El dulce viento resopló mi rostro mientras mantenía la vista en un solo lugar, mi mente no parecía estar sobre las nubes, pero si estaba consciente de como descendía la nieve a mi alrededor. Algunos copos hasta se quedaban sobre mis pestañas extensas y compactas, y a pesar de estar cautiva tenía el agrado de poder visitar cualquier parte del castillo.
De todas formas, estaba harta de todo esto. Mis ojos se movieron hacia un lado, precisamente encima de un árbol monumental y sin hojas. En uno de los tallos dos pájaros me miraban sutilmente.
La naturaleza en este lugar tenía algo singular, el laberinto de matorrales y las estatuas que eran dignos de anhelar. Ojalá hubiera podido estar aquí como visita, sin tener que lamentarme de ser una prisionera. Necesitaba tanto de mis padres, Patt mi querido amigo, hermano de cariño, lo conocía desde los cinco. Mi madre era tan amiga de su madre, así como Patt y yo.
— ¿Te gusta lo que ves?
Me giré estupefacta hacia mi lado izquierdo, justo ahí estaba Desmont, vistiendo otra gala distinguida, un príncipe en su totalidad. Aquel rostro podía traicionarte, haciéndote debatir entre la realidad y la irrealidad.
—Todo es muy bello, mejor que estar metida en la habitación y no tener nada que hacer el resto del día— repliqué de inmediato.
— ¿Qué es lo que te gusta hacer en tus ratos libres? — volvió a hacer otra pregunta.
—No creo que en realidad tengas idea de las cosas que diré— le sonreí con cinismo— solía usar mi MP3, entrar al Facebook, Twitter, Instagram, ver películas, pero sobre todo series y más que nada leer.
—Lo último quizá pueda resolver— él me devolvió el gesto— excepto todo lo anterior, no tengo ni la menor idea de que son.
Solté una carcajada, desde luego que no tenía ni la menor idea, después de todo venía de otra época, una dimensión en donde no existía aún ese tipo de tecnologías.
— ¿Te gusta leer igualmente?
—Hay un lugar que te gustará en verdad— dicho esto tomó mi mano, sobresaltándome en el proceso, pues no esperaba su inesperado tacto.
Me llevó de retorno al castillo, el cambio entre la alta temperatura y la brusca calidez del palacio se hizo presente, pero sus dedos se mantenían muy gélidos. Quizá por ser un fantasma o un ancla. Aquel cosquilleo en el abdomen volvió y con forme avanzamos pensé en lo advenedizo que era hallarse a su lado. Yo sabía lo que podía ser, no tenía que simular y decir que todo esto era nuevo para mí, no cuando él estaba tan cerca.
Ciertamente me sentía atraída, de algún modo a pesar de todo, por algo me invadían estos nervios, ni siquiera Hunter me había hecho sentir de esta manera.
En cuanto dejamos de caminar me quedé absorta ante un portón inmenso.
— ¿Quieres conocer el paraíso? — me miraba con cierta fijeza.
No sé a lo que se refiere, pero asentí con suavidad, tenía el presentimiento de que me mostraría algo que pudiera deleitarme.
Desmont me sonrió orgulloso luego de abrir la compuerta, me dejó desear la gloria de millones de libros que estaban apilados en altos estantes con escalones. Sin saber que decir y con la boca levemente entreabierta, la habitación más alucinante y formidable del mundo.
Ni siquiera en la biblioteca más grande de Florida había visto algo parecido, y eso que solía ir a menudo a dar pequeños recorridos a la mayoría, todas habían valido la pena, pero aquello que tenía enfrente... las palabras se limitaban para describirlo todo. Era perfecto, casi o mejor que un juego de Mario Bross, caminos y escalerillas, más caminos para ascender una atalaya de libros.
Él tenía razón, era un paraíso, lo más cercano a un cielo en el que me gustaría pasar el resto de mi vida, lejos muy lejos de la realidad.
—Todo esto es hermoso— contuve la respiración.
—Puedes quedarte el tiempo que quieras, si el castillo Montecasth sería encontrado por la humanidad contaría con la biblioteca más grande del mundo— no me miró, pero yo sí, él sólo sonría a la nada— todo esto. Mis días como príncipe solían ser agradables cuando tenía vida y así como me ayudaron a mí pueden ayudarte a ti.
—¿También te gusta leer? — dije en un hilo de voz— a lo mejor quieras seguir aquí incluso después de la muerte.
—Todo lo que está aquí ya lo leí.
— ¿En serio? Pero… parece una torre sin fin de libros, no es posible— plegué el ceño, confundida.
No es posible, tal vez estaba fanfarroneando.
—En realidad no todos, pero la mayoría si— replicó de muy buen humor— algunos son singulares, pueden transportarte a ese mundo y verlo con tus propios ojos.
Tragué saliva con dificultad, ahora mismo una pregunta rondaba por mi cabeza y no dudé en soltarlo.
— ¿Por qué intentas ser hospitalario conmigo? no lo entiendo, se supone que debo prevenirme de ti y no tolerarte.
—No soy una mala persona por si piensas eso Katrina— parpadeó apaciblemente y perdió la mirada en otra parte— lamento haberte dado esa impresión, fue necesario. Me habría complacido conocerte en mis tiempos de vida cuando no tenía que ser lo que soy ahora.
Se dio media vuelta para irse, pero antes de que lo hiciera, le tomé el brazo sin flaquear.