El silencio del jardín transmitía una relajante sensación de calma que ayudó a Artem a descansar y a Daiana a reflexionar. Mirando a su alrededor, se sintió desconcertada, pues ni una de las flores allí, era semejante a las de Flohyren. Aunque no olvidaba que era Airsem, la idea de que las rosas de Bedona no hubiesen llegado hasta ese lugar era intrigante. ¿Acaso no pasó buenos momentos con Arfaim en aquel jardín? Al mismo tiempo, el hecho de que el pasillo, que llevaba al sendero, también estuviese libre de zarzas, aumentaba su confusión.
No había dudas de que los tres debieron caminar por ese corredor muchas veces, por lo que no tenía sentido. Si bien era cierto que las zarzas no estaban por todo el castillo, esos lugares en particular parecían estratégicos, por lo que su desconcierto solo aumentaba. Trataba de encontrar una explicación, cuando Artem se incorporó con un pesado bostezo, mientras se frotaba los ojos. Le tomó un momento comprender donde se encontraban y por poco se cae de la banca al reconocer el jardín.
—¿Cómo llegamos aquí? —interrogó mirando a su alrededor.
—No estábamos tan lejos —contestó despreocupada.
—¿Qué respuesta es esa? —dijo exaltado—. ¿Cómo subiste la pendiente?
—Soy buena escalando —rio divertida.
—¿Sin manos? —preguntó incrédulo—. ¿Acaso me estás escondiendo algo?
—Por supuesto que no —dijo entre risas—. Vamos, te mostraré.
—No quiero volver a ese lugar —suspiró cabizbajo—. Esos capullos quizás no son de mis padres, pero sí son parte de mi familia. Lo que hicieron no está bien, y…
—Creo que se cómo descubrir al responsable —dijo gentil—. Estuve pensando en lo que dijiste cuando entramos, acerca de la llave.
—¿Cómo sabes que es un único responsable? —preguntó molesto.
—No lo sé, aunque definitivamente sabremos eso con la llave —contestó sacándola de su bolsillo—. Cuando llegamos mencionaste que sabe quién puede usarla. ¿No es así?
—Sí —dijo encogiéndose de hombros—. Es una precaución, pero fue tomada después de que coronaron a mi padre, no antes. Y esos capullos pudieron ser dejados aquí antes de que eso pasara.
—Lo dudo —sonrió sagaz—, porque antes de que tu padre fuese rey, el lindero del jardín estaba mucho más cerca.
—Es verdad —dijo sorprendido—. No pensé en eso. Pero entonces…
—¿Existe alguna forma de saber quienes tienen permitido usar la llave?
—Sería necesario llevarla al castillo, pero sí —contestó pensativo—. De hecho, existe una manera.
—La persona que esté fuera de lugar en la lista, es a quien estás buscando.
—¿Cuánto tiempo estuve dormido? —interrogó levantándose sorprendido.
—No demasiado —contestó despreocupada.
—¿Y pudiste pensar en todo eso? —dijo incrédulo—. Quizás perdiste la noción del tiempo y ya pasó la hora de cenar.
—Aún es de día —dijo mirando el cielo.
—El tiempo en Airsem es más lento que en Flohyren —suspiró resignado—. Será mejor volver antes de que Gialo mande el ejército a buscarnos.
—No quiero —dijo haciendo un puchero—. No pude ver el borde.
—Pero que…
—No me moveré a menos que prometas que volveremos en otro momento —dijo cruzándose de brazos.
—Siempre será un placer regresar aquí contigo —dijo con una radiante sonrisa—. Venir fue una idea magnífica y la verdad te lo agradezco mucho.
—¿Entonces si vamos a volver?
—Por supuesto que sí —aseguró extendiéndole la mano—. Te lo prometo.
—Gracias —gritó mientras le tiraba del brazo para abrazarlo.
—Recuerda que debes salir antes y…
—No darme vuelta hasta que me tomes la mano —dijo risueña—. Vamos.
Mientras Daiana pasaba el corredor; con un profundo suspiro, Artem dedicó una mirada más a la estatua de Bedona y se despidió con una ligera sonrisa. Ya en Flohyren no pudo evitar sonreír al ver que Daiana se mecía mientras lo esperaba paciente. Se sintió tentando a tomarla sin hacer ningún cambio, pero la incertidumbre volvió a ganarle la batalla y fue como un chiquillo que tomó la mano de Daiana. Mientras caminaban hacia la garita, una idea cruzó la mente de Artem al ver a los soldados.
—¿Quiénes cuidaban la llave antes que ustedes? —preguntó al tiempo que la colocaba en la punta de la lanza.
—¿Antes? —interrogó confundido el guardia de mayor rango—. Nadie ha estado antes que nosotros, majestad.
—¿No los cambió la reina anterior? —interrogó con un deje de fastidio.
—No —contestó seguro—. De hecho, cuando ella dejó de vivir en el castillo, temimos que se hubiesen olvidado de nosotros, pero continuaban enviándonos provisiones, así que nunca dejamos de cuidar la llave y la puerta.
—Comprendo —dijo pensativo—. En ese caso, ustedes deben saber quiénes además de mí han entrado a Airsem.
—Por supuesto, su señoría —contestó despreocupado—. Además de usted, solo sus padres y el mago del castillo.
Editado: 18.12.2025