El principe de las rosas

Libro

Mientras esperaba el desayuno, leyendo una de las historias del libro que Gialo le había dado, una idea sacó a Daiana de la cama de un salto, y sabiendo que contaba con tiempo suficiente para buscar a Gialo antes de desayunar, se encaminó fuera de la habitación. Cómo supuso, lo encontró en el despacho, ordenando los papeles que Artem y Lord Feiran revisarían ese día.

—Qué gusto verte, Daiana —sonrió Gialo aunque desconcertado—. ¿Qué haces aquí tan temprano?

—Necesito un libro en blanco —respondió risueña—. ¿Puedes ayudarme?

—Por supuesto, pero…

—Quiero llevar notas sobre Artem —contestó suponiendo la interrogante—. No encontré libros sobre él en la biblioteca.

—No hay —reconoció pensativo—. Ninguna de las criaturas que ha pasado tiempo con él ha tenido la idea de hacerlo. Me agrada, pero se cuidadosa, no sabemos cómo se lo vaya a tomar.

Gialo se acercó a un escaparate y abrió revelando una colección de materiales diversos, como tinteros, plumas, amasijos de hojas limpias y libros en blanco. Tomó uno de portada rojiza y se lo entregó con una sonrisa.

—Me gusta el color —dijo divertida—. Combinará con sus ojos.

—Estoy de acuerdo —sonrió extendiéndole tinta y pluma—. Esto también lo necesitarás.

—Gracias, Gialo. Iré a escribir peculiaridades que no quiero olvidar.

Atenta a los detalles, Daiana agregó todo cuanto pudo recordar antes de que la voz de Artem la hiciera dar un respingo y sonrió al verlo asomar la cabeza en la puerta.

—¿Qué haces? —interrogó curioso.

—Un libro —contestó mostrándoselo—. Pero aún no está terminado. Así que no puedes verlo.

—¿De qué se trata? —preguntó acercándose a la mesa.

—De ti —sonrió tomando el cepillo que Artem traía en la mano.

—¿Un libro sobre mí? —interrogó sorprendido, al tiempo que ella lo levantaba para sentarlo y empezar a cepillarlo—. Te van a sobrar muchas hojas.

—Al principio pensé que sí —confesó divertida—, pero descubrí que puedo dibujar muy bien. Te dejaré ver solo la primera página.

Daiana lo abrió entusiasmada y le mostró un retrato de él. La expresión de desconcierto en el rostro de Artem, acabó por confundirla a ella, casi tanto como la pregunta que el rey hizo entonces.

—¿Así es como luzco? —dijo sin quitar la mirada de la imagen.

—Sí —respondió cautelosa, volviendo a tomar el cepillo—. Como en el retrato en tu habitación. ¿Acaso no es así como te ves?

—Yo no puedo verme —dijo divertido.

—En los espejos, Artem —indicó trenzando el cabello.

—No lo sé —confesó en un suspiro—. No veo claramente mi reflejo. Los demás dicen que ellos lo ven, pero yo no puedo. Muchas veces está difuso. Es interesante poder verme. Tengo los ojos grandes.

—Tienes unos ojos muy hermosos —dijo tomando el libro y dejándolo en la mesa al escuchar el gong—. Ahora vamos a desayunar. El abuelo Feiran dijo que vendría hoy.

—¿Qué más pondrás en ese libro? —interrogó caminando hacia la puerta.

—Las cosas que aprenda de ti —sonrió encantada.

—¿Todas?

—Claro que no —dijo mirándolo con picardía—. Hay secretos que no podemos escribir.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó nervioso.

—¿De verdad quieres ayudarme? —chilló emocionada—. Me encantaría que lo hicieras, así sería más sencillo. Podemos revisarlo juntos después.

Artem sonrió divertido y con renovado entusiasmo la siguió al comedor, donde Lord Feiran ya los esperaba. Cuando Daiana le habló de su idea a Lord Feiran, este prometió traer escritos un par de detalles para que pudiesen transcribirlos. Después de conversarlo con Daiana, Artem le mencionó a Gialo que a él también le harían preguntas más adelante y el caballero sonrió encantado. De camino al despacho, Lord Feiran mencionó que existían características puntuales que Artem heredó de su padre, sin cambios y que eran más evidentes que las heredadas de su madre.

—Quizás, de ser una niña, habría sido distinto —comentó divertido—. Recuerdo el día que Firius se enteró de que sería abuelo. Fue un pandemonio.

—¿Lo fue? —interrogó Artem sorprendido.

—¿Tus padres no te contaron? —interrogó Lord Feiran sorprendido.

—Creo que no —reconoció pensativo—. No recuerdo.

—No te preocupes —aplaudió entrando al despacho y tomando asiento—. Yo les contaré.

Poner atención al papeleo se dificultó, después de que Lord Feiran mencionara que ni aun Bedona sabía de la existencia de Artem.

—No comprendo —interrumpió Daiana—. ¿Cómo no lo supo?

—Resulta que mientras Firius y yo estábamos en otros mundos, le llegó la carta de Bedona, como les mencioné, pero él no se apresuró a venir —explicó Lord Feiran—. Bedona estaba a cargo y debía asegurarse de que Arfaim se quedará aquí hasta que Firius regresara, para que lo convirtiera en embajador, pero no pudieron mencionar el nombramiento porque al llegar encontramos un alboroto en palacio.



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En el texto hay: rosas, secretos, recuerdos

Editado: 05.11.2025

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