El silencio nos invade, lo curioso es que siempre fui una de las pocas personas que prefiere estar en mutismo y esta vez no lo estaba disfrutando como las otras veces en mi vida, era un momento incomodo, de tensión, desesperación y una chispa de miedo que anega el cuerpo sin piedad, mi corazón no deja de retumbar y el labio me tiembla, no puedo ni siquiera describir mejor mis nervios ahora mismo.
Los ojos de Hades revelan una chispa de fuego, un color entre amarillo brillante mientras nos observa con eficiencia.
—La preciosa y perfecta Diosa del agua, es un honor tener a alguien de tu sangre por aquí— su voz tan fina rezonga en el lugar.
— ¿Dónde está mi hijo Hades?— la reina inclina un poco la cabeza, parece que no quiere retarlo.
—No imaginé que serías tan hermosa— se dibuja una sonrisa sin humor en su rostro— creí que podía verlo todo sin tener que ir al mundo de los mortales.
Dionisia se encuentra nerviosa, lo noto por la manera en que relame sus gruesos y perfectos labios para poder contestar.
—No si me mantengo oculta en las aguas, es parte de mi poder.
—Ya veo— la mirada de Hades se posa en la princesa— y además se ha reunido la familia real.
— ¿Dónde está Desmont?— inquiere Báthory, más que irritada y no lucha por ocultar su molestia.
—Sabes princesa, me gusta que me traten con respeto y algo de temor— emite una mueca desinteresada, como si estuviera solo comentando y no amenazando— no lo sé, pienso que deberían tener en cuenta que han venido a mi mundo sin ninguna invitación.
— ¿Qué es lo que quieres Hades?— Dionisia capta su completa atención nuevamente— estas disfrutando todo esto.
—Sabes lo que quiero reina ninfa— apunta con su dedo índice a Báthory— quiero desposar a tu primogénita a menos que…
Se queda pensativo, se lleva una mano a la barbilla y hace como si estuviera intentando encontrar una solución.
—Quiero ver a Desmont— digo de manera repentina, no soporto más todo este juego de inteligencia.
Sé que están tratando de hablar de manera pacífica, después de todo nos encontramos en el inframundo, las tierras del Dios de la muerte y para nada nos convenía venir con altanerías o exigencias pero no pude aguantar más mis ganas de saber sobre el paradero del amor de mi vida.
Necesitaba saber dónde se encontraba él ahora mismo, dónde estaba el alma de mi adorado príncipe.
—Preciosa pero inocente doncella mortal— sus ojos ahora mismo estudian mi ser con minuciosidad— verdadera razón por la que tu príncipe se encuentra atado a servirme de por vida. Su alma me pertenece porque no pudo vivir con tu final y triste muerte.
— ¿Qué es lo que necesita Dios del inframundo? ¿Dónde anda el amor de mi vida? ¿Usted puede ser tan cruel para mantener separados a dos almas que están destinadas amarse pero no a permanecer unidas? ¿Qué estamos pagando nosotros? ¿Acaso usted no se ha enamorado alguna vez? ¿Mantiene siempre un corazón tan oscuro como su ser que jamás encontró una luz que pudiera enseñarle algo más que la maldad que yace de por sí en usted?— le disparo un montón de preguntas mientras mis ojos se humedecen.
Hades se queda pensativo, le sorprende lo que le he dicho y no deja de observarme en silencio.
—Tenemos algo en común pequeña doncella, el amor que sienten el uno por el otro me recuerda a lo que alguna vez experimente en mi vida, nunca amé a nadie hasta que un día conocí a Perséfone la única mujer que fue capaz de robar el corazón tan oscuro que me acusas de tener…— se queda mirando a la nada y luego vuelve a posar sus ojos en mí— pero sabes, no siempre los finales felices existen.
—Le propongo una tregua— Dionisia da tres pasos adelante para captar su atención.
—No existe tal tregua ninfa, soy un Dios condenado a vivir eternamente, Perséfone no fue alguien que podía mantenerse con eterna vida como yo, la única mujer a quién amé y a quién Zeus, tu padre, mismo me obligó a arrebatármela. Soy el Dios de la muerte ¿Dime como te sentirías si eres tú mismo quién debe arrebatarle la vida a la persona a quién amas? Cuando sabes que no tienes elección.
— ¿Debo pagar yo la melancolía y cólera que siente?—pregunté dolida.
Hades me mira molesto. Se levanta de su sitial en un acto rápido haciendo que brincáramos de miedo, con un chasquido de dedos nos revela la aparición de Desmont, mi Desmont, quién aún mantiene las cadenas de fuego sobre sus manos y pies.