Incluso procurando contener la emoción, mientras cruzaban la ciudad, Daiana se volvía de manera repentina cuando algo captaba su atención y, para asegurarse de que no se lastimaría, Artem tomó el camino más corto, asegurándole que luego de enviar a Onfer a palacio con los soldados, pasearían por la ciudad como le prometió el día que arribaron las mariposas. Alegre con sus palabras, Daiana permaneció más tranquila el resto del trayecto, aunque no dejó de disfrutar del colorido paisaje. La ciudad lucia hermosa desde las ventanas del palacio y era incluso más llamativa estando en ella, por lo que cerrar los ojos le resultaba imposible.
El palacio de Rosayr estaba construido cerca del muro de la ciudad, al final de un extenso camino de tierra, rodeado de árboles altos. Los guardias de la entrada, abrieron las rejas en el instante en que reconocieron el caballo de su majestad, permitiéndoles el paso y la imagen que Daiana no percibió al acercarse montada sobre el lomo de Shyarn, saltó a su vista cuando cruzaron los muros de la residencia. El jardín era, a simple vista, del doble de extensión que el del castillo, pero completamente verde. Con cercas de arbustos, fuentes y topiarios muy variados, pero sin rastro de un color diferente al verde.
En la entrada los esperaba un mayordomo que de ninguna manera podía negar ser un Flohyreante, pues llevaba un traje tradicional formado con pétalos de un intenso color azul, que contrastaba de manera agradable con el verde de su piel y el dorado de sus ojos. Bajó la cabeza en cuanto Artem descendió del caballo y se acercó, pero rápidamente se irguió con una radiante sonrisa.
—Majestad que agradable verlo —dijo gentil—. Lo esperan en el salón.
—Es un gusto verte tan bien, Restius. Sin embargo, no tengo ganas de conversar —dijo Artem con amabilidad—. ¿Dónde está Onfer?
—Él no está en casa —contestó con un deje de alegría—. Hace varios días que se fue y ruego a la primavera que no regrese.
—Restius —reprendió Gialo enseguida.
—A diferencia de a usted, señor —suspiró con desgano—, a mí la lealtad no me ata la lengua.
—¿Sabes a donde fue Onfer? —interrogó Artem encantado.
—De ninguna manera, majestad —dijo apenado—. Se fue sin decir una palabra, como se podrá imaginar. La única que sabe dónde se ha metido es la señora, pero dudo que se lo diga.
—¿Señora? —interrogó Artem mordaz.
—Ya se parece tanto a su madre que el título le calza como zapatilla —bufó el caballero—. Estoy convencido de que ellos hablaron antes de que él se fuera, pero ya sabe lo sólida que es su relación.
—¿De nuevo hablando a mis espaldas, Restius? —preguntó Rosette desde la puerta con firmeza—. ¿No te cansas?
—No existe una ley que me impida responderle al rey —dijo el mayordomo mientras subía—. De hecho, si recuerdo bien, fue su madre quien dijo que a cualquiera que se negara a responder al soberano que llevase la corona de Flohyren sobre su cabeza, lo echarían a un calabozo oscuro. Con permiso.
—Lárgate ya —soltó furiosa—. ¿Qué quieres, Artem? ¿Piensas devolverle a mi tío su puesto?
—Lo busco por un motivo diferente —contestó sereno—. ¿Dónde está?
—Como se abatió a causa de tu impulso —dijo con fingido pesar—, fue a pasar unos días en Darmerys. No puedes prohibirle eso.
—De hecho, puedo —sonrió malicioso cruzándose de brazos—. Es solo que en ese momento no lo imaginé tan cobarde como para huir de Flohyren.
—Él no está huyendo —dijo indignada—. No seas vulgar. Mi tío no hizo nada por lo que deba avergonzarse, así que no existen motivos para que huya.
—¿Onfer es su tío, pero no un Flohyreante? —interrogó Daiana confundida.
—¿Qué hace ella aquí? —chilló Rosette furiosa.
—Ella va a donde yo vaya —dijo Artem con firmeza—. A causa de ustedes, no confío en dejarla sola.
—Pues asígnale una niñera —dijo mordaz.
—Ese es mi trabajo —indicó con satisfacción—. Y me aseguró de hacerlo bien. ¿Cuándo regresa Onfer?
—No lo sé —soltó molesta—. No le pregunté al respecto.
—Supongo que deberé decirle al embajador de Darmerys que lo traigan ante mí —dijo encogiéndose de hombros—. No sea que escape a un mundo diferente.
—Ya te dije que mi tío no está escapando —gritó—. No hace falta que lo hagas ver como un delincuente en su mundo también.
—Dime cuando regresa —ordenó con los dientes apretados.
—Ya te dije que no lo sé.
—Bien —dijo volviendo al caballo—. Hagámoslo a tu manera. A partir de este momento los mensajes que envíes a cualquier lugar pasarán antes por mis manos. No permitiré que le adviertas.
—Estás paranoico por escuchar a esa mascota —gritó furiosa.
—Ella no es una… —dijo Artem con firmeza.
—Esa no es una ofensa para mí, majestad —sonrió Daiana gentil colocando la mano en el hombro de Artem—. Significa que soy leal, cariñosa, amable y parte de su familia. Como yo lo veo, no es algo malo.
—Deja de distorsionar mis palabras —chilló Rosette furiosa—. Sabes que no es a lo que me refiero.
Editado: 18.12.2025