El príncipe se quedó paralizado, incapaz de articular palabras, no podía quitar los ojos del cielo nublado. Sólo él sabía en donde tenía la mente extraviada. Las ansias me carcomían porque ansiaba conocer la continuación de su historia, ni siquiera era consciente de los días que habían pasado. Poco me importaba mi posición actual, ya no me sentía cautiva, a lo mejor sí, sólo que ahora quería serlo por decisión propia.
—No sabía que aquel día sería la última vez que la vería con vida— confesó seguido de un suspiro apesadumbrado.
Mantuve los ojos clavados en él, pretendiendo estar al tanto de todas sus expresiones fisonómicas.
—Cuéntame…— lo animé a seguir.
Desmont se giró a observarme en silencio por unos segundos, después terminó por ladear la mirada.
—Recordar es volver a vivir los sucesos— acomodó su mano izquierda sobre la mía, provocando inmediatamente una corriente dulce que sacudió mi cuerpo.
Intentaba trasmitirme sus recuerdos, haciendo que lo vea todo desde otra perspectiva y volviendo al pasado otra vez. Al momento recuperé el juicio luego de contemplar todo a mi alrededor. Este espacio yo lo conocía, los aposentos del príncipe, posiblemente una de las habitaciones mas espaciosas del castillo e incluso más que el de su propia hermana.
Desde luego que el futuro heredero al trono lo tenía todo.
En medio de los muros con pinturas de su mejor amigo Valiente o de sus retratos del príncipe, junto a un par de estatuas de caliza que yacían en cada extremo del lugar. Aquel tapiz cereza que adornaba la entrada de la terraza, mostraba un asombroso paisaje afuera, en donde caían infinitos copos de nieve como un rocío. Los candelabros colosales sobre la cubierta alumbraban el recinto y la noche silenciosa se sentía algo escabrosa.
Este contaba como el segundo día.
Me di la vuelta al sentir la presencia del príncipe, quién mantenía la mirada perdida sobre un cuadro en específico. Sus ojos fijos observaban a la familia real en el que lograba apreciarse a sí mismo, precisamente al lado del rey Magnus.
—Lo siento padre— musitó por lo bajo.
Se dignó a contemplar el reloj que tenía al lado y ambos fuimos testigos de cómo marcó las 3 de la madrugada. Desmont se dirigió hacia la salida listo para abandonar la habitación en busca de una nueva vida.
Sin embargo, las puertas se abrieron de improviso, pues la imagen suprema del rey Magnus lo dejaron sin aliento.
— ¿Acaso piensas ir algún lado? — su voz no sonó con asombro. Todo lo contrario, no dejaba de observar el espacio, casi como asegurándose de algo que sólo él podía conocer.
— ¿Qué hace despierto a estas horas padre? — preguntó Desmont.
El rey Magnus lo miró entre rígido y amenazador.
—Estuve encargándome de los escándalos que pensabas causar Desmont. ¿Te suena algo familiar?
El príncipe frunció el entrecejo.
—No lo entiendo…
—Todos estos malditos años dedicándole mi cuerpo y alma al reino, sobre todo a ti para verte seguir mis pasos. Anhelando descansar en paz porque lo dejaría todo en su lugar y sin alterar la naturaleza. Agonizaba de miedo cada vez que te enviaba a las guerras junto a mis mejores hombres, porque el peso de la corona importaba más que mi rol como padre, así lo juré el día en que me convertí rey. ¿¡Por qué!?— subió su tono de voz en la última expresión— ¿Por qué mi propio hijo osaba traicionarme? No sólo era tu rey, era tu padre, aquel que te dio la vida. Mi único deseo era verte en lo alto del dominio y la grandeza.
—Porque nací con un futuro escrito que yo no ansiaba— musitó pasmado.
Magnus torció un gesto de decepción.
—Convertirte en un hombre también corresponde en hacerle frente a tus deberes. En la corona no existen deseos personales. Sólo debías conformarte con el destino que tenías que desempeñar en el cosmos— hizo una pausa breve— pero con suerte, soy un rey bastante benévolo, porque pienso darte una segunda oportunidad y olvidar todo este desastre.
Desmont no sabía como su padre estaba al tanto de todo, no obstante, la inquietud que sentía de saber como se encontraba Vasilisa, no lo dejaba recapacitar con claridad.
Lo conocía demasiado y sabía que nada estaría bien, al menos, así como lo atenuaba él.
— ¿Dónde está ella? — le tembló el labio inferior en lo que sus ojos se cristalizaron.
—Olvídate de lo insignificante— el rey tensó la mandíbula, no podía contener su ira— la vida conlleva demasiadas responsabilidades. No vas por ahí creyendo que todo lo que necesitas es únicamente amor. Quizá esta lección te enseñe a tomar decisiones sabias y a entender de que va este mundo, esto es lo que te hará convertirte en un hombre de verdad.
Finalmente, Magnus abandonó la habitación, dejando al príncipe con una sensación de sentimientos mezclados.
Luego salió con desesperación en dirección opuesta a la de su padre, apresurando sus pasos por los pasadizos del palacio, su corazón desbocado sabía que tenía que llegar al recinto que ocupaban los del servicio. Cuando llegó a dicho lugar encontró a la mayoría fuera de su habitación, todos ellos parecían haber presenciado lo peor, arrancados de si, lo que lo dejó aún más intranquilo.