En cuanto mis ojos se abrieron miré a mi alrededor con la esperanza de que todo había sido una pesadilla, la decepción fue enorme porque todo seguía siendo real, otra vez. Me restregué los ojos conmocionada mientras me levantaba del lecho, caminé hacia el balcón y divisé el exterior. No está nevando, aunque todo el paisaje estaba cubierto por hielo, los pavimentos, cada extremo del castillo en general.
Suspiré exhausta en lo que me dirigí hacia la cómoda de la habitación. Todavía me resultaba tan extraño estar rodeada de oro y la cubierta no era la excepción, resplandecía como rocío de cristales.
Me quedé mirándome en el espejo que tenía enfrente, sólo para darme cuenta de las grandes ojeras que se trazaban por debajo de mis ojos, casi no me reconocía. Me arrimé un poco más contra la cómoda, intentando examinarme mejor, hasta que de repente un fantasma también imitó mi movimiento llegando a atravesar el espejo.
Inmediatamente me hice para atrás, ofuscada porque solo tenía la mitad de su cuerpo fuera.
—Bonjour— esbozó una amplia sonrisa y salió flotando mientras se quitaba el sombrero.
Su nariz puntiaguda casi estrelló la mía segundos atrás, tan flacucho y de ojos esféricos. Su cabello no parecía ser real, era una peluca con un peinado extravagante y de muchos rulos, vestía un traje distinguido al igual que sus pantalones ajustados pareciendo un bailarín de Ballet, también traía un coleto y un pespunte sin mangas.
Totalmente raro.
—Mi nombre es Luigi— hizo una pausa breve cuando intentó atrapar mi mano, pero sólo terminó atravesándola, después me sonrió algo avergonzado— había olvidado que no podemos tocar a los humanos.
Su acento francés me resultó tan agradable que le sonreí de igual manera.
—Mi nombre es Katrina, un gusto Luigi— hice una reverencia haciendo el ademán de tener un vestido largo— ya me habían hablado de ti.
— ¿En serio? — sus ojos brillaron de emoción.
—Sí.
Cassandra apareció luego de traspasar el muro.
—Buenos días, Katrina, ¿Amaneciste bien? — preguntó entusiasmada, se quedó mirando a Luigi— Oh, sabía que no te quedarías con ganas de conocerla.
—La fille me ha fascinado— comentó él, demasiado embelesado.
— ¿Fille?
—Significa chica en francés— Cassandra me sonrió— Luigi nunca aprendió el español y siempre suele completar algunas palabras con francés.
—Es mi sello en el castillo a diferencia de los demás— contestó muy animoso— ven fille, quiero presentarte a los otros.
Le seguí el paso a pesar de que Cassandra y él, emergieran sin tocar el pavimento. Luigi abrió las puertas de los aposentos mientras que yo me quedé corta de palabras, deslumbrada por aquel pasaje inmenso y largo de habitaciones. Un tapiz grana, bordado por hilos dorados, captó mi atención hasta que otra vez, volví a estar absorta, observando las estatuas con forma de ángeles, hallándose en cada extremo y como ignorar las armaduras de guerra del siglo 20 adornando el lugar, cada uno con una espada amplia y corpulenta a la mano.
— ¿Le gusta lo que ve? — preguntó Luigi, me miraba fijamente sin dejar de sonreír.
Asentí mansamente, enajena desde luego, todo era bello como en los sueños, seguramente si Patt estuviera aquí, le pediría que me dé un pellizco para asegurarme de estar despierta. De momento, un grupo de fantasmas atolondrados aparecieron muy acuciosos por limpiar el pasillo, liderados por otro fantasma flacucho que a diferencia de Luigi, en sus prendas no traía el chaleco sin mangas, sino más bien un pespunte largo como un gabán que le llegaba hasta la altura de las articulaciones de sus piernas.
Este se giró a mirarnos, quedándose paralizado en el acto.
— ¿Tú eres la invitada? — preguntó, parecía impaciente.
Su acento lo reconocí de inmediato. Era italiano.
—Hermes ella es Katrina, la humana que nos acompañará— Luigi le pasó un brazo alrededor de su cuello.
Ahora parecían formar el número once.
—Si serás sciocco— refunfuñaba él— te dije que no la trajeras sin permiso por aquí, que vergüenza.
—Un gusto Hermes— le dediqué una sonrisa amplia. No sabía con exactitud qué era lo que le había dicho a Luigi, pero por su tono de voz intuí que había sido un insulto en su idioma.
El fantasma me miró con pusilanimidad y me devolvió el gesto.
—Buen día Ragazza— motivado me hizo una reverencia, luego de sacar unos anteojos del bolsillo pequeño de su gabán— es un honor tenerla por aquí.
—Todo esto es tan irreal— comenté conservando los ojos clavados en la cubierta, parecía tan inalcanzable— es tan hermoso aquí y ustedes…— mi mirada recayó en ellos— vivir aquí en aquellas épocas cuando estuvieron con vida debió de ser divino, son tan buenas personas conmigo.
Luigi y Hermes me sonrieron fascinados con mi presencia, acongojados también.
—Vamos Katrina, debes comer algo— Cassandra flotó deseando que la siguiéramos, no obstante, se detuvo en el camino tras escuchar como Hermes se aclaró la garganta.
—No sé si deberíamos adelantarnos— miró hacia otro lado haciéndose el tonto— no olviden que nosotros ya no podemos hacer lo que se nos plazca. ¿Alguien sabe si ella puede salir de la habitación? Nadie le preguntó ¿O sí? Nadie tiene las agallas.