Los truenos no cesan de retumbar dándole una chispa de horror a lo que estaba viviendo en aquellos momentos, lo que tengo justo en frente, es algo que no puedo describir con palabras.
Lo peor es que no estaba segura de la realidad o una alucinación producida por el miedo.
¿Quién es él?
Un joven de cabello negro azabache. Alto y de figura esbelta omnipotente con traje de épocas pasadas que me mira con fijeza, aquella piel cadavérica, parecía un muerto.
Sin embargo, su rostro pese a tener las facciones perfectas parecía desintegrarse poco a poco, claramente no era un ser humano y detrás de aquella figura podría encubrirse un monstruo.
— ¿Quién… eres tú? — mi voz suena trémula.
—Soy el príncipe Desmont Montecasth— su voz es tan melodiosa que parece música para mis oídos, toma mi mano y deposita un beso en una de ellas— tú me has liberado.
Ahogo un suspiro por el pavor que siento, su tacto es más que frío y el terror que recorre mis venas no me deja cavilar con claridad.
¿Qué es esto?
— ¡Alto ahí! — grita uno de los de seguridad, se aproxima a nosotros sujetando un arma y apuntándolo sin vacilar.
El espectro expresa un mohín, pareciendo un ser maligno y como si se tratara de magia, flota directo hacia el hombre y desaparece, luego lo atraviesa como un céfiro enérgico que hace elevar al guardia de seguridad hacia un extremo. Había conseguido que este diera su cabeza contra el muro y cuando cae inerte, Desmont vuelve a surgir desde el otro lado quedándose a mirar el cuerpo derribado más que complacido.
—Santo cielo...— la mujer que anteriormente me recriminó aparece de repente y se queda petrificada al ver al príncipe, pues en su rostro se nota el miedo que ahora mismo la invade.
Más hombres de seguridad aparecen detrás de ella al igual que mis compañeros de colegio quienes se quedan conmocionados al ver al espectro, quise correr hacia ellos cuando de repente siento que algo insólito me tira de los pies y provoca que caiga de bruces contra el pavimento. Golpeo mi barbilla con sequedad mientras ahogo un gemido de dolor por ello.
Aquella energía por la que fui arrastrada vuelve a tirar de mí hasta llegar a los pies del príncipe muerto y liberado.
—Ella me pertenece ahora— habla serio, música para mis oídos otra vez y estoy segura que para los demás también— ahora es mi prisionera y mi salvadora.
Otro trueno nos invade, incluso alumbra el lugar por unos escasos segundos y la lluvia escuchándose sin cesar como un augurio de que algo muy malo ocurrió.
— ¡Déjala en paz! — Patt es el único que reclama por mí y cuando pretende acercarse los guardias de seguridad lo detienen.
— ¿Qué es lo que quieres? — pregunta la mujer, me mira espantada seguramente por lo que me espera.
—Juré que volvería en cualquier momento, cualquier siglo, desataría mi ira contra Transilvania y asolaría con las genealogías de la familia Montecasth— hace una pausa breve— ahora sus almas me pertenecen y esta chica también. No hay manera de revocar mi promesa.
De pronto me levanta y me toma entre sus brazos. Se eleva en el aire dirigiéndose hacia las lumbreras del otro extremo mientras que cierro los ojos con fuerza en cuanto lo cruzamos, un estruendo ensordece mis oídos cuanto los cristales se despedazan, el sofrió gélido me recorre la piel nuevamente y las gotas de lluvia me calan el cuerpo.
Cuando decido abrir los ojos nuevamente me quedo mirando a mi alrededor y descubro que estamos en lo alto de las calles. Desmont estaba volando, llevándome junto a él, conservando la mitad de su cuerpo como humo negro.
Un vértigo me descompensa y de momento por la impresión pierdo la poca consciencia que me queda.
(***)
Me remuevo suavemente mientras abro los ojos con cierta molicie. Me siento tan fatigada, tan agotada, aunque mantenga la calma, sólo hasta recordar el suceso anterior que me reincorpora de golpe. A mi alrededor todo es arcaico, se trataba de una habitación colosal con muros de piedras esculpidas y cuadros distinguidos, parece un sueño macabro en el que estoy metida en medio de un lecho grande. Incluso las vigas que sujetan un par de sedas trasparentes que se asemejan a los cuentos de hadas o castillos de princesas.
Sin embargo, esto aparentaba más ser un lugar abandonado y consumido por la obscuridad gótica. Aún con esos muros llenos de trazos, recreando la forma de rosas, bajo la escasa luz de los candelabros gigantescos de cristal.
Todo elaborado por oro.
Esta vez caigo en la existencia del balconcillo de al lado y percibo que Desmont se mantiene allí estancado, posiblemente anhelando la nieve que cae en la parte exterior.
¿Estaba nevando? ¿Por qué? ¿Dónde estoy ahora?
—Esta solía ser la habitación de mi hermana Báthory— comenta sin girarse a mirarme.
— ¿Dónde estoy? — pregunto algo temerosa. No puedo dejar de mirar hacia todas partes, estoy muy agobiada.
Él se da la vuelta y me inspecciona con suspicacia.
—Este es el castillo Montecasth— hace una pausa breve— bienvenida a tu nuevo hogar, ahora eres mi prisionera y deberás quedarte aquí conmigo.