La desdicha de estar sola en la habitación como de costumbre, me apesadumbra el corazón, el día había trascurrido más rápido que otras veces. Comenzaba a decaer en la depresión y no podía evitarlo. Me dirijo hacia el balcón para contemplar los copos de nieve, descendiendo lentamente, a través del portillo de cristales. Mi mano actúa antes y se adapta sobre este, anhelando la libertad, otro nudo se obstruye en mi garganta mientras que las lágrimas vierten de mis ojos sin brillo.
Luigi y Cassandra solían venir a visitarme de vez en cuando, pero suponía que también me dejaban las demás horas para lamentar mi pesar.
No podía dejar de meditar… ¿Qué estarían haciendo mis padres? ¿Qué decían mis amigos al respecto? Había perdido la cuenta de los días, pero intuía que habían pasado como dos meses aproximadamente.
En cuanto me doy la vuelta, un impulso causado por mi propio cuerpo, me deja pasmada. Aquella sombra sale hacia la luz del reflejo de la noche y deja ver a un Desmont entristecido.
—Perdóneme Katrina— murmura mirándome a los ojos— nunca quise que las cosas sucedieran de esta manera, lamento ser la causa de tu desgracia.
En cambio, no digo nada.
¿Qué podría decirle?
Que estaba anonadada con su manera de ser.
—A lo mejor pueda hacer algo por ti si me lo permites. ¿Quieres dar un paseo mañana por el bosque? — pregunta con recelo.
— ¿Y los Orakis?
—Por las mañanas todo es lo opuesto ¿Confiarías en mí? — sus labios se juntan apaciblemente en lo que espera una respuesta.
Le sonrío con cierta finura.
—Tal vez pueda probar.
Aquella noche había podido conciliar sueño sin tormentosas pesadillas, después de tanto tiempo pude descansar en paz y sin interrupciones.
Cuando mis ojos se abren, la emoción de hacer algo nuevo me despierta por completo. Algo diferente pasaría hoy y Desmont me acompañaría. Quería darme la oportunidad de poder sentirme bien al menos por un día. Esta vez mis pies me guían al ropero de siempre para luego sacar un vestido blanco y largo.
Posteriormente tomo una capa roja para cubrirme del frío y me pinto los labios con la tinta roja, que se hallaba en uno de los pequeños recipientes, que había dejado Cassandra.
Los nervios anegaban mi ser, cada vez más ansiosa, dado que caminaba fuera del castillo. Desmont esperaba acariciando a su caballo fantasma, él realmente era el príncipe con el que soñabas cuando niña. Tan apuesto bajo aquel atuendo real, unos vaqueros de tela azul marino al igual que su chaqueta, dejando al descubierto la camisola blanquecina y aquellas botas negras que llegaban a la altura de sus rodillas.
En cuanto se da la vuelta pude verlo por primera vez a plena luz del sol, su cabello negro azabache, resaltaba su piel pálida porcelana.
— ¿Estás lista? — me extiende una mano y en seguida se la recibo.
Su tacto frío me eriza la piel, removiendo cada parte de mi vientre, era imposible evitar sentirme así cada vez que lo tocaba.
Me ayuda a subir en el lomo de su caballo, después me eleva de la cintura mientras lo contemplo, más que embelesada por su belleza magnetizadora.
— ¿Cómo se llama? — pregunto curiosa luego de retomar la compostura,
—Valiente— me sonríe a medias, no dejaba de acariciar la melena de su caballo.
Estaba maravillada, realmente él si podía tocarlo sin atravesarlo.
— ¿Cómo es posible que logres tocarlo a pesar de ser un fantasma y luego estás tocándome a mí que soy un ser vivo?
—Soy un ancla, estoy entre la vida y la muerte, puedo palpar a los del otro mundo tanto como a los humanos— suelta un suspiro cargado— Valiente era mi mejor amigo, solía pasar el mayor tiempo del día con él cada vez que leía un libro y me quedaba a su lado precisamente en el lugar al que iremos.
De momento toma la cuerda del corcel fantasma mientras avanza a pasos lentos.
— ¿Valiente de qué color era? — pregunto entretanto observo a mí alrededor, la tarde se apreciaba perfecta.
—Albino como la nieve— responde.
¡Oh!
Supuse que era un caballo digno de un príncipe como él.
— ¿Sabes idiomas?
—Sé algunos cuantos, el inglés, español, italiano, polaco, francés el húngaro y el rumano evidentemente.
Trago saliva con dificultad.
¿En serio unos cuantos? No podía ser menos, después de todo, la educación de un príncipe era más que la de un humano normal.
Contemplo la encantadora naturaleza, aquellas verjas inmensas se abren dándonos el paso para salir. Podía casi imaginar el castillo colmado de gente en una época distinta, a de ser muy hermoso.
Poco a poco nos aceramos más al lugar, lo presentí en cuanto aparecieron dos caminos, uno muy oscuro y el otro conformado por una hermosa primavera. No creí que Desmont nos guiaría a la segunda en dónde las flores estaban más vivas, los árboles eran más verdes y en la atmósfera se apreciaba la magia. Un lugar cautivador desde el momento en que vi un pequeño humanoide volando alrededor de un matorral.