El príncipe Desmont : Legados de Sangre l

CAPÍTULO 35: "La ferocidad de un Dios"

El silencio se volvió estremecedor en aquel lugar, pero lo más curioso es que esta vez no fue un alivio al menos para mí, tantas veces ese había sido mi mayor escape y hoy mi mayor agonía. La tensión se hizo presente, no obstante, el miedo era lo que más abrumaba a la princesa Báthory con tan solo contemplar a Hades.

Mi corazón no dejaba de retumbar con pujanza y prisa, el labio me tiritaba, al igual que todo mi cuerpo.

Los ojos del Dios del tártaro chispeaban con excitación, entre un matiz ambarino brillante y rojizo a su vez.

—Hermosa doncella del agua, reina de su especie, me complace realmente tenerla aquí, a pesar de tratarse de un lugar tan tenebroso, para alguien que nació en la naturaleza bajo un sol radiante— su voz armónica fascinó mi mente.

— ¿Dónde está mi hijo? — la reina inclinó la cabeza con astucia, como si no pretendiera retarlo con la mirada.

—No imaginé que llegaría el momento de verte— dice Hades— creí que podría hacerlo sin tener que ir al mundo de los mortales.

Dionisia se quedó en silencio por unos segundos, parecía intranquila por la manera en como se relamía los labios.

—No si me mantengo oculta en las aguas, ese siempre fue parte de mi poder, así podía evitar que cualquier Dios vienese a reclamarme como suya.

—Ya veo— la mirada de Hades reposó en la princesa esta vez— y además se ha reunido la familia real.

— ¿Dónde está Desmont? — inquirió Báthory, estaba colérica y no se molestó en ocultarlo siquiera.

—Me gusta el trato cortés hechicera, además no estás en condiciones de hablarme de ese modo, ninguna en realidad— Hades expresó un mohín de mal humor— yo domino este mundo y si recibo visitas sin invitación no serán tratados como tal.

— ¿Qué es lo que quieres? — Dionisia atrajo su atención de nuevo— estas gozando todo esto.

—Sabes lo que quiero reina ninfa— Hades apuntó con su dedo índice a Báthory— quiero desposar a tu primogénita a menos que…

Se quedó ensimismado mientras se llevaba una mano a la barbilla, parecía cavilar algo o quizá quería parecer más interesante.

—Quiero ver a Desmont— repuse con urgencia, no podía soportar más este juego suyo.

Sabía que estaban tratando de sobrellevar una conversación pacifica con él, puesto que después de todo estábamos en el tártaro, el palacio del Dios de la muerte y no convendría enfurecerlo evidentemente, pero mi amor por Desmont era inevitable también.

Necesitaba saber dónde se hallaba él, saber si estaba sufriendo, aunque estaba claro que sí, lo deduje con rapidez posteriormente de conocer el inframundo, el lugar en donde solo existía la angustia.

—Muchacha mortal— sus ojos me contemplaron con minuciosidad— razón por la que tu príncipe se encuentra ligado a servirme perennemente. No lo traje aquí por deseo, fue él quien lo pidió, su alma me pertenece porque no pudo vivir con tu funesto final.

— ¿Qué es lo que requiere Dios del tártaro? ¿Puede usted ser tan desalmado como para apartar a dos almas que estaban destinadas a amarse? ¿No se da cuenta que ahora es quién nos condena a persistir lejos? ¿Qué estamos pagando? ¿Acaso no se enamoró alguna vez? ¿Mantiene siempre un corazón tan oscuro? ¿Puede ser que jamás encontrase la luz que equilibrase la maldad que yace dentro de sí mismo? — le lancé demasiadas preguntas en lo que mis ojos se humedecían.

Hades se quedó absorto, parecía pasmado aunque no dejaba de admirarme en silencio.

—A lo mejor tenemos algo en común pequeña doncella. El amor que sienten el uno por el otro me recordó a lo que experimentó mi corazón alguna vez, jamás amé a nadie hasta que conocí a Perséfone, la única mujer que fue capaz de robar un corazón tan oscuro como el que me acusas de tener…— se quedó contemplado a la nada por unos segundos hasta que volvió a observarme— pero ya sabes, no siempre existen los finales felices.

—Le propongo una tregua— Dionisia dio tres pasos adelante para cautivar su atención.

—No existe tal cosa ninfa a menos que me des lo que quiero. Soy un Dios condenado para vivir eternamente y Perséfone no fue esencialmente alguien que podía ir de mi mano, la única mujer que amé y a quién Zeus, tu padre, me obligó a arrebatármela. Un Dios de la muerte no tiene opción. ¿Dime como te sentirías si estarías en mi lugar? Ser quién debía despojar la vida de la persona que amas? Yo nunca tuve elección.

— ¿Debo cargar yo su melancolía e ira por esa triste historia? — pregunté conmocionada.

Hades me miró furioso, inmediatamente se levantó de su sitial en un acto impetuoso, logrando que diésemos un brinco temeroso y con un chasquido de dedos, nos reveló la aparición de Desmont, mi príncipe, quién aun conservaba las cadenas de fuego sobre sus manos y pies.

Quise correr hacia él, pero Báthory me tomó del brazo con pujanza y me inmovilizó, lo tenía tan cerca y tan lejos a la vez. Parecía agotado, como muerto en vida, su aspecto evidenciaba la miseria del tártaro.

—Katrina…— su voz trepidó al decir mi nombre.

Las lágrimas se deslizaron por mis mejillas sin saber que decir, no podía quedarme sin hacer nada, en aquel momento sentí furia por ser una simple mortal, incapaz de castigar a Hades por lo que hizo con Desmont. Estaba sufriendo porque todavía era un ancla que se mantenía entre la vida y la muerte, aquellas contusiones de sangre que le habían provocado las cadenas de fuego lo demostraban.




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