El príncipe Desmont : Legados de Sangre l

CAPÍTULO 31: "Aquí estoy"

Me levanté de golpe, respiraba agitada, podía sentir como mi pecho subía y bajaba con brusquedad, me pasé la legua por los labios para ya no sentirlos resecos pero fue inútil, seguían ásperos y mi garganta también.

¿Dónde estaba?

Me puse de pie y me quedé mirando la cubierta, un templo abandonado casi a punto de ser demolido, con un estilo griego. Muros altos, pilastras destruidas, había oído en mis clases de historia que en aquellas épocas solían ser construidas por caliza o toba calcárea. La pregunta que circulaba por mi cabeza mostraba la necesidad de saber qué hacía aquí. ¿Por qué? El lugar tenía espacios que dejaban irradiar la luz de la luna, con un cielo estrellado, como si se tratase de un planeta diferente.

Cuando bajé la mirada para ver la enorme esculpida que tenía enfrente sentí como si mi corazón se hubiese detenido por un momento, había más estatuas, una familia real que yo conocía, sobre todo cuando mis ojos se detuvieron en el que parecía ser el hijo, supuse que se trataba de Desmont.

—Desmont…— me entrecorté con los ojos lacrimosos.

Mi labio inferior me tembló y el nudo que sentí en la garganta no me dejó respirar cómodamente. Cuanto lo extrañaba, anhelaba poder verlo de nuevo, deseaba sentir el calor que me transmitía, cuando éramos dos jóvenes inocentes que se habían enamorado en aquellas épocas, sin saber que destruiríamos nuestro mundo.

Me ladeé ante su figura tallada e incliné la cabeza. ¿Qué era lo que me esperaba si no lograba ayudarlo? Me quitaría la vida como Julieta por Romeo, porque no podía vivir en un mundo sin Desmont a mi lado, no podía imaginar siquiera aquello y ya bastante sufría su ausencia. Le hice una reverencia porque él seguía siendo mi príncipe.

Tan pronto sentí la presencia de alguien más, me vi obligada a levantar la cabeza para ver quién era, ahogué un murmullo asombrado que había emitido mi voz apagada. No podía dejar de parpadear confundida. Su mano, sus dedos largos y albinos como el papel me ofrecieron lo que yo tanto aspiraba, así que lo tomé sin dudar, deslumbrada por lo que mis ojos veían. Aquellos ojos oscuros me transmitieron paz y calmaron mi alma herida, no quise apartar mi mirada de la de él por ningún motivo, su figura fina y pulcra era tan intimidante ante mi pequeño cuerpo.

Era tan alto, siempre le había quedado por debajo de sus hombros.

—Estoy soñando…— susurré incrédula.

—No lo estás Katrina— lo confirmó mientras más lágrimas vertían por mis ojos.

¿Cómo podía no soñar?

Era tan real que ya no sabía si lo hacía o no, me aferré a él y descansé mi cabeza sobre su regazo, estaba tibio y volvía a transmitir calor humano, ya no era el espectro en quién se convirtió tras regresar a la tierra en busca de venganza.

—Oh Desmont, como puede ser cierto esto si yo te vi marchar al lado de Hades— aspiré su aroma, tan distinguido como lo solía identificar.

—Te he echado de menos Katrina— masculló envolviéndome en sus brazos— al igual que cuando lo hice pensando en ti cuando fuiste alguna vez Vasilisa.

Alejé mi cabeza con suavidad para mirarlo a los ojos, bosquejé una sonrisa a medias, sin mostrar los dientes.

— ¿Qué pasa? — pregunté temerosa.

—Desde que te vi, supe que eras la mujer de mi vida, con tu mirada hurtaste mi corazón y con tu rostro, siempre que lo dibujaba en mi mente, soltaba suspiros…— dice con firmeza— puede sonar patético para el siglo en el que ahora vives, pero aunque no lo creas el amor existe. El amor eterno, lo que yo siento por ti es real Katrina, yo nací para amarte.

Solté un suspiro largo y lento.

— ¿Pero…?

—Pero no quiero ser egoísta, amar también es esperar la felicidad de esa persona— levantó una mano y acarició mi rostro con aquellos dedos largos y tersos— deseo que seas feliz Katrina, que puedas vivir una vida maravillosa, que hagas todo lo que siempre soñaste. ¿Comprendes? Quiero dejar de ser un obstáculo en tu destino.

—No… Desmont, no digas más— me negué— no es así.

—Te amo Katrina, aun cuando eras Vasilisa, posiblemente esto sea lo más difícil que haré, pero debo dejarte ir— dice sin apartar sus ojos de mí— no quiero que arriesgues tu vida en mi búsqueda. Yo elegí esto, elegí tomar el camino de Hades y ahora debo seguir pagándolo.

—No, hay algo que tú no entiendes— lo cogí del rostro con ambas manos— no te dejaré ir esta vez, no viviré una vida como antes, yo quiero tener todo lo que soñé contigo Desmont y no quiero vivir en un mundo en donde no estés tú. ¿Oíste? ¡No lo haré! No renunciaré a ti, tú me enseñaste a no hacerlo, aun cuando estuve muerta no lo hiciste conmigo. Te amo tanto que no podré siquiera admirar los ojos de otro si no eres tú.

Desmont me besó, fue tan repentino que el hormigueo en mi vientre apareció a los segundos, era la primera vez que lo besaba como Katrina, nos fundimos en aquel tierno y pacífico contacto. Él era todo lo que mi corazón quería, no habría otro hombre después de él porque no era correcto siquiera pensar en un después, no estaba dispuesta a renunciar al amor de mi vida, aquello que fue y es mágico, prohibido e inocente. Aquel en donde te enamoras y piensas en lo épico que pueden llegar a ser, merecíamos un final feliz, sin importar las imperfecciones, aunque no fuese para toda la vida, con nuestros cuerpos mortales para envejecer juntos y hacer de este amor algo que pudiesen recordar toda una vida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.