Fuera del gran salón el alboroto parecía más bajo y Artem respiró aliviado, sonriendo cuando Daiana le tiró del brazo para señalar un grupo de niños que corrían y reían, escapando de un caballero disfrazado de monstruo planta.
—¿Qué están haciendo? —interrogó curiosa.
—Se supone que el monstruo tiene la ventaja mientras los pequeños no encuentren las armas de juguete que están escondidas en los arbustos, ya que solo podrán enfrentarlo cuando todos estén armados.
—¿Qué clase de armas son?
—Herramientas de jardinería —contestó divertido.
—Me gustaría jugar —suspiró con un puchero.
—Vamos. Basta con decirle al monstruo que también jugaremos.
—Maravilloso —chilló emocionada.
Una vez que el caballero estuvo al tanto y después de que Artem hiciera una señal a los guardias, corrieron para unirse al resto de los niños y buscar las armas escondidas. Los pequeños se daban prisa, evitando que el monstruo los tocara, pues si lograba ponerles las manos encima, debían permanecer paralizados hasta que otro compañero los liberase. Aunque entusiasmado con el juego, Artem no se apresuraba demasiado, pues le divertía más, ver a Daiana corriendo para liberar a los niños que eran paralizados por el monstruo.
Determinada a ganar aquella falsa batalla, Daiana repartía las armas que encontraba para que todos pudiesen tener una, mientras que, al mismo tiempo, liberaba a Artem, quien no intentaba escapar del monstruo. Una vez que hasta el último chiquillo estuvo armado, liderados por Daiana, hicieron huir al monstruo hasta su maceta, dónde, con sus herramientas de jardinería, lo plantaron para transformarlo en un valiente caballero Flohyreante. Parado junto a la maceta, Artem observaba la celebración y el alboroto de los pequeños y a Daiana gritar orgullosa por el triunfo.
—Debo reconocer que ha sido el mejor juego del día —comentó el caballero acercándose a Artem—. Y de mi vida.
—¿El mejor? —interrogó curioso.
—Definitivamente —insistió con agrado—. El único de hoy que los niños han jugado hasta derrotarme y el primero de mi vida en el que juega el mismísimo rey de Flohyren. Lo más divertido es que fui capaz de paralizarle cuatro veces.
—Ya veo.
—Me siento satisfecho y agradezco a la dama que le acompaña, majestad. No hay duda de que su entusiasmo contagió a los más pequeños. Parece una niña más.
—Es verdad —sonrió Artem mirándolos festejar.
—Y pensar que por poco me niego a jugar esta última partida —admitió con una sonrisa—. Buscaré los premios de estos valientes guerreros.
El caballero regresó con varios cofres repletos de dulces y juguetes que repartió entre los peques y rio satisfecho de que tanto el rey como Daiana aceptarán el regalo que otros consideraban de niños. Mientras los más pequeños intercambiaban sus botines, Artem revisaba el cofre de Daiana, asegurándose de que pudiese comer los dulces sin preocuparse. Cuando cerró la tapa del cofre para devolverlo, el aleteo de las mariposas captó su atención y, al levantar la mirada, divisó la nube que se acercaba por sobre los árboles, señalándoselo a Daiana, quien rápidamente se volvió para mirar el espectáculo.
Una exclamación escapó de sus labios ante el cúmulo que se movía como un pequeño tornado. Las mariposas de un resplandeciente dorado, matizado de trazos blancos, parecía una auténtica ola que se les venía encima, pero que simplemente cruzó a su alrededor, mientras se posaban no solo en las superficies disponibles, sino también en todos aquellos presentes que no se movían para evitarlo. Los niños corrían para mantenerlas en vuelo y por ello no fueron cubiertos por ellas.
Distraído con el espectáculo, Artem no se percató de que Daiana, quien permaneció inmóvil para no asustar a las mariposas, acabó cubierta de pies a cabeza. Curioso por su repentino silencio, se volvió a mirarla y dejó escapar una carcajada.
—¿Qué haces? —interrogó secándose las lágrimas.
—No quiero lastimarlas. ¿Qué pasará si piso alguna?
—Es imposible —suspiró enternecido—. Ellas jamás se posan en el suelo.
—¿De verdad? —interrogó al tiempo que Artem la tomaba de la mano.
—Las mariposas son muy inteligentes, Daiana —dijo mientras la jalaba para hacerla dar un paso, provocando una ráfaga cuando las mariposas alzaron vuelo—. Mientras nos mantenemos en movimiento no se posan sobre nosotros.
—Comprendo.
—Vamos. La merienda debe estar servida.
—¿También hay mariposas en el salón?
—Así es. Debes tener cuidado al sentarte.
La mesa no se encontraba tan llena como en el almuerzo, por lo que Daiana pudo ocupar el lugar de Rosette y exclamó sorprendida cuando, al sentarse, Artem provocó un tornado de mariposas, de las cuales, varias regresaron a posarse en su cabeza, sin alejarse ni aun cuando se movía. Bastaba con levantar cualquier cubierto o plato para que las pequeñas revolotearan de inmediato y, divertida, Daiana jugaba a espantarlas mientras comía un postre frío en forma de rosa. Al acabar la merienda, el último baile fue anunciado y Daiana miró con asombro cómo las parejas danzaban en medio de la nube de mariposas que revoloteaban en el salón.
Editado: 05.11.2025