El príncipe Desmont : Legados de Sangre l

CAPÍTULO 2: "La verdad sobre el príncipe"

Los truenos no cesaban, dándole una chispa de horror a lo que estaba viviendo en aquellos momentos, lo que tenía justo en frente era algo que no podía describir con palabras. Lo peor era que no estaba segura de la realidad, creía que todo se trataba de una alucinación producida por el miedo.

¿Quién es él?

Un joven de cabello negro azabache, alto y de figura esbelta omnipotente con un traje de épocas pasadas que me miraba con fijeza, de piel cadavérica, parecía un muerto.

Sin embargo, su rostro pese a tener las facciones perfectas parecía desintegrarse poco a poco, claramente no era un ser humano y detrás de aquella figura podría encubrirse un monstruo.

— ¿Quién… eres tú? — mi voz sonó trémula.

—Soy el príncipe Desmont Montecasth— su voz era tan melodiosa que pareció música para mis oídos, tomó mi mano y depositó un beso suave— tú me has liberado.

Ahogué un suspiro por el pavor que sentía, su tacto era tan frío, y el terror que recorría mis venas no me dejaba cavilar con claridad.

¿Qué es esto?

— ¡Alto ahí! — gritó un hombre, se aproximaba a nosotros sujetando un arma y apuntándole sin vacilar.

El espectro expresó un mohín, pareciendo un ser maligno y como si se tratara de magia, flotó directo hacia el hombre y desapareció, luego lo atravesó como un céfiro enérgico que hizo elevar al guardia de seguridad hacia un extremo. Había conseguido que este diera su cabeza contra el muro y cuando cayó inerte, Desmont volvió a surgir desde el otro lado, quedándose a mirar el cuerpo derribado más que complacido.

—Santo cielo...— la mujer que vi anteriormente apareció de repente y se quedó petrificada al ver al príncipe, pues en su rostro se notaba el miedo que ahora mismo la invadía por completo.

Más hombres de seguridad aparecieron detrás de ella, al igual que mis compañeros de colegio quienes se quedaron conmocionados al ver al espectro, quise correr hacia ellos cuando de repente sentí que algo insólito me tiraba de los pies provocando que cayera de bruces contra el pavimento. Golpeé mi barbilla con sequedad mientras ahogué un gemido de dolor.

Aquella energía por la que fui arrastrada volvió a tirar de mí hasta llegar a los pies del príncipe muerto y liberado.

—Ella me pertenece ahora— dijo con aridez, música para mis oídos otra vez y estaba segura de que para los demás también— ahora es mi prisionera y mi salvadora.

Otro trueno nos invadió, incluso alumbraba el lugar por unos escasos segundos, también la lluvia escuchándose sin cesar como un augurio de que algo muy malo había ocurrido.

— ¡Déjala en paz! — Patt fue el único que reclamó por mí, y cuando pretendió acercarse los guardias de seguridad lo detuvieron.

— ¿Qué es lo que quieres? — preguntó la mujer, me miraba espantada, ella parecía saber que algo así podía suceder en cualquier momento.

—Juré que volvería en cualquier momento, cualquier siglo, desataría mi ira contra Transilvania y asolaría con las genealogías que quedaban de la familia Montecasth— hizo una pausa breve— ahora sus almas me pertenecen y esta chica también. No hay manera de revocar mi promesa.

Me alzó al tomarme entre sus brazos, elevándose en el aire y dirigiéndose hacia las lumbreras del otro extremo, cerré los ojos con fuerza cuando lo traspasamos. Un estruendo ensordeció mis oídos mientras que los cristales se despedazaban, el sofrió gélido me recorrió la piel nuevamente y las gotas de lluvia me calaron el cuerpo.

Cuando decidí abrir los ojos de nuevo me quedé mirando a mi alrededor y descubrí que estábamos en lo alto. Desmont estaba volando, llevándome junto a él, conservando la mitad de su cuerpo como humo negro.

Un vértigo me descompensó y de momento, por la impresión perdí la poca consciencia que me quedaba.

Me removí suavemente mientras abría los ojos con cierta molicie.

Me sentía fatigada, tan agotada, aunque mantuve la calma, sólo hasta recordar el suceso anterior que me reincorporó de golpe. A mi alrededor todo era arcaico, se trataba de una habitación colosal con muros de piedras esculpidas y cuadros distinguidos, parecía un sueño macabro, en medio de un lecho grande. Inclusive las vigas que sujetaban un par de sedas trasparentes se asemejaban a los cuentos de hadas o castillos de princesas.

Sin embargo, esto aparentaba más ser un lugar abandonado y consumido por la obscuridad gótica. Aún con esos muros llenos de trazos, recreando la forma de rosas, bajo la escasa luz de los candelabros gigantescos de cristal, todo elaborado de oro.

Esta vez caí en la existencia del balconcillo de al lado y percibí que Desmont se mantenía justamente allí, completamente estancado, posiblemente anhelando la nieve que caía en la parte exterior.

¿Estaba nevando? ¿Por qué? ¿Dónde estoy ahora?

—Esta solía ser la habitación de mi hermana Báthory— comentó sin detenerse a mirarme.

— ¿Dónde estoy? — pregunté algo temerosa. No podía dejar de mirar hacia todas partes, estaba muy agobiada.

Él se dio la vuelta y me inspeccionó con suspicacia.

—Este es el castillo Montecasth— hizo una pausa breve— bienvenida a tu nuevo hogar, ahora eres mi prisionera y deberás quedarte aquí conmigo.




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