Una sonora exclamación escapó de los labios de Daiana al salir al jardín y verlo lleno de juegos y mesas de curiosidades. Flohyreantes de diversos colores y tamaños atendían los lugares y muchos seres de otras especies caminaban de un lado a otro, jugando y comprando recuerdos. Antes de que Artem pudiese reaccionar, Daiana lo había tomado de la mano para echarse a correr, pero él la retuvo y con su otra mano hizo una señal que rápidamente llamó la atención de ella.
—Recuerda las normas —solicitó paciente—. No puedes correr aquí. Observa —dijo señalando a un caballero de negro, que si bien no llamaba la atención llevaba una espada en su cintura y no les quitaba los ojos de encima—. Si comienzas a correr, los guardias se pondrán en alerta y si ellos comienzan a correr, los demás se asustarán y causarán un alboroto.
—¿Son guardias del palacio? —interrogó sorprendida
—Exactamente —respondió risueño—. Flohyren es una ciudad tranquila, ellos están aquí por mí. Esa es la norma.
—¿Entonces no puedes hacer nada? —interrogó llorosa.
—Al contrario, podemos hacer lo que quieras, pero no corras.
—Entiendo —exclamó con renovado entusiasmo.
—Los Flohyreantes se asustan fácilmente —explicó encaminándose a las mesas—, y algunos son peligrosos. No intencionalmente y eso los hace aún más impredecibles, por lo que es mejor no asustarlos. ¿Qué quieres hacer primero?
—Subir a esa cosa —contestó señalando un juego.
—Buena elección. Es un paseo algo brusco, pero muy divertido.
Aquel juego, en el que rebotaban sobre flores esponjosas que los empujaban elevándolos a grandes alturas, fue un buen comienzo para el paseo, que no tardó en volverse un juego en sí mismo. Procurando recordar que no debía correr, Daiana tiraba del brazo de Artem para señalarle todo aquello que llamaba su atención, mientras daba brincos y, complaciente, él la seguía de un lugar a otro. En las mesas eran recibidos con obsequios y Daiana disfrutaba de ver que, contrario a su pensar, los ciudadanos de todas las especies apreciaban a Artem, quien en varias oportunidades se detuvo a conversar con ellos.
Muchos se acercaban solo a tomarle la mano y otros más osados le contaban sus soluciones a inconvenientes del reino, mientras él escuchaba atento, conservando para sí las cosas que le parecían útiles. Los niños corrían a su alrededor y los invitaban a jugar, ignorantes de que, muy a pesar de su aspecto, el rey no era como ellos y, aun así, animado por Daiana, acabaron uniéndose a los más pequeños, para perseguir mariposas de papel. Aquel juego a Daiana se le hizo interesante, pues parecía divertir mucho a Artem, quien compró todas las mariposas de papel para obsequiarlas.
Los que se animaron a jugar, recibían una mariposa, colocaban su nombre en las alas y las retenían entre sus manos hasta que todos estaban listos y tras dar vueltas a un pequeño cordel elástico las liberaban en el aire. En medio de la tormenta de aleteos, debían encontrar su mariposa y atraparla antes de que tocase el suelo. Entre risas y correteos, muchos lograban atrapar mariposas, aunque muy pocos acertaban a sus nombres, pero allí radicaba lo que Artem disfrutaba, pues en lugar de dejar ir a las mariposas equivocadas, buscaban a sus dueños y acababan intercambiándolas y haciendo nuevas amistades.
En medio del alboroto, Artem había regresado varias mariposas, y le desconcertó la persistencia de Daiana, quien se había enfrascado en perseguir una en particular que se le escurría entre los dedos cada vez que intentaba atraparla. Aquel comportamiento por parte del insecto se le hizo curioso al rey, quien se acercó deprisa para detener a Daiana, logrando sujetar sus manos apenas a tiempo.
—¿Qué sucede? —interrogó confundida.
—Esa no es de papel —respondió divertido—. Si quieres atraparla, extiende la mano y no te muevas.
Aunque llena de dudas, hizo lo que Artem le pedía y bastó un momento para que la mariposa se posara en su nariz.
—Felicidades —exclamó Artem divertido—. Una mariposa te ha elegido para regalarte buena fortuna.
—¿De verdad? —interrogó confundida mirando al pequeño insecto que no tardó en alzar vuelo.
—Ha debido confundirte con una flor —dijo Gialo mientras se acercaba—. Mis felicitaciones, escuché que es de las primeras mariposas en llegar.
—¿De las primeras? —interrogó Daiana confundida.
—Esta noche es el arribo de las mariposas del sur —explicó Gialo—. Esa es la razón de la celebración. Darles la bienvenida.
—Pero creí que era por lo de la puerta sellada —indicó Daiana confundida.
—Eso es solo una excusa para que se extienda la diversión —explicó el caballero pescando una mariposa de papel—. Oh, qué sorpresa, esta tiene tu nombre, Artem. Vine a buscarlos —dijo colocando la mariposa sobre la corona—, la comida ya está servida y faltan ustedes en la mesa.
—Magnífico, estoy hambriento.
—Ahora entiendo —exclamó Diana dando un salto—. Por eso las mariposas de papel están hechas de este modo. ¿No es verdad?
—Exactamente —aplaudió Gialo.
—Es una manera de jugar con ellas —explicó Artem—. Sin lastimarlas. Esta noche verás un espectáculo muy divertido.
Editado: 05.11.2025