La mañana siguiente, me levanté más curiosa de lo normal, anhelaba con todas mis fuerzas saber toda la verdad detrás de la historia del príncipe. Quería escuchar la continuación. Desmont y yo habíamos quedado en que él me relataría todos los días una parte de su vida, así podría conocer la verdad oculta.
Cuando llegué a la pileta del jardín lo encontré esperándome, observaba el cielo taciturno hasta que se percató de mi presencia.
—Te retrasaste dos minutos aproximadamente— me dedica una sonrisa distinguida.
—Pero aquí estoy…— digo después de tomar asiento a su lado.
En cuanto comenzó a hablar, nuevamente me sumergí en el pasado, casi como si estuviese dentro de una película.
Desmont había llegado a la fortaleza mágica en donde halló a una mujer que flotaba dentro de la laguna. Ella se encontraba de espaldas, dejando al aire libre, la melena oscura como la noche sobre las aguas traslúcidas que parecían resplandecer con el sol. Cuando se giró a verlo, esbozó una sonrisa amplia mientras salía a las orillas.
El vestido claro con velos cristalinos caía sobre sus brazos pálidos, pareciendo una Diosa de algún cuento mitológico. Sus pies desnudos se escondieron dentro de su traje en cuanto se detuvo enfrente del príncipe.
— ¿Por qué te siento perturbado hijo mío? — preguntó muy serena en lo que estrujaba su cabello largo.
—Vengo a pasar un rato con usted madre, necesitaba de su compañía— dijo él.
—Pues siempre estaré para ti mi pequeño— ella le sonrió. Su rostro era tan magníficamente perfecto.
Sus ojos cósmicos fulguraban sobre aquel semblante angelical cadavérico.
—Eres la única persona que trae sosiego a mi corazón— explicó algo impaciente.
—Estás enamorado— soltó de repente y Desmont se quedó observando a su madre más que estupefacto— debes saber que los Ninfos conquistamos una sola vez, así que la chica que tiene la suerte de haber alcanzado tu corazón tendrá el honor para siempre.
—Madre…
Ella soltó un gemido afligido, tomó la mano de su hijo y cerró los ojos.
—No…— abrió abruptamente sus parpados y lo soltó muy amedrentada— vi caer un diluvio de sangre sobre este reino.
Dio tres pasos hacia atrás y contempló el cielo.
—No lo entiendo. ¿Qué significa eso?
— ¿Por qué esta vida padre? — preguntó Dionisia, consternada miró a su hijo— vete Desmont. Huye lejos de este castillo y lleva a tu compañera, ve a donde quiera que sea y nunca trates de comunicarte con nadie, ni siquiera conmigo.
—Madre. Yo…— el príncipe la tomó del rostro mansamente y percibió las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas.
—La muerte está presente. La siento cerca de ti y si pudiera ver más te lo explicaría. Ahora solo escojo que nunca más regreses, prefiero que seas feliz lejos de mí a tener que vivir con la idea de que te pasó algo muy malo. Desmont yo no lo sobrellevaría— Dionisia se relamió los labios carmesíes dulcemente y se quitó la cadena que transportaba para entregarle a su hijo— eres hijo de una Ninfa Desmont. Nunca estarás desamparado si te conservas cerca de la naturaleza.
Ella depositó un beso prolongado, sobre la frente de su pequeño hijo y consigo aumentaron las lágrimas que brotaban de sus ojos cósmicos. Clavó la mirada hacia un lado, incapaz de apreciarlo nuevamente, segura de que no podría dejarlo partir lejos de ella.
El príncipe la conocía más que a nadie, confiaba en su madre y sabía que tenía que hacer lo que Dionisia le pedía. Retrocedió con pasos sólidos y antes de soltar su mano le devolvió el beso. Montó a caballo e hizo que Valiente marchara más de prisa de vuelta al castillo, debía decirle a Vasilisa que tenían que marcharse esa misma noche, debían fugarse para poder encontrar la felicidad lejos de los demás.
Al llegar al palacio buscó a la muchacha con desesperación, tenía que encontrarla antes de tropezar con Gémina en su camino. El crepúsculo ya había caído y faltaban solo tres días para su boda con la princesa, si no desaparecían esta noche lo harían al segundo día, pero el tiempo se les agotaba.
Sin pensar se topó con la persona que más anhelaba ver, Vasilisa estaba enfrente suyo, contemplándolo dentro de aquel pasillo obscuro sin que nadie fuera testigo de aquel encuentro.
—Vasilisa— soltó un suspiro calmado, en lo que ella corrió hacia él para refugiarse en sus brazos.
—Lo he extrañado demasiado amor mío— ella lo observó esbozando una sonrisa risueña.
Aquellos ojos le colmaron de vida y vitalidad a su corazón.
Era la poseedora de su existencia, de su mocedad eterna, aquella muchacha tierna e inocente.
—Quiero revelarte algo, una parte de mí antes de pedirte que seas mía por siempre— tomó su mano y la llevó muy apasionado.
Se trataba del mismo lugar al que siempre solía visitar, su estancia favorita del castillo, la parte que más le simbolizaba considerablemente. Le revelaría su verdadera identidad, confesaría que los rumores tenían mucho que ver y que su sangre estaba mezclada con la de un Dios supremo por ser hijo de Dionisia.
Casi ni percibió el tiempo transcurrido que le tomó llegar a dicho lugar, pues aquella noche el camino estaba alumbrado por luciérnagas y hadas dentro de aquel bosque encantado. Vasilisa asombraba cada extremo sin poder creerlo, sonriendo cada vez más sobreexcitada.