Cuando mis ojos se abrieron hallé un cielo iluminado, estrellado y cristalizado, posiblemente algo que no podía existir en la tierra de los humanos, algo que solo podías ver con un telescopio. Parpadeé reiteradas veces para asegurarme de que no estaba alucinando, recostada sobre un césped, sin saber que hacía aquí. Me levanté con elegancia absolutamente confundida.
¿Qué había pasado?
Lo que vi a continuación me desgarró el corazón, se trataba de la fortaleza mágica, estaba en perfecto estado, casi podía rememorar el desastre que dejó Hades la última vez que descargó su ira. Entonces, lo recordé todo, Desmont, mi hermoso Desmont había muerto y ya no había oportunidad para ambos en esta vida ni en ninguna otra. La desesperación se apoderó de mi ser, sin poder asimilar lo sucedido y cuando me di la vuelta hacia el lago, lo hallé justo ahí.
Mi corazón se detuvo en ese momento, era él y mi enfoque no me falló porque lo conocía como nadie jamás lo hizo. Se encontraba de espaldas, nadando sobre las aguas bajo aquella luna resplandeciente, esto no podía ser un sueño, aunque ya no sabía si esto era la realidad porque me sentía perdida, en cuando se giró a verme, alcanzó la orilla rápidamente mientras lo contemplaba en silencio, parecía tan tranquilo, todo tan perfecto. Sin embargo, mis ojos lacrimosos no pretendían creer aquello.
¿Estaba realmente bien? ¿No tenía que preocuparme más?
Me dedicó una sonrisa radiante. Era tan hermoso e irreal, algunos cabellos de su melena oscura como la noche, caían empapadas sobre su frente, su piel cremosa y pálida como la nieve era lo que más llamaba la atención, mi corazón casi se salía por la emoción.
— ¿No vienes amada mía? — preguntó, todavía con una sonrisa.
Le devolví el gesto, exasperada por estar a su lado y poder tocarlo, sentí como me recorría un hormigueo placentero en cuando mis pies tocaron el agua cálida. Recientemente me percaté de aquel vestido blanco de seda simple que traía puesto, dejaba al descubierto mis hombros en una caída en forma de V. Ambos nos sumergimos en el lago, tomados de la mano, tan unidos como siempre.
Contuve la respiración ante su presencia magnética, definitivamente era un ser mítico de otro mundo, me perdí en sus ojos oscuros que fulguraban de felicidad, lo sabía porque era lo que me trasmitía.
—Estoy feliz Katrina— se mantuvo tan cerca de mí que me intimidó en el proceso, nuestras narices se acariciaban con sutileza— y estoy tan irremediablemente enamorado de ti.
Aquellas palabras me conmocionaron y en un arrebató, corté el poco espacio que nos mantenía lejos, lo besé con deseo por primera vez. Sus labios helados y a la vez cálidos me hicieron estremecer entre sus brazos, lugar en el que deseaba perseverar por siempre, no quería separarme de él nunca más, la necesidad de tenerlo tan cerca de mi estaba satisfecha por primera vez.
Desmont no parecía estar muerto como cuando lo conocí, estaba tan cálido que me hechizaba, su mano acarició mi mejilla ruborizada y después, se apartó solo un poco mientras apegaba la punta de su nariz contra mi frente.
—Quisiera que esto durase toda la vida— dice casi en un murmullo— que pudiéramos estar felices por siempre, que consiguiéramos tener más tiempo juntos sabes…
¿Qué quiso decir? ¿No era real lo que estaba sucediendo ahora?
—Yo no iré a ningún lado mi amor, me quedaré contigo no tienes por qué decir eso— esta vez conseguí que me mire directamente a los ojos.
—Se termina el tiempo Kat, solo quería tener una despedida digna, un momento a solas contigo una vez más, poder tocarte y besarte mi dulce doncella— me besó la frente con tanta pasión que sentí que no volvería a verlo nunca más— eres la única mujer que amé siempre y… aunque no consigo ver como es él ahora mismo, al menos puedo mostrarte cuando fue un niño.
¿De quién me hablaba?
Se giró para mirar hacia el césped, en donde un pequeño con traje de príncipe y una corona, nos sonreía ampliamente, levantaba la mano para saludarnos.
Me sorprendí y me angustié al mismo tiempo al reconocerlo, no necesitaba preguntar porque el parecido que tenía con Desmont era suficiente, él era el hijo que tuvimos en aquel entonces.
—Belkam…— musité suavemente. Las lágrimas surgieron de mis ojos y antes de que consiguiera evitarlo, se deslizaban por mis mejillas.
—Es el fruto más preciado de nuestro amor, es la prueba de lo que tuvimos y quería que lo vieras también ¿Se parece a mí verdad? — me sonrió con orgullo— debes ayudarle, él te necesita Katrina.
—Es tan perfecto como tú mi príncipe— le tomé una mano y lo llevé hacia mi rostro, inmediatamente cerré los ojos ante su tacto— te amo Desmont Montecasth, quiero que sepas que sin ti no existe vida para mí y que siempre serás el único hombre a quién amaré. Belkam no solo me necesita a mí, necesita también de ti y lo sabes, tú ya lo viste por eso sabes que está en problemas.
Me dio un beso en la coronilla de la cabeza y cuando volví a abrir los ojos él ya no estaba, había desaparecido y la fortaleza comenzó a tomar la misma forma a como la dejó Hades. Todo fue una alucinación, el poder de Desmont, él me había mostrado esto, me había hecho vivir este pequeño momento como una despedida porque se estaba marchando por siempre y me dejaría.
Volví a caer en la realidad, justo en el preciso segundo en el que vi a mi adorado príncipe tendido sobre el pavimento, él se había rendido, había muerto y fuimos testigo de como su alma abandonó su cuerpo, cristalino como los otros espectros, flotaba inmóvil, pasando por mi lado y dejándome sin hálito. La adrenalina surgió en aquel instante, era incapaz de ver lo que ocurría detrás de mí, a pesar de escuchar un caos, la lucha entre Báthory y Hades fue ineludible, la princesa era demasiado fuerte y su furia afligida desató a una hechicera que congelaba gran parte del palacio de Hades.