El principe de las rosas

Mariposas

Esa mañana, emocionada con la celebración, Daiana salió de la cama al despuntar el alba y después de darse un baño se preparó para bajar al jardín, mientras miraba las plumas sobre su velador. Justo entonces una idea cruzó su mente como una centella y, tomando una de las plumas, bajó a toda prisa al recibidor. Curiosa se detuvo ante la estatua del Airsemita, levantando la pluma para compararlas. Miraba con atención los distintos tamaños que tenía el ala de piedra, cuando la voz de Gialo la hizo dar un salto.

—Creo que las alas de Artem aún no son tan grandes como las de su padre —indicó paciente—. Le falta crecer un poco.

—¿Su padre? —interrogó admirada, volviéndose a mirarlo.

—El rey Arfaim —suspiró con pesar—. Murió bastante joven. Esa estatua fue un obsequio de la gente de Garandery. Seres de piedra, que habitan tras una de las puertas del oeste.

—¿La estatua es precisa? —interrogó sorprendida.

—Absolutamente —respondió satisfecho—. Se ve grande por el pedestal, pero si pones atención te das cuenta de que es de tamaño natural y él tampoco era pequeño. Al parecer, los hombres de su especie son de cuerpos grandes, dependiendo de la forma en la que nacen, pero no sé mucho al respecto. Cuando llegaron las estatuas, la reina Bedona estaba encantada. Eran dos, pero la de ella está perdida.

—Por eso Artem quiere restaurarla.

—No quedaron muchos recuerdos de sus padres en palacio —suspiró apesadumbrado—. Cuando la madre de Rosette se apoderó del trono, se deshizo de todo lo que pudo. ¿Cómo conseguiste esa pluma?

—Artem me la obsequió —respondió satisfecha—. Primero encontré una por accidente y después de perderla, me regaló esta.

—¿Por eso la comparabas con la estatua?

—Los airsemitas no aparecen en el libro de las especies —explicó pensativa—. Y no encontré ninguna otra con alas lo bastante grandes. Además, no tendría sentido que fuesen de una especie distinta a esta, tomando en cuenta que ya sabía que Arfaim era un Airsemita.

—Arfaim no quiso llenarlo solo y Bedona no insistió —indicó compasivo—. Se cansaron de esperar que algún otro Airsemita apareciese en el jardín de Bedona. Aún ahora hay guardias que pasan por allí de vez en cuando.

—Me gustaría ir alguna vez.

—Deberías sugerírselo al rey —invitó divertido—. Hace mucho que él no se da una vuelta por allí. Quizás le haga bien. Pero hoy no es un buen día para eso. Habrá una celebración en la ciudad.

—Es cierto —exclamó emocionada—. Artem dijo que podíamos ir.

—¿De verdad? —interrogó anonadado—. ¿Cómo lo convenciste?

—Yo solo le pregunté si podíamos ir y dijo que sí.

—Magnífico —exclamó risueño—. En ese caso, me prepararé para cualquier eventualidad. Te veo en el desayuno.

—Está bien.

Daiana continuó mirando la estatua un momento más y después de guardar la pluma en su bolsillo, se encaminó al jardín, donde Giarle regaba los rosales mientras tarareaba una canción bastante divertida.

—Buenos días, madame —exclamó al verla—. Debo decir que comenzaba a extrañarla. ¿Dónde se ha metido ayer?

—Solo llegué al lago —suspiró—. Lamento mucho haber perdido tu vianda.

—¿Qué es una vianda? —interrogó confundido.

—El envase donde me diste tu desayuno.

—¿Mi desayuno? —preguntó aún más desconcertado—. Madame, yo no le di mi desayuno. Lo que yo como podría hacerle mucho daño. Además, yo no coloco la comida en ningún envase, la tomo directamente de las calderas.

—¿Entonces no nos vimos ayer antes del desayuno? —interrogó confundida.

—No, claro que no. Por favor, dígame que no comió eso —rogó preocupado.

—No, no me gustó como lucia.

—Debo contarle a Gialo —incitó nervioso—. Está claro que alguien intentó lastimarla y me usó a mí de fachada. Qué descaro.

—Hablaré con él después del desayuno —dijo preocupada.

—Será mejor que se apresure —rio mirando la ventana de Artem—. El rey despertó hace poco.

—¿Tan pronto? —exclamó sorprendida—. Por supuesto… no tomé en cuenta el tiempo que conversé con Gialo. Qué tonta. Hasta luego.

—Hasta luego, madame.

Llegó sin prisa hasta la habitación de Artem y después de tocar un par de veces la puerta se abrió para ella, justo cuando el chiquillo salía del armario con el cepillo y se subía a la cama. Emocionado con el paseo, apenas pudo estarse quieto mientras Daiana lo peinaba y una vez estuvieron listos bajaron al comedor. Se sentía la festividad del ambiente y muchos de los comensales usaban atuendos coloridos que rápidamente captaron la atención de Daiana y Artem le explicó que, muchas veces, las personas de palacio se vestían más elegantes de lo usual al bajar a la ciudad.

Cómo la celebración empezaba antes del almuerzo, Artem aprovechó la mañana para revisar unos documentos que Gialo dejó en el despacho y al acabar, le pidió a Daiana seguirlo.

—¿Ya nos vamos? —interrogó emocionada.

—No, aún no —dijo con tranquilidad—. Te buscaremos un atuendo para la ocasión. Así no llamarás demasiado la atención.



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En el texto hay: rosas, secretos, recuerdos

Editado: 12.10.2025

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