En cuanto me levanté del lecho, me dirigí hacia el espejo de la cómoda y me miré por unos escasos segundos. Quería reconocerme, a pesar de las ojeras grandes que ahora parecían ser parte de mí. A lo mejor por no dejar de preguntarme si alguien estaría buscándome ahora o si me tomaban por muerta, porque no sabían nada de mí y ya había pasado más de una semana desde que intenté fugarme del castillo, fracasando en seguida.
Tampoco volví a toparme a Desmont desde entonces, no lo busqué, ni lo haría por dignidad, casi no salía de la habitación y ya podía sentirme como cautiva.
—Ragazza— la voz repentina de Hermes me sobresaltó un poco, me había tomado por sorpresa así que me giré para mirarle.
— ¿Qué ocurre? ¿De pronto vienes a ver cómo me encuentro? — mis palabras sonaron crudas.
No quise ser caustica, él era bueno y yo lo sabía, pero era extraño que viniera justo ahora cuando anteriormente ni asomaba las narices por aquí.
—Lo siento, dirigir a varios grupos de fantasmas en el castillo, y ver que todo salga como debe de ser no es un trabajo fácil, nunca lo fue, incluso cuando solíamos ser humanos— suspiró apenado— aquellos tiempos…— sacudió su cabeza ligeramente— vine a informarte que el príncipe Desmont solicita que lo acompañes a cenar esta noche.
—Vaya, con que todavía sabe que existo— puse los ojos en blanco.
—El príncipe ha estado ocupado con algunas cosas— me sonrió— en fin, Cassandra va a ayudarte a vestirte adecuadamente y Luigi también.
— ¿Debo vestir como cenicienta? — esta vez me crucé de brazos. ¿En serio? ¿Tengo que hacerlo? porque no me siento con ánimos de fingir que la estoy pasando bien.
—No sé quién sea ella o él— Hermes volvió a sonreír un tanto curioso— pero si te refieres a los vestidos de épocas pasadas como lo llamas tú, pues si, lamentablemente nos quedamos en ese tiempo y para nosotros es muy importante nuestra religión, creencias e incluso el atuendo que define a una persona.
—Sí seguro, no te preocupes.
Hermes se dio la vuelta y atravesó la puerta sin decir nada más.
No estaba lista para tener que cenar junto a Desmont, siendo su prisionera y él, quién originó todo esto, el culpable de mi desdicha. Aunque pensándolo bien, todavía quedó pendiente las preguntas que tenía en mente y sobre todo, esto podía ser la oportunidad para saber más del castillo.
Saber con qué cosas podría toparme en el bosque si es que intentaba huir por segunda vez. Saber si tenían alguna debilidad aquellos que llaman Orakis.
Resoplé pesadamente, esto de vestir como si fuera una princesa de películas o libros sería todo un reto. En especial porque no le encuentro el romanticismo ya que mi supuesto príncipe, alias secuestrador es un espectro, un ser con un rostro bastante aterrador.
Una cena con Freddy Krueger.
Sonreí luego de pensarlo.
—Buen día Katrina— Cassandra apareció junto a Luigi.
—Fille, será un gusto enfocar mi arte en ti este día— él me sonrió generosamente recordándome al Guasón.
—Eso suena… bastante trabajoso.
—Tienes toda la razón, así que sería bueno comenzar ahora— Luigi emergió hacia el armario y abrió las puertas más que apasionado, podía notarlo en su rostro— Cassandra, necesitaré telas transparentes.
—Mandaré a buscarlas— ella flotó apresurada y traspasó la entrada del aposento.
Luigi se giró para mirarme con cierta fijeza, me analizaba entre inseguro y meditabundo.
—Tu cabello rojo me gusta, tiene estilo, es algo no muy común y lo mejor es que las ondas que tienen son refinadas. En mis tiempos era un problema hacer que los cabellos se mantuvieran así, aunque técnicamente utilizaban pelucas y cosas.
Amplié los ojos sorprendida de oírlo, de todas formas, no estaba dispuesta a usar cosas extravagantes.
—No quiero usar algo para esconder mi cabello— admití encogida de hombros.
—Tú cabello es tu sello y por supuesto que no quiero ocultarlo bajo una— me guiñó un ojo, él siempre estaba de buen humor.
—Aquí están— Cassandra apareció de repente, trayendo consigo un par de telas transparentes a un tono blanco.
—Justo el color que necesito— Luigi chasqueó su dedo y entusiasmado las tomó, solo faltaba hacer su propia magia.
Aquella tarde todo fue una locura, extraordinario también, nunca había hecho este tipo de cosas y hoy casi pude sentirme como una princesa. Luigi había terminado de crear un vestido con un par de telas más, largo hasta la altura de mis tobillos y nada vueludo al tratarse de una cena, él sabía que debía ser simple y fino. A diferencia de Luigi, para mí no era como él decía ya que podía tratarse de un vestido capaz de atraer la atención de cualquiera, por los hombros en forma de V dejando al aire cierto escote.
Finalmente, cuando acabó me indicó que diera la vuelta para así poder apreciar su trabajo, justo al mismo tiempo en el que me detuve frente a un espejo. Resulta que Luigi, era más genio de lo que pensé, al fin podía entender porque fue el mejor costurero.
—Es muy hermoso— comentó Cassandra a mi lado— siempre con el don. A pesar de los años no ha olvidado como hacerlo, todo lo que toca respecto a telas y un par de hilos se convierten en diamantes.