El principe de las rosas

Plumas

En la mañana, el alboroto de Artem, que entró a la habitación corriendo emocionado, la sacó de su sueño. El rey se subió a la cama de un salto, antes de tumbarse a su lado y mirarla con los ojos llenos de brillo y una amplia sonrisa.

—Buenos días —dijo emocionado.

—Buenos días —rio divertida mientras se sentaba—. ¿Qué estás haciendo aquí tan temprano?

—Te quedaste dormida —explicó risueño—. Y vine a buscarte para bajar juntos a desayunar.

—¿Me quedé dormida? —interrogó sorprendida.

—Sí, pero está bien, aún estamos a tiempo.

—Qué alivio. En ese caso, ¿saldrías mientras me cambio? —interrogó revolviéndole los cabellos—. Luego iré a ayudarte con tu trenza.

—Ya voy —gritó saltando de la cama—. Te esperó allá.

Daiana no tardó en estar lista, guardó la pluma en su bolsillo y se encaminó a la habitación, donde Artem la esperaba dando saltos en la cama. Ni bien terminó de tejer la trenza, el pequeño la tomó de la mano y empezó a correr al comedor.

—¿Cuál es la prisa? —interrogó Daiana entre risas.

—Hoy sirven algo especial que quiero que pruebes —contestó exaltado.

—Muy bien, pero no hay por qué correr.

El rey tomó asiento de un salto, y de inmediato, su plato se llenó con una sopa de color oscuro, que en un primer vistazo producía desconfianza. Daiana miró su plato llenarse con el mismo líquido y después de respirar profundo y tragar con dificultad, tomó la cuchara y empezó a revolver la sopa, que al estar en movimiento dejaba ver un arcoíris brillante. Ahogando una exclamación, Daiana se detuvo y miró cómo los colores se unían de a poco y nuevamente la sopa tomaba un color oscuro y sospechoso. Observó con curiosidad al resto de los comensales y sonrió al notar que Gialo iba por su segundo plato, mientras que Artem ya casi terminaba el primero.

A Onfer, sin embargo, parecía causarle repulsión, pues no hacía más que revolverla y observarla, sin comer. Después de un profundo respiro, Daiana se animó a probarla. Bastó con acercarla a su rostro para que el agradable aroma le diera el impulso faltante y, tras el primer sorbo, descubrió que se trataba de un manjar, con una mezcla de sabores que se proseguían sutilmente unos a otros, dejando la sensación de que se comían varios platillos a la vez. Disfrutó cada bocado mientras que, al mismo tiempo, intentaba descubrir qué comidas imitaba la sopa.

Sonrió divertida al percatarse de que Artem solo quedó satisfecho después del tercer plato y ella casi lamentó el no poder comerse un segundo. El bullicioso desayuno acabó un poco más tarde de lo habitual y, motivado por la exquisita comida, Artem caminaba al despacho de buen ánimo, a pesar de que iba a terminar sus quehaceres. La mañana se fue deprisa y, tras el almuerzo, por insistencia de Daiana, regresaron para acabar las pocas obligaciones restantes.

—Debo reconocer que valió la pena terminar —suspiró recostándose a su respaldo—. Gracias.

—Magnífico —exclamó sonriente—. En ese caso, necesito buscar el libro de las especies, que usamos el otro día.

—¿Para qué? —interrogó curioso.

—Quiero saber —dijo conteniendo la emoción—, a qué criatura pertenece esto.

Aunque Artem la miraba sonriente, cuando Daiana sacó de su bolsillo la pluma, mostrándola orgullosa, la sonrisa del rey se forzó, mientras su corazón se paralizaba.

—¿Dónde la encontraste? —interrogó obligándose a disimular que le faltaba el aire.

—Estaba en mi balcón —dijo encantada—. De seguro en los libros descubriré a qué criatura pertenece.

—¿Para qué quieres saberlo? —interrogó sonriente.

—¿Viste su tamaño? —exclamó colocándola en la mesa—. ¿Te imaginas la envergadura de semejante criatura? Debe ser maravilloso.

—Esa no es la palabra que yo usaría —desdeñó volviendo la mirada.

—¿Sabes de qué es? —preguntó colocando las manos en la mesa y acercándose hasta casi pasar sobre ella.

—No estoy seguro —sonrió hundiéndose en el respaldo—. Quizás los libros ayuden más que yo.

—En ese caso —exclamó decidida apuntando con el dedo—. A la biblioteca.

Con risitas repentinas, Daiana caminaba examinando su tesoro, mientras Artem intentaba recordar si existía algún libro en la biblioteca que pudiese resultarle de utilidad. Sin embargo, antes de llegar a destino, Gialo se acercó a detenerlos.

—Majestad, necesito su ayuda —dijo procurando sonar sereno—. Están intentando abrir las grandes puertas del oeste, desde el otro lado.

—¿De nuevo? —exclamó sorprendido—. Daiana, por favor, quédate en la biblioteca.

—Pero…

—Nadie podrá entrar allí —dijo sujetando sus manos—. Rosette y Onfer no podrán tocarte, lo prometo.

—Está bien —dijo nerviosa—. Esperaré que regreses.

Daiana corrió hasta la biblioteca y, al entrar, las puertas se cerraron tras ella y pudo ver las enredaderas, cubrirlas por completo. Encontró rápidamente el libro borgoña y, aunque intentó distraerse buscando una criatura con alas lo bastante grandes para una pluma como la que sostenía, no conseguía dejar de pensar en Artem. Procurando mantenerse enfocada, buscó primeramente a los adrapnianos, pero sus plumas no eran lo bastante grandes y además, eran de colores más vivos. Otras especies tenían plumas de colores oscuros, pero muy pequeñas.



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En el texto hay: rosas, secretos, recuerdos

Editado: 12.10.2025

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