El principe de las rosas

Alas Rota

El cambio en el jardín no tardó en evidenciarse, dada la constancia de Daiana y el empeño de Artem en recuperar tantos recuerdos perdidos como le resultara posible. Aquel interés por parte del rey captó la atención de Gialo, quien se sintió esperanzado cuando Artem le confesó que comenzaba a sentirse menos perdido y más como él mismo. Sin embargo, al pensar en que tarde o temprano tendrían que lidiar con las oscuras rosas perdidas, las esperanzas de Gialo se tambaleaban, pues en su conocimiento, los buenos recuerdos no representaban un problema.

Los miembros de la corte, por su parte, miraban la recuperación del jardín como señal de que el poder de su rey aumentaba y lo consideraban algo maravilloso. A sus ojos, Artem tomaba decisiones más rápidas y precisas, sus solicitudes eran respondidas de manera inmediata, por lo que los documentos ya no se acumulaban en el despacho y Artem oía reuniones de buen humor, mejorando las alianzas. Varios embajadores mencionaron su regocijo a Gialo, quien internamente rogaba para que la paz no se desmoronase, mientras pensaba en la tormenta que Lord Feiran ya había anunciado.

Buscar historias para dormir, se transformó en la excusa perfecta para que Daiana deambulara entre las rosas de la biblioteca a su entero antojo, lo que le permitió descubrir que los recuerdos estaban ordenados de manera precisa. Las rosas del piso principal y el primero mostraban recuerdos en los que Artem estaba presente con sus padres, su abuelo y Lord Feiran. El segundo eran memorias de Bedona, Rosair y Firius, mientras que en las del tercer piso eran solo Arfaim y Bedona. Mezclar los relatos durante las noches aumentaba el interés de Artem en su historia familiar y en sus propios recuerdos.

Sin embargo, las memorias menos agradables, Daiana se las contaba sin esperar la hora de dormir, sobre todo si algo le preocupaba, por lo que él ya no se sobresaltaba al verla irrumpir en el despacho poco después de la merienda o antes de la cena, que eran los momentos que ella aprovechaba para deambular por la biblioteca.

—¿Sabías que pueden romper tus alas? —interrogó en un angustiado susurró al rodear la mesa.

—¿Romperlas? —dijo descolocado—. Eso no es posible, Daiana.

—Sí, es —dijo llorosa—. Tu padre lo dijo.

—Te escuchó —suspiró dejando los documentos a un lado.

Caminando de un lado a otro del despacho, Daiana le especificó una rosa del tercer piso, que parecía oculta entre el muro y una de las estanterías. En un comienzo el recuerdo no parecía distinto del resto, sin embargo, Arfaim había irrumpido en la biblioteca con expresión incómoda y aunque no permaneció solo mucho tiempo, tampoco quiso hablar con Bedona en un primer momento. Al menos, hasta que vieron partir una carroza en la que era trasladado un prisionero de un mundo distinto, rodeado por soldados de su misma especie.

—¿No te preocupa no saber lo que le sucederá? —interrogó Arfaim mirando la carroza perderse en la distancia.

—En su mundo tienen leyes diferentes a las nuestras —explicó paciente—. No hay nada que yo pueda hacer. Su delito fue cometido allá y vino aquí para esconderse, eso no está bien. Pagará por lo que haya hecho.

—Lo sé, pero estaba aterrado —dijo impotente—. Gritaba que fue un accidente, que no quiso hacerlo, ellos mismos reconocieron que sus palabras eran ciertas y de igual manera decidieron condenarlo. Es un castigo injusto.

—¿Castigo? —interrogó Bedona confusa.

—Nunca he estado de acuerdo con ellos —soltó Arfaim furioso y Bedona se inquietó al escuchar el crujido del suelo antes de que el joven se alejara.

—La disciplina es necesaria, Arfaim —dijo con cautela mientras lo seguía.

—Lo sé —dijo tomando un profundo respiro—, pero…

—Quizás, solo estamos confundidos —sugirió conciliadora.

—¿A qué te refieres?

—Hemos descubierto que somos diferentes en muchas cosas, tú, por ejemplo, necesitas dormir mucho tiempo y a mí me bastan unos minutos para estar repuesta —dijo conciliadora—. Y nuestros mundos son distintos, me haría falta saber, que era un castigo allá.

Arfaim permaneció en silencio, y a sabiendas de lo que eso significaba, Bedona se acercó gentil y lo envolvió en un abrazo. De nuevo era ligero como una pequeña hoja y temiendo que se lastimara, la princesa lo ayudó a sentarse frente a ella.

—En Flohyren —dijo Bedona sujetándole la mano con gentil firmeza—, el mayor castigo que existe, es el exilio. Para llegar a ser un exiliado, debes hacer algo muy malo. Más allá de eso, no hay nada y por debajo de eso, está el encierro, pero no demasiado tiempo, pues un Flohyreante no puede ser alejado de la luz o perece. Cuando eres pequeño, y tus padres quieren corregirte, te quitan tus coloridos cabellos, acabas con la cabeza pelona y todos se burlan de ti, hasta que te vuelven a crecer.

Inútilmente, intentó Bedona ahogar una risita al imaginar aquello y ese gesto consiguió que Arfaim tomara un profundo respiro y recuperase la voz.

—En Airsem no hay lugares para encerrar a nadie, por qué allá la única manera de ganarte una segunda oportunidad es luchar por ella —dijo con un suspiro que apenas le alcanzó para ahogar un sollozo—. Los niños se comportan desde muy pequeños, porque el sueño que comparten es poder volar, y tus padres te advierten que si no eres bueno, jamás podrás hacerlo.



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En el texto hay: rosas, secretos, recuerdos

Editado: 18.12.2025

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