Aunque despertó un poco más tarde, sabía que estaba a tiempo para desayunar, por lo que permaneció tumbada mirando el tejado de la cama, hasta que el sonido de una carroza llamó su atención. No pasó mucho antes de reconocer la voz de Artem en medio de una discusión y salió de la cama de un salto. Al ver la carroza de Rosette en el jardín, resopló con fastidio, pues se percibía la alteración en el tono de Artem. Se cambió para bajar, pero descubrió que la puerta estaba cerrada desde afuera y regresó al balcón con la intención de llamar su atención con un grito, sin embargo, la discusión había terminado.
Artem no se veía por ningún lugar, y una sonrisa maliciosa arqueó los labios de Daiana al mirar hacia abajo y confirmar que había un balcón en el piso inferior. Tomando un profundo respiro pasó sobre la baranda y se sostuvo con fuerza, bajando las manos por los barrotes hasta estar colgando por completo. Estaba por empezar a balancearse cuando escuchó la puerta de su habitación, y guardó silencio al escuchar las voces de Onfer y Rosette. Procurando no ser descubierta, se balanceó con fuerza y se dejó caer, sin embargo, preparada para tomar la baranda de abajo, se llenó de terror cuando los dedos se le deslizaron.
Durante unos segundos, en los que no pudo pensar en nada, vio la ventana alejarse de ella y se sorprendió cuando una de las enredaderas se extendió a toda prisa tomándola de la muñeca. Sin embargo, en lugar de subirla, la llevó a salvo hasta el suelo y Daiana agradeció con una sonrisa, antes de alejarse. Se sobresaltó al escuchar la voz de Rosette y al volverse hacia el balcón pudo verla apuntarle con el dedo. Daiana les dedicó una sonrisa burlona y les sacó la lengua antes de echarse a correr, mientras trataba de imaginar dónde podía estar Artem y que hacía Rosette en su habitación. Determinada a encontrar respuestas, se le ocurrió recurrir a Gialo, pero antes de poder entrar al palacio, Giarle llamó su atención desde los arbustos.
—Daiana, ¿qué haces fuera de tu habitación? —interrogó sorprendido—. El rey no está en palacio. Busca a unos merodeadores.
—Déjame adivinar —desdeñó molesta—. Rosette le informó al respecto.
—Así es.
—Esa arpía se coló en mi habitación —zapateó furiosa—. Me escapé por poco. No me quedaré en palacio. Encontraré a Artem.
—Ella mencionó que quería conversar contigo —dijo paciente—. Que aprovecharía el momento.
—¿Onfer también? —interrogó mordaz—. De ninguna manera conversaré con ellos sin Artem presente. ¿Sabes a dónde fue?
—No —suspiró con pesar—. No alcancé a escuchar en qué lugar estaban los merodeadores.
—No es importante, de cualquier forma no puedo llegar hasta allá —dijo con desdén—. Cuando regrese dile que me busque en el lago. De ninguna manera me quedaré en palacio con Rosette.
—Lleva esto contigo —dijo extendiendo una pequeña canasta—. Es mi desayuno.
—Gracias, Giarle. Hasta más tarde.
—Ten cuidado, Daiana, por favor.
Recordando las indicaciones de la enredadera, Daiana se encaminó por un sendero borroso y rápidamente perdió el palacio de vista. No regresaría hasta que Artem estuviese presente, sobre todo porque no conocía las capacidades de Rosette y tras ver lo que Nerianna era capaz de hacer, no quería imaginarse lastimando a Artem, por culpa de una artimaña ridícula.
Caminaba disfrutando del paisaje y el ruido, cuando se le ocurrió que pudo ir a ver Shyarn en lugar de andar deambulando por el bosque. Incluso pudo ocultarse en la casa de Gialo, pero ninguna de esas ideas se le ocurrió con las prisas. Le intrigaba qué clase de criaturas eran los merodeadores y que podían querer para ser tan molestos. Se los imaginaba como seres de algún otro de los mundos que estaban tras las tantas puertas, pero, de ser así, ¿por qué no sellar la puerta? Sin duda, tenía que ser algo mucho más complicado o algo tan estúpidamente simple que eran incapaces de ver la solución.
Riendo por la suposición, se sentó a orillas del lago y sacó el desayuno de Giarle, que se trataba de pequeñas bolitas de color azul celeste que después de mirar atentamente, eligió no comer. Miró el agua y suspiró con tranquilidad mientras esperaba, lanzando pequeñas piedras para escucharlas romper. Si la búsqueda de los merodeadores era tan rápida como la primera vez, Artem debía llegar al almuerzo y todo estaría bien. De lo contrario podría tardar hasta la merienda, pero no más que eso, porque Gialo no lo dejaría saltarse tantas comidas.
No se percató de que dormía hasta que el sonido de voces la sacó de su sueño, se levantó para buscar el origen del alboroto y reconoció a los soldados de Rosette, quienes revisaban los arbustos con cuidado, fracasando en su intento de no hacer ruido. A toda prisa, Daiana subió a un árbol cercano y los vio pasar sin mirar arriba. Llegaron a la orilla del lago y revisaron la canasta de comida, pero solo la hicieron a un lado.
No tardó en perderlos de vista y bajó de un salto, pensando que era más seguro ocultarse en la casa de Gialo, sin embargo, mientras corría para llegar al palacio, procurando no quedar expuesta, se enredó con la raíz de uno de los árboles, cayendo al suelo. Un crujido le erizó la piel y un escalofrío recorrió su espalda, justo antes de que soltara un grito, traspasada por el dolor. Temblando de pies a cabeza, se cubrió la boca a toda prisa, rogando que los guardias no la hubiesen escuchado, y se llenó de miedo al confirmar que se acercaban.
Editado: 12.10.2025