El príncipe Desmont : Legados de Sangre l

CAPÍTULO 32: "Dionisia"

Dionisia:

En cuanto puse los pies sobre la arena sentí algo de nervios, aquella pequeña isla en Grecia, dónde supuestamente estaba la reina Dionisia, me dejó con los sentimientos a flor de piel. No solo se trataba de la madre de Desmont, era la hija de Zeus, a veces todavía me preguntaba que hacía yo metida en todo esto, únicamente mortal, sin poderes o dones y sin legados de sangre.

—Mantente cerca de mi Katrina— la voz de Báthory me trajo de vuelta al mundo real.

Un mundo existente que parecía tan ilusorio, debíamos encontrar a la reina de las ninfas para que nos pudiera guiar hacia las puertas del infierno. Tragué saliva con dificultad y seguí a la princesa, cada paso que daba, con los ojos puestos a lo que tenía delante. Una isla con naturaleza poco perceptible por la gran cantidad de neblina que lo cubría, pareciendo a simple vista abandonado, pero a ciencia cierta habitado por seres míticos.

Este podía ser el lugar exacto para ellos.

A lo lejos se podía distinguir una laguna grande y un par de peñascos a la orilla. Dos muchachas. Una de cabello escarlata como el mío y otra rubia como el sol, carcajeando y canturreando canciones como un orfeón, con aquellas vocecillas delicadas y sutiles que podían enamorar a cualquiera que las escuchase. Vestían trajes de ceda, largos como todo ser mítico.

¿Qué es todo esto? ¿Podían existir ante los ojos de los humanos y no ser descubiertos todavía? Me negaba a creerlo pero no podía eludir la situación, necesitaba que alguien me pellizcase para saber si lo que veía era real o un sueño.

— ¡He! — dice Báthory, cautivando la atención de ambas.

Las ninfas se sobresaltaron, nos observaban, temerosas y pilladas.

— ¿Cómo están aquí? — la de melena rubia se levantó de la roca y caminó a la orilla, sus pies descubiertos tocaron la arena.

—Nadie puede atravesar los mares y llegar a esta isla precisamente— la de cabellera escarlata me miró curiosamente.

—Calma. No queremos problemas con nadie— Báthory resopló con serenidad— he venido a buscar a mi madre.

—Tu madre…— la ninfa frunció el ceño con desdén— ¿Crees que los de mi especie tienen descendencias?

La princesa parecía hastiada, sobre todo disgustada, el viento que hizo retroceder a la ninfa de vuelta al lago, le hizo entender sobre su magia. No tenía un rostro clemente, y la paciencia no era una virtud en momentos como este, el tiempo corría a prisa. Teníamos que ir por Desmont pronto.

— ¡Bruja! ¡Es una hechicera!

Aquella mujer de melena escarlata se esfumó en el aire, formando un montón de pétalos que intentaban dispersarse en el ambiente, pero Báthory tomó unas cuantas con la palma de su mano y la obligó a tomar forma mortal otra vez.

—Vas a decirme dónde encontrar a la reina Dionisia o no te dejaré marchar nunca— sus palabras sonaron con cierto ímpetu, muy amenazadora.

— ¿Qué es lo que quieren con la reina? — los ojos de la ninfa la miraron temerosa— mi nombre es Nora y ella es Aquelia.

—Por favor… no podemos perder más tiempo, debemos rescatarlo— dije en un tono de desesperación.

—La reina Dionisia no recibe visitas jamás y siempre se la pasa nadando en las aguas, lejos de tierra firme— dice Aquelia.

Báthory soltó el brazo de la ninfa, desilusionada, sobre todo intranquila.

—El tiempo…— ahogó un gemido mientras que sus ojos lacrimosos vertían lágrimas avivadas.

Me quedé atónita, esta era la primera vez que la veía de tal manera y cada lamento suyo, caía sobre la arena, dejando a su paso chispas de hielo.

— ¿Eres Báthory Montecasth? — Nora la contempló, no podía creerlo.

—No encontraremos a mi madre sí ella no desea ser hallada— la princesa caminó hasta llegar a un peñasco y tomó asiento sobre este con dificultad.

Me aproximé de inmediato, temiendo que palidezca en cualquier momento, no podíamos dejar a Desmont en el tártaro, merecía encontrar la paz y vivir una vida plena a mi lado, después de tanto sufrimiento.

—No…— me ladeé a su lado incrédula y negué suavemente con la cabeza— tenemos que buscarla o hacer algo al respecto, se lo debemos.

—Nunca la visité por temor a recordarle el pasado tan tormentoso que se vivió en Transilvania— Báthory no me miró— tal vez hasta piensa que morí. Mi padre juró dejar a Desmont en las llamas del infierno y a todo familiar que lo apoyara también. Estamos condenados a permanecer en el inframundo junto a Hades mientras sea así.

— ¿Por qué yo liberé a Desmont? ¿Por qué salió del museo? — inquirí en voz baja.

Aquello me había perseguido desde el día que fui cautiva en el castillo, incluso desde el primer día. Desmont había muerto en las celdas de su propio reino. ¿Cómo habían llegado a encerrar su alma en ese museo? No lo entendía.

—Mandé las cenizas al museo principal, no quería dejar que Desmont retornara, creí que esa era la única manera de retenerlo, pero me equivoqué, lo sé, debí saber que cuando una persona deja algo pendiente y jura volver para acabar con lo que empezó, nunca descansa en paz— la princesa se limpió las lágrimas y al mismo tiempo se puso en pie.




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