El príncipe de mis cuentos©

♡ Capítulo Único ♡

Mi padre me enseñó que en la vida habría mil dragones a los cuales enfrentarse, que no todos los príncipes serían azules y que las princesas podrían llegar a ser rudas     

Mi padre me enseñó que en la vida habría mil dragones a los cuales enfrentarse, que no todos los príncipes serían azules y que las princesas podrían llegar a ser rudas. De él aprendí que nunca tendría que darme por vencida, que luchando consigues lo que te propones... él me enseñó tantas cosas que se destruyeron, cual cristal tras tocar el suelo, cuando un día se perdió para jamás volver.

Recuerdo ese día porque había una gran fiesta y yo usaba mi vestido lila.    

Había un pastel, no era mío pero sí de él. Sobre el pastel se encontraba una vela con el número "36" en grande, quizás por los años que cumplía.

Faltaba poco para que volviera, el cucú del reloj acababa de salir por quinta vez en el día y yo sabía que papá llegaba justo después y cuando la manecilla grande estaba en el número tres.

Nada ocurrió, todos comenzaron a preocuparse después de que el pajarito del reloj cantó por séptima vez... había algo más, mi padre no contestaba el teléfono y mi tía lloraba mientras mis tíos le decían un millón de veces que no se preocupara y señalaba hacia donde yo estaba.

Mi padre estaba solo desde siempre, bueno, no recuerdo una mujer en la casa más que mi tía cuando iba a verificar el sazón de su comida. Éramos él y yo, solo dos en nuestro pequeño mundo lleno de juegos, cuentos y amor, mucho amor.

Después de ese día quedé a cargo de mi tía.

—Wendy, se te hará tarde—. La voz de Ángel, mi esposo, me hizo abrir los ojos y por fin terminar de ducharme.

Tuve que apresurarme en el desayuno para llegar en menos de quince minutos al Hospital, las enfermeras no pueden darse el lujo de llegar tarde.

Tomé el libro que estaba sobre la mesa y lo guardé en mi bolso, los chocolates de envoltura morada y el almuerzo que mi esposo había hecho.

—¿De nuevo irás a leerle a Tadeo?

—Sí, cada dos días le leo un poco. Creo que le alegra el día y eso me llena.

—¿De qué sirve que lo hagas? Bueno, sabes que ambos compartimos la satisfacción de hacer bien a la gente, pero él no recuerda que lo haces.

—Sí, lo sé Ángel, pero me gusta darle felicidad aunque sea momentáneamente.

Era cierto puesto que el señor Tadeo sufría de alzheimer, pero aunque sabía bien que la enfermedad iba en inminente progreso, yo continuaba algo que ya era como una rutina para mí.

Llegué al Hospital y después de hacer la revisión diaria, caminé a la parte del asilo donde están todos los abuelitos. Entré a la habitación 023 y ahí estaba Tadeo, sentado en su silla de ruedas viendo por la ventana tan perdido en sus propios pensamientos. Me dediqué a observarlo, su cabello que parecía de algodón y algo caló en mi corazón.

—¿Se puede? —Toqué la puerta.

Giró para mirarme, su ceño fruncido al no reconocerme y su gesto como si le molestara mi presencia cambiaron al momento en que observaron el libro que llevaba en las manos y la bolsa de dulces que metí de contrabando.

—Claro, ya estás adentro.

Me senté en una de las sillas cercanas y puse la bolsa de dulces sobre la mesita de noche.

—Venía a contarle un cuento ¿qué le parece? Un pajarito me dijo que le encanta éste—. Le acerqué el libro para que leyera el título.

—Pues qué pajarillos tan chismosos hay por aquí, pero sí, ese libro me encanta.

—Sí, son unos colibríes muy comunicativos. Pero, ¿entonces me dejará contarle el cuento?

—Colibríes, son hermosos ¿no? Claro, me gustaría.

Sabía cómo ganarme su confianza y es que después de tantos años a su cuidado, aprendí la forma de acercarme a él, con los mismos diálogos cortos que Tadeo nunca recordaba después de dos o tres días. Había veces que parecía reconocerme, me miraba como siempre y un brillo en sus ojos me hacía pensar, erróneamente, que podía estar guardando recuerdos.




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