca.
—Ya me hice cargo de eso —indicó con rapidez—. Los de Freirante irán directo a los establos. Los recibes allá. Luego regresas a palacio, aceptas la invitación y todo listo.
Editado: 23.09.2025