El príncipe Desmont : Legados de Sangre l

CAPÍTULO 30: "Una esperanza"

Había pasado aproximadamente tres días desde que Desmont desapareció, mi corazón parecía que se hubiese marchitado y las lágrimas brotaban sin cesar al igual que cielo. Ahora mismo me encontraba en uno de los pasillos del castillo Montecasth, estancada, frente a una lumbrera en el que se veía el paisaje lluvioso.

Era curioso cómo me sentía tan identificada con el clima ahora, así de gris. Solté un suspiro ahogado y lento.

— ¿Estás bien Katrina? — la voz de la princesa hizo que me girara a mirarla.

Asentí levemente y ella sonrió a medias.

— ¿Sabes que mi sueño no es profundo verdad? Te he escuchado llorar por las noches— prosigue esta vez preocupada— puedo seguir sola con esto y llevarte de vuelta con los tuyos.

—No— mis ojos expresaron miedo al igual que mi tono de voz— no… por favor Báthory. Sé que no soy de ayuda porque no tengo dones como los tuyos o algo parecido y que puedo parecer más un estorbo pero…

Ella soltó un suspiro y cogió mis manos, aquello me dejó sin palabras.

—No Kat, no dije ni pensé eso, en realidad tu compañía me ayuda bastante aunque no lo creas y es que me refería más a lo de estar lejos de tus padres.

—Yo no puedo, no puedo más…— sollocé cansada de todo y esta vez Báthory me envolvió en un abrazo reconfortante.

—Katrina, de algo si estoy segura y es que no dejaré que mi hermano se quede en el inframundo. ¿De acuerdo? Sé quién podría ayudarnos con esto.

Al escuchar aquello me alejé suavemente de la princesa y la miré confundida. ¿A qué se refería? ¿Existía alguien que pudiera ayudarnos realmente?

— ¿Quién podría hacerlo?

—Mi madre. La ninfa Dionisia.

Quedé estupefacta tras oír aquello, helada como una estatua sin saber que decir, pensando que ella había muerto a manos del mismo Rey Magnus ¿Cómo podía ahora decirme Báthory que estaba viva? No supe que decir exactamente y me mordí la lengua mansamente para saber si lo que había dicho era cierto o falso. Estar segura de que mi mente no me jugaba una mala pasada.

— ¿Qué? ¿Es posible eso? — parpadeé reiteradas veces.

Quizá y si se podía, pero bajo algún hechizo de la princesa, no porque exactamente estuviera viva.

—La encontré agonizando el día en que Desmont murió— con un movimiento suave de su mano derecha me mostró lo que había sucedido en ese entonces.

La princesa corría por un pasaje con prisa, cogiendo el largo vestido que traía puesto, los rayos alumbraban de vez en cuando el tenebroso castillo, dejando ver claridad la lluvia desenfrenada, afuera en el jardín los habitantes huían pese a que el fuego de los calabozos donde había muerto su hermano, el príncipe heredero, llegaban tan pronto a asolar con todo a su paso.

— ¡Princesa! — Cassandra se tomó el arrebato de interponerse en su camino y de atraparla del brazo con suavidad— debemos huir, necesita protección inmediata.

—No…— Báthory se negó rotundamente, todavía en estado de shock luego de haber dejado a su hermano morir bajo las llamas que su propio padre había ocasionado— mi madre, debo ir por ella.

Se soltó tan rápido para permitir a sus piernas correr, dejando la mano de Cassandra en el aire, la dama de compañía más leal que había tenido. Sin dejar de sollozar por la ruina de su imperio, el castillo que se supone que debía reinar su difunto hermano ahora, sintió una punzada en el corazón al recordar la escena en donde salió a arrastras de los calabozos, obligada por su rey, incluso cuando soltó la mano de Desmont, lo había oído decir por última vez: “Cuida de nuestra madre” y eso mismo haría.

En cuanto llegó a la estancia en donde yacían las estatuas de los Dioses a los que veneraba Dionisia, se quedó inmóvil a la mitad del camino. Había llegado tarde, la reina también cayó, tendida en medio de los velos transparentes de su vestido, yacía sin dar signos de vida e inmediatamente corrió hasta llegar a ella.

—Madre…— se entrecortó mientras se inclinaba.

Notó la apuñalada que tenía en su vientre, su vestido gris, dejaba ver el desangrado sobre las gazas transparentes que le servían para cubrir sus brazos como una capa.

Se puso a gritar en llanto, más histérica de lo normal, preguntándose: ¿Quién pudo arrebatarle la vida de esta manera? Pero se sorprendió al ver que Dionisia sostenía una daga en la mano izquierda, lo oprimía con fuerza y cuando creyó que estaba muerta, escuchó un suspiro ahogado. ¡Estaba viva! Todavía no se había ido. Báthory acarició a su madre con delicadeza y se levantó con brusquedad, no podía perder más tiempo o podría perderla a ella también, debía de buscar ayuda para su reina.

Utilizó un poco de su magia para elevar a su amada madre y huyó, en el camino se topó con el cuerpo de Magnus, el rey estaba muerto. Se detuvo para observarlo, a quién debía adorar y venerar, lo odiaba más que a nada en este mundo, despreciaba su ser y probablemente su mera existencia, se colmó de rabia al recordar que le había arrebatado a su pequeño hermano, su madre no había sido la excepción porque también lo intentó con ella.

—Que seas bienvenido en el infierno padre y pagues por todos tus pecados— dice mientras miraba la herida que poseía en las costillas— hasta nunca.




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