El principe de las rosas

Larga Noche

Cerca de la hora de almorzar; Artem despertó, pero permaneció inmóvil, atento a los latidos del corazón de Diana, mientras sonreía, agradecido por haberse librado de aquella ridícula pretensión de hacerle daño. Recordaba con pesar qué a Gialo acabó lastimándolo severamente, al punto de que el caballero pasó varios días en cama, con dificultad para respirar. Aunque lo extrañaba mucho, con solo verlo le inundaba el deseo de hacerle daño y aterrado se negó a acercarse hasta que Eiren regresó, y solo en su presencia, Artem le permitió a Gialo volver al palacio.

La dicha que lo inundó al verlo fue tal, que se le escapó en un grito y lo abrazó con tanta fuerza, que casi volvió a lastimarlo. Sin embargo, en esa ocasión, nada le impidió moverse. Aunque su cuerpo se volvió más pesado, nada limitó su movimiento, por lo que, lo sucedido con Daiana, le resultaba preocupante. Solo existía una circunstancia en la que se hundió en otro pozo, pero esa vez tuvo que salir por su cuenta, pues nadie había para ayudarlo y aunque pensar en ello, casi conseguía entristecerlo, saber que Daiana estaba allí y fuera de peligro, lo contrarrestaba.

Con un pesado bostezo se sentó y miró el pozo a sus pies, pensando en que debía mandarlo a reparar. La bandeja a su lado aún tenía algunas galletas, pero como él tenía hambre de algo un poco más sustancioso, cambió para levantar a Daiana y salir por el pasadizo, juntó al trono. Con cuidado de no despertarla la dejó en la cama y fue a prepararse para almorzar. Terminaba de cerrarse el cuello cuando Gialo entró a la habitación, con una expresión de pánico que desapareció al cruzar miradas con el joven.

—Que bueno verte de buen humor —dijo con una sonrisa—. ¿Dónde está Daiana?

—En su cama —respondió mientras se acomodaba el broche—. ¿Tienes idea de que fue lo que hizo para…?

—Seguir su instinto —interrumpió risueño.

—Tiene un instinto interesante.

—Quizás, pero tú te contuviste bastante —señaló admirado—. Pudiste lastimarla mucho.

—En realidad no. Al final perdí la movilidad de todo mi cuerpo —explicó desconcertado—. Intenté acercarme para herirla, pero pensar en dañarla me aterraba. La lastimé por qué ella se acercó.

—Por eso no podías moverte.

—Tengo miedo, Gialo —suspiró cabizbajo—. No quiero que me lastimen de nuevo. Tal vez debería dejar que…

—Ella no te traicionará, Artem —aseguró con firmeza.

—¿Cómo puedes saberlo? —interrogó nervioso—. Mi propia familia me lastimó, ¿qué le impide a ella hacer lo mismo?

—Nada —respondió austero—, pero estoy seguro de que no sucederá y tú puedes confiar plenamente en mí.

—De eso no tengo duda.

—Sin embargo —señaló con rapidez—, eso no significa, que va a tolerar tus tonterías y malos comportamientos. Ella no va a titubear cuando deba corregirte. Porque yo mismo se lo he pedido.

—Supuse que lo habías hecho y te lo agradezco —sonrió con un suspiro—. Espero ser capaz de ver que intenta ayudarme y no herirme.

Aún conversaban cuando un grito de la aludida los hizo dar un salto y Gialo se volvió deprisa al escuchar que la puerta se abrió de golpe. Ella entró asustada, observando en todas direcciones, hasta cruzar miradas con Artem, quien se asomaba tras la cintura de Gialo. Sin mediar palabras y con los ojos llenos de lágrimas corrió a levantarlo y abrazarlo con fuerza.

—Qué alegría —chilló—. Pensé que seguías en el pozo y que lo había soñado todo. Estaba tan preocupada.

—¿Preocupada? —titubeó.

—Por supuesto —respondió cariñosa—. Pasar la noche atrapado así debe ser horrible. ¿Estás bien?

—Sí —contestó abrazándola—. En realidad fue una noche muy agradable gracias a ti.

—Qué alegría —dijo aliviada—. También hay que darle las gracias a Gialo.

—¿A mí? —interrogó confundido.

—Sí. Por lo que mencionaste, me di cuenta de que necesitaba regresar.

—¿A qué te refieres? —preguntó Artem curioso.

—Cuando Gialo dijo que eran cosas de Nerianna, me sentí muy molesta —explicó con calma—. Pero gracias a eso, me di cuenta de lo que sucedía. No en un comienzo, sino justo antes de desmayarme. Al despertar, recordé lo que ella dijo mientras tiraba del brazo de Artem.

—¿Qué debía dejar de actuar como un malcriado? —interrogó confundido.

—Eso también, pero en realidad me refiero a lo que mencionó sobre mí. Dijo que yo no tenía la capacidad de lidiar con él. Hizo todo eso para demostrar que tenía razón, así que la única forma de revertirlo era probando que se equivocó.

—Te habría lastimado de poder moverme —exclamó preocupado.

—Esa fue una ventaja, porque mi idea era correr por todas partes hasta que te cansaras de odiarme —dijo divertida—. Intentaría hacerte reír y trataría de que nos lleváramos bien, para probar que se equivocaba.

—Lamento mucho haberte hecho daño.

—No te preocupes —dijo feliz—. Mi brazo ya está bien. De otra forma no podría levantarte. Tú no querías hacerme daño y cuando me diste la mano, confirmé que todo había pasado, pero continuabas pesado, por lo que hizo falta esperar para sacarte.



#1277 en Fantasía
#224 en Magia

En el texto hay: rosas, secretos, recuerdos

Editado: 12.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.