Desmont tocaba el piano con mera exquisitez, sumergido en la melodía que anegaba el salón, solo hasta que las puertas del recinto se abrieron y dejaron ver la imagen pulcra de su hermana.
Báthory caminaba a paso lento, muy complacida de ver al príncipe, de oírlo porque este no se había detenido por su presencia.
—Nunca te canses de esto, lo haces tan bien y podría quedarme a escuchar todo el día si pudiera— confesó animada mientras tomaba asiento en uno de los muebles.
El príncipe levantó la cabeza y se topó con quién menos pensó. Vasilisa permanecía al lado de la princesa, tan refulgente y hermosa. Siempre con la cabeza inclinada sin dejar de revolver sus dedos con ansiedad.
Ella era tan especial que no merecía servir a la corona caviló.
— ¿Y tú otra dama de compañía? — preguntó con aridez.
¿Qué había pasado con la madre de su adorada muchacha de cabellos casi blancos?
—Oh. ¿Te refieres a Megara? — Báthory dio unos cuantos pasos haciéndose la reflexiva— madre hizo unos arreglos y subió de cargo a Megara, ahora es su dama de compañía, su brazo derecho y Vasilisa pasó a ser el mío.
Desmont miró a la plebeya de soslayo, le dio rabia oír aquello, creía que Vasilisa merecía pertenecer a la nobleza, al menos eso ya que no tenía sangre real como la de ellos.
Se alejó del piano dócilmente y abandonó el lugar tomando rumbo hacia los pasajes del castillo en donde encontró a Hermes.
—Mi príncipe, el rey Magnus ha solicitado su presencia— dijo este sin mirarle a los ojos.
Desmont le sonrió de lado y se dirigió junto al hombre privado que servía a su padre. Después de un largo recorrido finalmente ingresaron a la estancia principal en donde se hallaba el trono de Magnus.
No lo miró cuando llegó a dicho lugar, permanecía sentado en su sitial mientras que un sirviente sujetaba un recipiente de frutas, como una efigie mientras que el rey merendaba con serenidad.
Cerca de ellos también se encontraba el primer consejero del rey de Polonia y como evitar la perturbadora presencia de la bella dama que lo acompañaba. Una mujer de cabellos ondeados, marrones al igual que sus ojos embelesados, que se habían detenido sobre la figura omnipotente del príncipe.
—Mandó a llamarme padre— Desmont se inclinó como reverencia hacia su amo, mientras atraía su atención finalmente.
—Sí. Así es hijo mío— su sonrisa excitada lo tomó por sorpresa— acércate, tenemos invitados como habrás notado.
—Es un honor tenerlo en el reino— el príncipe esbozó una sonrisa a medias, casi sin mostrar los dientes, él siempre había sido algo reservado.
—Mi visita se debe a un acuerdo político concluido con su padre aclamado príncipe— el consejero levantó su copa de vino tinto que sostenía en su mano derecha.
Desmont alzó la barbilla mientras arqueaba una ceja dócilmente, todo esto no le daba buena espina y casi podía adivinar la razón.
— ¿Es hermosa no es así? — preguntó Magnus.
Se refería a la joven que acompañaba al consejero, la hija del magnífico rey Rex Priscov. Sólo ella podía ser la princesa Gémina Priscov.
— ¿La amas cierto? — su padre lo miró inquietado.
Desmont sintió una punzada en el fondo de su ser en ese momento, lo que hacía el rey era tan típico en él, después de todo se trataba de Magnus. Un rey que solo sabía dictaminar sin importar los deseos de los demás, nada importaba mientras que la corona estuviera en medio y ahora indispensablemente, estaba imponiendo una orden sobre su hijo menor.
Entendió que su padre había comunicado al rey de Polonia que Desmont había quedado deslumbrado por su hija en aquel baile. No interesaba si se trataba de una farsa, nada pesaba más que sus intereses.
Parpadeó gradualmente, perplejo y sin saber que decir.
—Tu padre solicitó la mano de la hija mayor del rey Priscov, hizo realidad su deseo príncipe Desmont— las palabras del consejero sonaron con ímpetu, como si supiese que todo esto estaba tramado y que él debía acatar a las reglas de Magnus.
¿Pero y Vasilisa? ¿Qué pasaría con ella?
Aquel beso lo había marcado eternamente por completo y sabía que nunca más podría poner sus ojos en otra que no fuera ella. Había sido un error sus emociones por esa muchacha, pero también lo mas asombroso que apreció. Él nunca debió permitirse aquello y fue consciente de eso, casi olvidó que desde que nació estaba siendo preparado para tomar el trono de su padre y gobernar Transilvania.
Magnus nunca dejaría que una plebeya rigiese a su lado, no consentiría que su apellido se mancille con tal bajeza.
—Así es padre— afirmó formal y algo apenado.
El Rey Magnus se levantó de su trono y dio un grito arrogante con ambos brazos hacia arriba.
— ¡Eso es! Serás un gran Rey Desmont, después de todo eres un Montecasth, mi hijo, mi heredero— se aproximó a este y le dio un apretón— el reino entero debería celebrar esta coalición.
—Por una nueva asociación— el consejero volvió alzar la copa al igual que Magnus quién sostenía el suyo.