Esperar la hora pautada se transformó en una pesadilla para Daiana. Deambular por el palacio se volvió repentinamente aburrido y, a su parecer, la mañana se hizo curiosamente larga ese día. Convencida de que agonizaría esperando, acabó por tumbarse en el piso del despacho a esperar el almuerzo, mientras Artem terminaba con unos documentos que Gialo le entregó.
—¿Ya nos vamos? —interrogó quizás por sexta vez desde que se tumbó.
—No —dijo Artem paciente—. Saldremos después de almorzar.
—¿Por qué? —suspiró desencantada.
—Porque necesito terminar —explicó gentil—. Y no quiero que vayamos sin haber comido algo. No sabemos que encontraremos en ese lugar.
—Pero estoy aburrida de esperar —chilló pataleando en el suelo.
—Lo sé —dijo Artem divertido—. Lo has dejado muy claro. Si hubiese sabido que te pondrías tan ansiosa, te habría invitado hoy en lugar de ayer.
—No estoy ansiosa —dijo sentándose deprisa—. Solo impaciente.
—Creo que son cosas bastante parecidas —suspiró mirando la ventana—. Vayamos al comedor. El gong está por sonar.
—¿De verdad? —exclamó levantándose de un salto—. ¿Y ya terminaste?
—Sí —dijo tomando los papeles—. Mientras buscamos a Gialo será hora de comer y podremos partir justo después.
—Que bien —gritó exaltada dejando el despacho.
Artem caminaba repasando los documentos, cuando se percató de la tonadilla que Daiana improvisaba a causa de la emoción y, al sacar la vista del amasijo de papeles, sus labios se arquearon en una sonrisa, mirándola dar saltitos. Una vez más, a causa de ella, fue consciente de que tenía un corazón, justo como Arfaim, pues lo sintió dar un vuelco ante la escena y le sorprendió descubrir que le ardían las mejillas. Rápidamente, bajó la mirada ocultándose tras los documentos, pero no consiguió ahogar el gritó cuando Gialo le colocó la mano en el hombro.
—¿Artem que tienes? —interrogó Daiana regresando a toda prisa.
—¿Estás bien? —inquirió el consejero sobresaltado.
—Sí —contestó Artem deprisa dándole los documentos—. Recordé que debo buscar algo en mi habitación. Los alcanzo en la mesa.
Daiana y Gialo lo miraron desconcertados, pero se encaminaron al comedor mientras él revisaba los papeles y ella continuaba tarareando. El gong retumbó en palacio poco antes de que llegaran a la puerta y Daiana sonrió al ver a Artem acercarse desde otro pasillo. La tomó de la mano antes de entrar y, con expresión seria, le pidió acercarse.
—Necesito advertirte algo —indicó con gentileza—. Si comes rápido o te atragantas con la comida, no iremos a ningún lugar.
—¿Qué? —interrogó sorprendida—. Pero eso…
—No quiero que te lastimes —dijo con firmeza.
—Estoy de acuerdo con Artem —dijo Gialo de pronto—. Ya había notado que estás muy emocionada por algo, pero no sabía que era porque darían un paseo.
—Artem dijo que iríamos a Airsem —chilló Daiana dando saltos.
—Eso es magnífico —aplaudió Gialo—, y si realmente quieres ir, será mejor que comas con calma.
—Está bien —masculló Daiana con un puchero—. Comeré con cuidado.
—Gracias —suspiró Artem entrando al comedor.
Cumplir su palabra fue sencillo para Daiana, puesto que, en ningún momento, Artem mencionó que debía quedarse quieta en la mesa, por lo que, mientras comía, sacudía las piernas bajo la mesa o tarareaba en voz baja, procurando no atragantarse y, cuando Artem se levantó, Daiana lo siguió de un salto. No obstante, al verlo encaminarse por uno de los pasillos, en lugar de dirigirse al jardín, Daiana zapateó furiosa y lo llamó en un grito haciéndolo dar un respingo.
—Sígueme —dijo gentil haciendo un gesto con la mano.
—Pero…
—Confía en mi Daiana —insistió paciente—. Solo sígueme.
Un bufido antecedió sus pasos y no tardó en darle alcance a Artem quien cruzó hacia un pasillo que ella no visitó antes. El rey caminaba imperturbable y Daiana se sintió desconcertada al percatarse de que las zarzas no llegaban a ese lugar. Al final del corredor se alzaba orgullosa una puerta blanca que se abrió de par en par en cuanto Artem estuvo lo bastante cerca, dejando ver un sendero rodeado de arbustos que se perdía de vista en la distancia.
—Por este camino es más rápido —sonrió Artem paciente.
—¿Por qué está aquí? —interrogó curiosa saliendo al patio.
—Porque a mis padres les gustaba ir —explicó mirando a su alrededor—. Así que buscaron la ruta más corta desde el castillo y formaron este camino.
—¿Por qué no lo usamos ayer? —interrogó confundida.
—Porque ya era muy tarde y sin Bliud no podríamos regresar a tiempo.
—Es cierto —aplaudió risueña—. Ayer lo mencionaste.
Una vez más, Daiana tarareaba y caminaba dando saltitos. Artem la seguía distraído con la tonada, mientras intentaba recordar la última vez que caminó por esa vereda con sus padres. Permaneció distraído hasta que el camino se oscureció entrando al bosque y Daiana admirada, señaló que entre los árboles, la vereda continuaba hecha con piedrecitas blancas, lo que trajo a su mente el camino que llevaba al lago.
Editado: 18.12.2025